Por Emiliano Acevedo
Fotografía: Noelia Guevara

Salón Pueyrredón.

La llegada del Covid-19 a Argentina,  casi como si fuera un tsunami, arrasa con todo. En el caso de los boliches y bares de AMBA, con el paso de los días la situación se agrava porque el hecho de no poder abrir sus puertas convierte a los locales nocturnos en un proyecto no sustentable. Una situación que golpea a todos por igual, desde pequeños centros culturales hasta bares rockeros tradicionales y muy reconocidos. Ante el futuro incierto de la pandemia, a todos los amenaza el cierre como la salida final ante la imposibilidad de solventar el pago de los gastos fijos por la falta de ingresos.

Tal es el caso del Salón Pueyrredón (situado en Santa Fe 4560). La mítica sala punk rock existe desde 1997, y ha atravesado varias crisis, tal como cuenta uno de sus dueños, Horacio Batra Luna: “Corralito, Cromañón, y la del último gobierno macrista. Antes de la pandemia, ya veníamos de un verano de mierda, luego de cuatro años en donde fue bajando el consumo un 50% anual, más una inflación desbordada, entonces se fue haciendo insostenible la situación”.

Y a todo lo malo que ya venía sucediendo ahora se le suma la dura realidad del párate de la cuarentena, en donde se acumulan las deudas (alquiler, servicio eléctrico, gas…): “Estamos a la espera del apoyo de la Secretaria de Cultura de la Ciudad con los subsidios que están aprobados para pagar lo que ya debo y si alcanza seguir pagando a futuro algo para ir viendo. Si no fuese así ya tendría que haber cerrado. Es una lógica, no podés estar seis meses sin trabajar endeudándote para un futuro incierto”, explica Batra y continúa: “Si vos me preguntás que voy a hacer a futuro, no tengo idea. Porque esta es una situación que se vive semana a semana. Nadie puede programar nada a futuro, nadie sabe que va a pasar, cómo va a reaccionar la gente después de la cuarentena. Si va a salir a la calle, si se van a juntar, si van a tener plata. Hay miles de factores, como siempre marcados por la economía del país, y en este caso también por las medidas sanitarias.”

Horacio Batra, dueño de Salón Pueyrredón.

El Bar Rodney en el barrio Chacarita tiene mucha historia. Con más de 41 años a cuestas se ha convertido en un referente de la bohemia y la escena rock porteña. Ha albergado a bandas de rock, jazz, tango y reggae, también, actividades literarias y exposiciones. Sin embargo, estos pergaminos no le permitieron esquivar la crisis actual por la pandemia. El músico y productor Harry Igualador es la palabra autorizada a la hora de hablar del momento actual del bar ya que es el que está al frente del emprendimiento desde 2006: “Estamos piloteando la situación como podemos. La luz y el gas no los pago hace tiempo. Lo que nos permite sobrevivir es que, afortunadamente, el gobierno no autoriza el corte del suministro del servicio. Debo unos meses de alquiler pero las dueñas del lugar, que tienen empatía conmigo, me permiten no pagarlos hasta que pueda hacerlo. Logramos protocolos para transmitir por streaming y estamos con unos proyectos de hacer un montón de movidas artísticas. La gente nos apoya comprando una entrada muy económica. El músico se lleva una moneda, el resto se reparte entre la productora y nosotros. Esto nos ayuda a atravesar este momento para seguir vivos.”  

El Rodney, incluso, se adhirió al take away: “Yo también reparto. En un radio de 4 kilómetros, les llevo el pedido a los clientes con mi propio auto. Sin embargo, no llegamos ni al 20% de la facturación real. Claramente, estamos lejísimos de lo que necesitamos facturar. Veremos ahora que sacamos unas mesitas a la vereda”, comenta Igualador.

Durante el gobierno macrista el productor había vendido su vehículo particular para afrontar pagos: “Los aumentos de los servicios habían sido de 1.000% y no podía subir un 1.000% la cerveza que vendo”, agrega Harry.

