Fotografía: Celeste Berardo

El virus de la inmunodeficiencia humana, más conocido por sus siglas VIH, ataca a las células inmunitarias, que son las encargadas de las defensas del organismo. Si bien aún no se encontró una cura, con el tratamiento adecuado –que implica una detección temprana- se puede llevar una vida normal. ¿Qué sucede en Argentina hoy?  Según la Secretaría de Salud de la República Argentina, en 2017, unas 6.500 personas fueron diagnosticadas con el virus (el 35% de ellas en etapas avanzadas de la infección) y 1.500  murieron por causas relacionadas con el SIDA. Estas cifras no han variado considerablemente en los últimos dos años. Actualmente, 122.000 personas que viven con el virus, de las cuales se estima que el 30% desconoce su situación.

Desde la Secretaría de Salud afirman que hay algunos datos a destacar, que tienen que ver con el leve descenso de los diagnósticos en mujeres jóvenes y el aumento en las de mayor edad. También, el aumento de la presencia del virus en varones que tienen sexo con otros varones -los que representan el 40% del total de los nuevos casos-, el descenso de la mortalidad por SIDA en varones y mujeres jóvenes y el aumento en los grupos de mayor edad. Además, el 4,5% de los diagnósticos positivos ocurren en mujeres trans y, finalmente, que una de cada cuatro de las detecciones del VIH en mujeres se produce durante el período de embarazo.

Marja Surace Brest es médica y se desempeña en el área de Hemoterapia del banco de sangre de la Fundación Hemocentro, de Buenos Aires. Cuenta que muchos de los pacientes que son transfundidos llegan con patologías complejas, de difícil tratamiento y que requieren un abordaje interdisciplinario. La especialista es conciente que, muchas veces, las cosas no salen como se esperan, y acompañar al paciente de la mejor manera posible es lo único que pueden hacer.

Pero, además, hay otro aspecto, quizás todavía más desalentador: “Aquellos donantes de sangre voluntarios que desconocen su serología –es decir, que no saben que son VIH+- y que por los métodos con los que se estudia la sangre que donan son detectados”. De acuerdo a su experiencia en el Banco de Sangre, Surace Brest nota que hay un aumento de prevalencia –esto es la cantidad de individuos de un grupo o una población que presenta una característica determinada- en edades más tempranas, que están asintomáticos. O sea, que no tienen ninguna infección ni patología que los haga pensar que podrían estar infectados. Se enteran, en definitiva, cuando se estudia la sangre que se acercaron a donar.

El protocolo, en este caso, implica tomar una nueva muestra para repetir los estudios, evaluarlos por el Método de Elisa, primero, y luego por biología molecular. El Método Elisa se usa para determinar si un anticuerpo particular está presente en la muestra de sangre de un paciente y se detecta al enlazarlo a una enzima que es susceptible de atravesar algún cambio, por ejemplo de color. En cuanto a la biología molecular, implica un estudio más directo que el de laboratorio. El proceso consiste en multiplicar el material genético de los virus para que, si es que están presentes en la muestra analizada, hacerlos ‘visibles’. Si el diagnóstico se reconfirma, se cita al donante para entregar los resultados con el fin de “continuar seguimiento con su médico de cabecera y también la posibilidad de consultar en Fundación Huésped que tratan de manera integral y con amplia experiencia, sobretodo en estos casos que tal vez, si no fuera porque se acercaron a donar, no se habrían detectado”,  explica Surace.

Como informan desde Fundación Huésped, la Ley Nacional Nº 23798 de SIDA garantiza la atención y el tratamiento en hospitales públicos de todo el país y sin costo adicional en obras sociales y prepagas. Sin embargo, el tratamiento médico es solo una de las aristas del abordaje integral que se le debe brindar a un infectado. Es primordial trabajar conjuntamente, de forma interdisciplinaria, desde varias áreas e instituciones. La trabajadora social María Ángeles Commisso, que trabajó durante veinte años en el Programa de Atención a Personas Viviendo con VIH-SIDA,  cuenta que, a raíz de atender gente por derivación del infectólogo, comenzó a observar otras problemáticas que requerían atención: “Las dificultades en la accesibilidad (al hospital, a los laboratorios, a los medicamentos, a información), la gestión del secreto (intentos de ocultar la enfermedad por el estigma que implicaba, e implica, pero en aquel tiempo era aún mayor), la particular vulnerabilidad de las mujeres (por relaciones de pareja con violencia de género, dificultades para negociar la utilización de preservativo, asociar ‘pareja estable’ con no necesidad de cuidados  en las relaciones sexuales), mujeres sin atención que – en cambio- concurrían para atenderse durante el embarazo o atender al hijo y evitar la transmisión vertical, la discriminación de familiares y allegados” Todas problemáticas que excedían la mera ayuda estatal de medicamentos y que implicaban la necesidad de construir un vínculo no solo profesional, sino de cercanía con cada paciente.

La labor de trabajadores sociales y ONG como Huésped no es menor. “Considero que lo fundamental es construir un vínculo de confianza -explica Commisso-, ya que la gente al principio se angustia mucho y necesita un espacio donde hablar de lo que piensa y siente, y  despejar dudas.” La profesional ya coordinó distintos grupos: de niños, de familiares, de parejas serodiscordantes –esto es cuando uno de los integrante vive con VIH/SIDA y el otro no-, de personas trans, o simplemente de información y prevención, con la población en general.

En todo este tiempo, Commisso pudo observar que la población en general asociaba la enfermedad con personas trans o que mantenían relaciones sexuales con otros de su mismo género, no tomando medidas de prevención al considerar que tenían ‘pareja estable’. Y ella misma dice: “La mayor parte de la población atendida era justamente de este último grupo.”

Por eso, señala, es urgente continuar informando a la población. Explicar cómo prevenir su transmisión, pero también como convivir con la enfermedad y mejorar la calidad de vida, aún siendo VIH+. Entender, sobre todo, que hay que desterrar la estigmatización que rodea a los que la padecen.