Por Virginia Vitali
Fotografía: Cristina Sille y Pilar Camacho

Seiscientas estudiantes secundarias de la Ciudad de Buenos Aires viajaron al Encuentro Nacional de Mujeres.

Organizadas por la Coordinadora de Estudiantes de Base (CEB), unas 600 adolescentes de 13 a 17 años de escuelas secundarias porteñas viajaron a La Plata para participar de la aventura feminista más intensa que existe y vivenciar una experiencia colectiva, comunitaria e inclusiva.

Son las 6 de la mañana del 12 de octubre pero para ellas la fecha nada tiene que ver con el “descubrimiento de América” sino con el descubrimiento de vivir bajo el yugo de un sistema colonialista y patriarcal.

La lluvia es constante y los nueve micros estacionados sobre la avenida Ángel Gallardo, en el barrio de Villa Crespo, comienzan a llenarse de expectativas, adrenalina, adolescentes, mujeres, paquetes de arroz, polenta, bizcochos, té, yerba y grandes ollas.

Por la suspensión del acto de apertura del Encuentro, a raíz de la lluvia, la delegación se traslada sin escalas al alojamiento asignado, la Escuela N° 42 “Leopoldo Herrera” de La Plata, donde acomodan sus bártulos y colman las aulas de bolsas de dormir y mochilas.

Muchas chicas se camuflan en un rincón del primer piso y, mientras esperan que empiece la asamblea, sacan una afeitadora, la ponen a cero y se lookean las cabezas con rapados para la ocasión.

Una vez en el salón de actos, las organizadoras plantean la hoja de ruta de la jornada, se deciden los talleres a participar, se aclaran las particularidades del trazo de la ciudad para que las chicas tengan en cuenta a la hora de moverse, y se hace hincapié en el protocolo de seguridad.

El contingente se divide por facultades –donde se desarrollan las diferentes actividades– y se nombran a las adultas encargadas de cada grupo. ANCCOM acompaña al grupo que va a la sede de Trabajo Social. Mujeres y sistema carcelario, Antiespecismos y feminismos y Violencia obstétrica son algunos de los talleres que se organizan allí.

Las estudiantes se distribuyen en cada uno, se pacta un horario y lugar de reunión dentro del predio. Rosángela, la responsable, va con una de las pibas que quedó sola al taller de Pérdida de hijes, hacer el duelo. El salón está completo pero no hay coordinadoras. Psicóloga de profesión, Rosángela toma la iniciativa, hace circular la palabra, van apareciendo los relatos en primera persona y todes, con respeto, escuchan.

Una vez terminados los talleres, las chicas se juntan en el punto acordado, controlan que no falte ninguna y salen hacia 1 y 53, el sitio de concentración de todo el contingente para marchar por los travesticidios y transfemicidios. Miles de personas andan por las calles platenses. Las pibas caminan muy entretenidas intercambiando experiencias. Una le cuenta a otra que en el taller de Mujeres y sistema carcelario, escuchando las historias, se había sentido chiquita.

En una esquina, dos hombres con un megáfono gritan que ellos también sufren la desocupación y la precarización laboral, que no es un problema solo de las mujeres. “¿Por qué no exigen cupo laboral para albañilería?”, reclaman. “¡Organícense!”, responden las pibas. “No les contesten, que se queden hablando solos”, dice otra mujer.

“El miedo se cambió de bando”

De vuelta en la escuela, a la hora de la cena, se pueden ver grupos de adolescentes en la puerta, en el patio, rancheando en los pasillos, algunas con guitarra y ukelele, otras jugando a las cartas.

Táper y cuchara en mano, las adolescentes hacen una fila que atraviesa el hall y parte del pasillo que da al gimnasio. Conversan, se ríen hasta llegar a la olla. Adentro de la cocina, otras pibas se encargan de la olla con tuco y de la de polenta y, con unas cucharas poco prácticas, tratan de servir rápido para paliar tantos estómagos vacíos después de un día intenso.

 

A la mañana siguiente, a las 6:30, las designadas pasan aula por aula despertando a todas, hay que desayunar e ir a la Asamblea y ahí marcar la cancha. Las casi 600 pibas se aglutinan en el gimnasio. Con caras de dormidas, pelos revueltos y mucha fiaca, algunas descalzas y otras desparramadas, prestan atención a la veintena de adolescentes, de diferentes colegios, que asumieron el desafío de organizar el encuentro de todas. Establecen cuestiones de convivencia y limpieza, los talleres a los que asistirán, focalizan en la importancia de la marcha multitudinaria e insisten con el protocolo de seguridad.