En Martínez, zona norte del Gran Buenos Aires, se ubica el City Bar que funciona desde hace 23 años ofreciendo shows en vivo. Allí llegaron a tocar más de 20 bandas por fin de semana. Su dueño, Alejandro Polako Salvatore, plantea su delicada situación: “Lo único que espero es que aparezca la vacuna cuanto antes. Cuando empezó la cuarentena, tenía una plata ahorrada hasta fin de mes que ya usamos. Cuando vi que esto no funcionaba, mi suegro nos empezó a prestar dinero de su jubilación porque tenemos dos nenes chicos. Mi mujer, que es psicóloga, empezó a trabajar online pero no alcanzaba así que, también, vendí la camioneta Suran que tenía. Con eso pude comer y cancelar el colegio de los chicos hasta fin de año. Di de baja la obra social. Contacté a un amigo y me puse a vender pantuflas de Disney, y con eso estamos comiendo. Por suerte nos alcanza para pagar el gas y la luz pero nada más. La única ventaja que tengo es que el local es propio”.

No todos cuentan con el alivio de ser propietarios de su local, como en el caso del Bar Serse de Ramos Mejía, que funcionaba desde hace cuatro años y cerró porque no pudo aguantar tantos meses cerrados. Como cuenta Maximiliano Eliseiri, dueño del lugar: “Éramos un bar cultural. Teníamos una grilla de entre tres a cuatro bandas por día de jueves a domingo. Los domingos metíamos festivales desde temprano. Antes de la pandemia, iba a renovar el contrato por tres años más. Pero esto se estiró y el dueño del local me exigió el pago de los alquileres. Había una posibilidad de refinanciar los meses atrasados pero el día que abriéramos lo haríamos con una deuda de más de 200 mil pesos que no sé si iba a poder levantar. Por eso quedamos en una rescisión de común acuerdo. Acá en la zona ya cerraron sus puertas alrededor de diez locales, algunos con mucha antigüedad”.

Los centros culturales tampoco saldrán ilesos de esta crisis. Silvina Marcelino, una de las referentes principales de Casa Elefante, espacio cultural que está enfrente de la estación de Burzaco desde hace 5 años, señala: “Casa Elefante es un multiespacio donde se hacen muchísimas actividades de carácter más social y otras de contenido cultural. Veníamos trabajando con bandas los sábados a la noche, barra de bebidas y comidas. Generalmente se cobraba un bono contribución o algunas bandas iban a la visera”.

En la actualidad, el Centro Cultural forma parte de la Asamblea de Trabajadores de la Cultura Conurbano Sur que engloba a gestores culturales, músicos, camareros, personal de limpieza y mantenimiento, operadores, sonidistas, teatreros, profes, etc. Un amplio espacio que reúne a la mayoría de los trabajadores de la cultura que trabajan, generalmente, en negro, y que, en este contexto, tienen que generar otras formas de ingresos. Por otra parte los espacios culturales también se configuraron como escenario de ollas populares y de una red de sostenimiento alimentario para la comunidad artística. Esto se genera sin apoyo estatal, de manera autogestiva con la colaboración de vecinos y amigos.

En este punto, Marcelino es contundente: “Ahora estamos sobreviviendo pero si seguimos acumulando deudas no hay centro que aguante. Es una lucha diaria y los meses van pasando. Nosotras tenemos un tope de deudas y si llegamos a pasarlo quizás tendremos que pensar en cerrar. Estamos gestionando todo para no hacerlo pero es una posibilidad. No estamos exentos de eso”.

La complejidad del presente no necesariamente sea más que sencilla que la del futuro. Los efectos del Covid-19 sobrepasan la crisis sanitaria y se trasladan al tejido sociocultural de nuestro país. Dentro de este panorama, la pandemia ha dejado un tendal de crisis y problemas irresolutos para los bares y boliches, ni hablar de los centros culturales. El futuro es incierto y quedará saber cómo se reconstruyen todos ellos.