Por Carola Brandariz
Fotografía: Cristina Sille

 

Más de cien dibujantes, amateurs y profesionales y de todas las edades, se reúnen para dibujar la Ciudad.

Es un sábado atípico en el Instituto de Oncología Ángel H. Roffo. Hacia las 14, un nutrido grupo de personas se reúne frente al auditorio: son los Croquiseros Urbanos de la Ciudad de Buenos Aires que dan inicio a su salida número 102. Luego de un breve saludo, cada integrante sale a buscar una perspectiva que capte su atención, despliega su silla portátil o se sienta donde encuentra lugar y se pone manos a la obra.

Croquiseros Urbanos es un colectivo de más de cien dibujantes, en su mayoría profesionales de la arquitectura, que se juntan una vez por mes, desde hace casi una década, para bosquejar los escenarios urbanos porteños. En ocasiones han asistido a salidas especiales en lugares fuera de la Capital, incluso internacionales, como Montevideo o La Habana. Generalmente eligen ellos mismos los espacios a visitar, pero en otras oportunidades son invitados por instituciones o grupos, tal como en el caso del Instituto Roffo.

Los miembros de Croquiseros ponen en juego una percepción poética y personal en la observación de espacios y edificios. “Hay lugares muy lindos de Buenos Aires que no tienen una arquitectura de estilo, son más marginales o al borde del Riachuelo. Son lugares interesantes para dibujar, pintorescos”, cuenta Sandro Borghini, uno de los que conforma el grupo organizador y referente del dibujo arquitectónico.  “Nos pasa de ir a sitios que transitamos a diario a veces y recién cuando nos detenemos y nos ponemos a mirar ahí encontramos algo interesante. Muchas veces nos invitan instituciones, agrupaciones que se dedican a tratar de rescatar arquitectura patrimonial y visibilizarla. Entonces vamos y ahí sí hacemos un trabajo de ‘rescate’”, continúa, aunque resalta que ese no es el objetivo principal sino algo eventual. Borghini señala que la actividad les da la oportunidad de conocer la urbe de otra manera y tener acceso a lugares que no se podrían visitar de otra forma.

“Lo nuestro es más bien como una escuela. Vienen a probar y empiezan ahí a aprender», dice Adhemar Orellana Rioja.

Uno de los valores que sostienen los croquiseros es la creación de un ambiente democrático y abierto. “A partir de la movida de Buenos Aires se fueron generando agrupaciones con la misma idea, abiertas, que participen los que quieran. No es elitista como otros grupos que son con invitación cerrada a gente que dibuja muy bien”, destaca Adhemar Orellana Rioja, miembro a cargo de la organización de las salidas. “Lo nuestro es más bien como una escuela. Que vengan a probar y empiezan ahí a aprender. Hemos visto muchos avances de gente que al principio no dibujaba bien y ahora se suelta”, asegura. Orellana es profesor  de Diseño en la UBA en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) y siempre invita a sus alumnos a sumarse, convencido de que Croquiseros es un buen espacio para tender puentes entre generaciones. De hecho, algunos niños traídos por sus familias también participan con entusiasmo del encuentro.

Cada croquisero elige libremente a qué salidas sumarse, algunos se incorporaron recientemente, otros se fueron y volvieron. Pero coinciden en el gusto por encontrarse con otras personas para compartir un arte del que todos disfrutan. La compañía convive con la soledad y la introspección.  Algunos charlan con quien tienen al lado, otros prefieren el silencio. “Te pasás horas encontrándote con vos mismo, en el estado más placentero que es estar dibujando. Para nosotros es más una terapia que otra cosa, no hay un objetivo de vender lo que hacés, a lo sumo publicamos y hacemos las muestras”, afirma Oscar Hernández, mientras termina su trabajo de una perspectiva de la parte trasera de uno de los edificios del Roffo.

Tres horas más tarde, hacia el final del encuentro, todos los integrantes, dispersos por el predio, se reúnen nuevamente para compartir sus trabajos. Cada uno deja en el piso sus hojas y cuadernos  de diversos tamaños y de pronto se crea una larga fila.  Obras hechas en acuarela, lápiz o tinta muestran un costado bello y multifacético del Instituto. Los presentes recorren la muestra improvisada, comentan, señalan, preguntan de quién es tal o cual obra y se felicitan entre sí. Se despiden hasta el próximo mes, que los encontrará en otro sitio, pero siempre dibujando.