Por Tomás Nielsen Obieta
Fotografía: ANCCOM

Imaginemos que vamos a un espectáculo deportivo donde el partido que veremos no es lo más importante. Donde los jugadores no son los únicos protagonistas. Por más increíble que parezca, existe una liga en el mundo del básquet que le escapa a cualquier tipo de competencia convencional. La NBA encabeza la elite de la pelota naranja desde hace 60 años, no sólo en calidad deportiva sino también en popularidad. Así, cuenta con un detrás de escena que hace posible un total de 82 partidos para cada uno de los 30 equipos de la liga, según el calendario oficial.

 ANCCOM asistió al Barclays Center de Brooklyn para vivir el encuentro entre los Brooklyn Nets y los Toronto Raptors, último campeón de la NBA. Los locales contaron con grandes apariciones (Caris Levert, alero, 20 puntos; Joe Harris, Escolta, 19) y a fuerza de buen juego asociado y desequilibrio en ataque, lograron llevarse el partido por 101-91.

Rápidamente, al ingresar al recinto se comienza a ver la puesta en escena. El público empieza a poblar de a poco un estadio pensado para 19 mil espectadores, que a juzgar por su tamaño parece más pequeño. 

El encuentro comienza a las 19:30. Diez minutos antes del partido, el estadio cuenta con más espacios vacíos que ocupados. Los equipos se alistan, salen a calentar y la situación sigue igual. Pero a la hora de cantar el himno todo cambia. El ritual se repite en cada uno de los 2460 partidos de la temporada, más los de la fase final. En este caso, el primero en cantarse es el canadiense, por la presencia de los Raptors. Todos los espectadores se ponen de pie. La arena se viste de rojo y blanco. Se puede ver la bandera con la hoja de maple en la pantalla gigante que luce el estadio en su parte superior. Se disparan luces hacia donde se encuentran ubicados los fanáticos del conjunto visitante, que con una mano en el corazón entonan el verso “Oh, Canadá”.

Acto seguido, llega el turno del himno estadounidense. Los jugadores norteamericanos acompañan a sus fanáticos y un grupo de soldados de la guardia civil se despliegan sobre el parqué. Algunos colocan su mano en el pecho, pero casi la totalidad del estadio levanta su cabeza para mirar la bandera con estrellas, franjas rojas y blancas desplegadas en la pantalla de cientos de pulgadas que mira a todos los presentes, colgada del techo del Barclays Center. El entretenimiento comienza a cobrar protagonismo.

Arranca el partido y el escenario cambia su piel. Van cinco minutos y los asientos vacíos comienzan a ocuparse, en su mayoría por familias. Todos con algo para comer y beber. Las cervezas y gaseosas se cruzan con hamburguesas, papas fritas, mariscos y hasta algún tipo de pasta. Todo esto es, si uno lo desea, traído a su asiento por los empleados del Barclays Center, más allá de que existen, según detalla la web del estadio, más de 40 puestos de comida y bebida a disposición. La pelota es admirada, pero la comida y el confort también son protagonistas.

Hay tiempo muerto para los Nets y parece que algo se repetirá a lo largo de todo el partido. Cada momento por fuera de la acción del partido es utilizado a favor del entretenimiento. El tiempo muerto dura tan sólo un minuto y es protagonizado por Ally Love, una joven que, con micrófono en mano, recorre las primeras filas del Barclays Center dando a conocer a través de los parlantes del estadio, la percepción de los fanáticos sobre el partido. Allí también aparecen los clientes de American Express, que por ser acreedores de sus servicios financieros, se han asegurado un lugar en la pantalla gigante que cuelga del techo del estadio. Y de repente. ¡Wow! John ha ganado pases para ver al equipo y un beneficio usando su tarjeta de crédito.

El partido sigue su ritmo habitual, pero a cada interrupción se le corresponde un entretenimiento. Cualquiera sea. Desde un lanzamiento de camisetas a la tribuna, un pedido de aliento para que los jugadores levanten el nivel, o un espectáculo de break dance. Lo que lleva a pensar y a concluir, que el público de NBA necesita entretenimiento en todo momento. Sin importar qué. Todo reviste una cierta lógica cuando pensamos en la duración del espectáculo en su conjunto. El partido consta de cuatro cuartos de 12 minutos cada uno, lo que, sumado a las interrupciones lógicas de mitad de partido, tiempos muertos y faltas, entre otras interrupciones, se terminan acumulando un total de dos horas desde que se ingresa al estadio, hasta el momento en que se lo abandona. 

La liga estadounidense recubre y esconde un ritual donde, como en cualquier deporte, lo que importa es que triunfe el equipo del que se es fanático. Sin embargo, necesita del show para sobrevivir. El mercado se cuela en los poros de un juego que de por sí, parecería no deleitar lo suficiente. El cotillón y el entretenimiento, termina siendo su marca registrada.