ANCCOM sigue al grupo que se dirige a Bellas Artes, ya sin lluvia pero fresco, y las pibas se dividen en los talleres. Alrededor del patio se monta una feria con puestos que ofrecen ropa interior, cremas artesanales, comida vegana y numerosos productos que no aparecen en los circuitos comerciales. Una pared está dedicada al Escrache Al Macho Abusador, con fotos de rostros con nombre y apellido de violadores y una lámina gigante a un costado donde cuelga un fibrón, para que cualquiera pueda escrachar a su abusador. Y en la pared del fondo, un grafiti que dice: “El miedo se cambió de bando”.

Violeta, una de las pibas, sale del taller de Feminización de la pobreza. Se siente mal, con lágrimas en los ojos, le duele la garganta y quiere irse. Pero quien acompaña no puede dejar al resto solas. Viole acepta unos mates calientes, come pasas de uvas y maní y se tranquiliza. Entonces se pone a charlar con la acompañante de lo políticamente poderoso del Encuentro. Lo que la moviliza es comprender que la mayor parte de la vida de las mujeres está condicionada por el patriarcado. «Vivo en una burbuja», afirma. Al rato se siente mejor y decide volver al taller.

Al mediodía, la delegación completa se reúne en la plaza San Martín para almorzar, distenderse y disfrutar de la feria y los eventos culturales que hay allí. Algunas volverán a la tarde a otros talleres, para reencontrarse en 1 y 60 y, ahora sí, a marchar.

 

La columna arranca por diagonal 79 hasta calle 7, de ahí hasta 32 y derecho al Estadio Único. Organizaciones barriales, políticas, sindicales, gente suelta, con peinados locos, glitter, pelucas, máscaras, tatuajes, torsos desnudos con inscripciones, brujas con escobas, tambores, bombas de estruendo, humo, canciones. Es una verdadera fiesta popular. Los vecinos en los balcones y ventanas observando. Las pibas encolumnadas, cantando, viviendo el pogo feminista.

Al concluir la masiva movilización, empieza el desafío de atravesar la ciudad con 600 personas y sin controles de tránsito a la vista. Las pibas lo resuelven adelantándose en grupos de cinco a la próxima esquina y formando un cordón para detener los autos, y en la retaguardia un grupo de adultas hacen avanzar a todas, así durante tres kilómetros.

Horas más tarde, a las 7 de la mañana, las organizadoras pasan otra vez aula por aula para despertar a todas. Es momento de desayunar, hacer la asamblea, limpiar el edificio y regresar a casa.

 

La emoción de la vuelta

En el viaje de vuelta, ANCCOM dialoga con pibas y acompañantes. Para Carolina, una estudiante de 16 años de la Escuela Carlos Pellegrini, fue su primer Encuentro. “Me encantó mal”, dice. Participó de dos talleres, Relaciones sexoafectivas y Herramientas para liberar emociones. La sorprendió mucho cómo todo el mundo escuchaba y nadie se interrumpía. Fue algo transformador para ella. “Pude ver el feminismo, lo viví, estuve ahí”, sostiene. También quedó impresionada con el gran trabajo de la CEB y que tan pocas pibas se hayan puesto la organización al hombro.

Para Janet, de 13 años, estudiante del Normal 11 de Parque Patricios, también fue su primer Encuentro. No recuerda el nombre del taller al que asistió. Decidió venir para saber sobre feminismo y aborto y aprendió muchas canciones. En su escuela, dice, hay algunos que opinan que ser lesbiana o gay es malo, y para ella no es así y quiere aprender.

Mercedes es la mamá de Lucero, una alumna del Cortázar que iba a viajar con amigas al Encuentro pero como faltaban adultas acompañantes decidió venir con la CEB. También fue su primera vez. “Estoy feliz de acompañar esta movida, te carga de energía y, sobre todo, de esperanza”, dice. Y si bien ella no eligió talleres porque acompañaba, salió fascinada del que tuvo que ir, Mujeres, política y poder. Y la marcha le pareció “divina”: “Los medios te muestran otra cosa, el descontrol, los quilombos, pero cuando vos estás adentro, las chicas con tanta alegría, tanto amor, viviéndolo, en una columna, es otra cosa totalmente distinta”, asegura.

Para Zoraida, la mamá de Irupé del Mariano Acosta, fue su segundo Encuentro, los dos con la CEB. El Centro de Estudiantes del Acosta cuenta con ella a la hora de rastrear mamás o adultas responsables. Zoraida se cuida de no invadir los espacios de su hija. Esta vez fue al taller de Feminismo, poder político y disidencias. Le encanta venir al Encuentro porque aprende un montón de cosas: “Me abren la cabeza y el corazón, me emociona el trabajo autogestivo y me emociona que hay personas que están pensándose y nos están pensando como grupo”.