Por Ezequiel Albertini (Universidad Nacional de Moreno)
Fotografía: Cristina Sille

El consumo de carne per cápita em 2019 fue el más bajo desde 2011.

Los altos índices de pobreza, la inflación (que el año pasado superó el 50% y durante el mandato de Macri acumuló más del 200%), la pérdida del poder adquisitivo y las tasas de desempleo generan más que problemas económicos y sociales. La necesidad de llegar a fin de mes obligó a gran parte de la población a modificar sus hábitos de consumo y, más allá de algunos pequeños lujos, los recortes en el gasto familiar alcanzaron a los alimentos.  Los productos que más se vieron afectados por los incrementos  (aparte de medicamentos y pañales) son también aquellos más indispensables: los lácteos, los aceites y el producto que ahora nos interesa, las carnes. De hecho, según un informe de la Cámara de la Industria y el Comercio de Carnes (Ciccra), en 2019 el consumo por habitante se ubicó en 51,2 kilos, una baja del 9,5% en relación con 2018 y la cifra más baja desde 2011.

Los aumentos en los precios de alimentos impactan no sólo en la economía familiar, sino también en la salud de las personas: reducir el consumo de lácteos y carnes puede provocarnos falta de proteínas, vitaminas y minerales. Sin embargo, este es un caso completamente diferente al de aquellas personas que optan por ser veganas o vegetarianas, ya que éstas eligen a conciencia sus cambios alimenticios y tienen en cuenta sus nuevas necesidades nutricionales.

Según CICCRA, el consumo per cápita de carne vacuna viene en caída desde 2015, con una pequeña recuperación durante 2017 .  El consumo interno de carne vacuna (es decir, la cantidad consumida dentro del país) durante 2019 fue el más bajo desde 2011 , mientras que la exportación durante este mismo año fue la más alta de los últimos quince años, teniendo como referencia las toneladas de carne producidas en el país. Ulises Forte, presidente del Instituto de Promoción de la Carne Vacuna Argentina (IPCVA) declaró  que “tenemos un mundo totalmente demandante de carne, pero el mercado interno dejó de comer carne no porque el pollo sea más rico, sino porque no alcanza la billetera”.

«Antes vendíamos una tonelada y media por semana, ahora 600 kilos», dice Matías, carnicero del conurbano.

Esta caída en el consumo interno es pronunciada, y no solo los productores dan cuenta de ello, sino también los comerciantes y los consumidores. Matías trabaja para una carnicería de zona oeste del Conurbano, y aunque el local es reconocido entre sus clientes por tener precios accesibles, también siente la baja en las ventas: “Bajó la venta, como en todos lados. Antes vendíamos una tonelada y media por semana, ahora seiscientos kilos con suerte, menos de la mitad”.

Los consumidores también son conscientes de estos cambios en el consumo: “Ya no hago compras semanales, mucho menos mensuales. Ahora compro para el día a día para mantener un mejor control de lo que gasto. Y carne de vaca estoy comprando muy poco”, dice Brenda, clienta de la carnicería donde trabaja Matías, quien además asegura consumir más pollo que carne vacuna.

Pero no sólo es una cuestión de alimentación, sino también de tradiciones. El asado de los domingos es casi un ritual para gran parte de los argentinos, y la excusa ideal para reunirse con la familia o los amigos, aunque los últimos años la tradición se convirtió en casi un lujo inalcanzable. Claudio es carnicero en Ituzaingó y describe con precisión la caída de las reuniones en las que el asado es el plato principal: “El que antes comía asado dos veces por mes, ahora come una sola vez al mes o cada dos meses”.

En época de vacas flacas los consumidores se las ingenian para llegar a fin de mes, y las estrategias para seguir consumiendo carne sin vaciarse los bolsillos son variadas. Hernán, otro vecino de la zona oeste,  es amante del asado y se rehúsa a perderlo: “Los asados ahora son más choripanes que otra cosa, y también hay más pollos a la parrilla que antes”.

“El mundo es demandante de carne, pero el mercado interno dejó de serlo: no alcanza la billetera”, dice Forte.

Aunque en algunos casos se trasladó el consumo hacia otros cortes de menor precio o por otros tipos de carne, como la de pollo, algunas familias optan por inclinarse al vegetarianismo. Este es el caso de la familia González, que vive en el barrio porteño de Núñez, que ya no puede permitirse hacer dos comidas como lo hacía antes: “Mis hijos son vegetarianos, pero mi esposo y yo no. Antes hacíamos dos comidas, una para ellos y otra para nosotros, con carne. Ahora ya no podemos darnos ese lujo, y con mi marido comemos carne para acompañar una o dos veces por semana”. La carne en este caso dejó de ser el plato principal para convertirse en el acompañamiento.

Cualquier estrategia o truco es válido para ahorrarse un par de pesos y así llegar a fin de mes, y tanto comerciantes como consumidores concuerdan en que el abrupto aumento de los precios, sobre todo en la carne vacuna, produjo la caída del consumo. Algunos decidieron comprar en menores cantidades, para el día a día o con menor frecuencia. Quienes tuvieron la oportunidad, consumen la misma cantidad de carne, pero de cortes más económicos.

Otros reemplazaron en gran medida la carne de vaca por la de pollo, que es mucho más accesible. Mientras tanto, muchos otros disminuyeron considerablemente el consumo de carne en general, en favor de otros alimentos como verduras, legumbres o harinas. Por otra parte, los productores están produciendo muy por debajo de sus capacidades y, aunque las exportaciones subieron, el daño en el mercado interno es muy fuerte.

El nuevo gobierno tiene muchos desafíos por afrontar, y los más urgentes son, en primer lugar, la crisis económica y, después, la social, causada por la primera. Para ello se deberán recuperar puestos de trabajo y poder adquisitivo, para mejorar el mercado interno y reactivar el consumo. Resta esperar cuánto tiempo le llevará a la población  volver a darse el gusto de una reunión familiar o con amigos los domingos, acompañados por el asado característico de los argentinos. En todo caso, si los argentinos dejan de consumir carne que sea por decisión propia, en base a sus gustos y creencias, pero no lo hagan porque no pueden acceder a su derecho a alimentarse.