Por Sofía Moure
Fotografía: Gentileza Prensa

La obra gira en torno al caso de Walter Bulacio,

El saxo suena desde un costado del escenario cuando las luces se encienden lentamente, dando comienzo a la obra. La escenografía es sencilla: por un lado, un escritorio con expedientes y un teléfono; por otro, un perchero y una máquina de escribir. Lo justo y suficiente para dar vida a una comisaría. Junto con el silencio, entran a escena tres actores; y con ellos, tres personajes: un agente, el comisario y el loco. Hasta allí, uno podría creer que la historia está ambientada en aquellos años setenta, sino fuera por el cuadro de Carlos Menem con la banda y el bastón presidenciales colgando en la pared. Entonces no quedan dudas. La década de 1990 se hace presente en el escenario: en el vestuario, en la jerga utilizada, en el cuadro. Pero, más que nada, en esa figura ausente, Walter Bulacio; en ese caso sobre el que gira la obra, la Muerte accidental de un ricotero.

Desde el 6 de septiembre y hasta fin  octubre, el Teatro El Cubo (Zelaya 3053, CABA) se transforma en escenario para una obra que encuentra tres inspiraciones: Muerte accidental de un anarquista, del dramaturgo italiano Darío Fo; la historia de Walter, el joven de 17 años que fue asesinado por la policía en 1991 tras ser detenido en las afueras del Estadio Obras antes de un show de los Redondos; y la música de esta banda.

En general, la historia se mantiene fiel a la obra original: la acción comienza en una comisaría y tiene como protagonista principal a un hombre -”el loco”- que sufre de histriomanía, enfermedad que lo lleva a fingir y falsificar identidades, razón por la cual es detenido. Allí, intercepta una llamada y se entera sobre la llegada de un juez que va a investigar una muerte ocurrida en el sitio. Pero en lugar de un anarquista, la víctima es Bulacio. A partir de ello, el loco se hace pasar por el juez y logra que los policías recreen los hechos de la noche del 19 de abril de 1991. De esta forma, la obra revive el caso a partir del trasfondo judicial -menos conocido por el público general-, y da cuenta de las contradicciones, las complicidades y la corrupción que obstaculizaron la búsqueda de verdad y justicia por el asesinato de Walter.

“La idea surge con la llegada a nuestras vidas de la obra Muerte accidental de un anarquista, donde instantáneamente pensamos en que la gente la tenía que conocer. Pensamos en casos de esa índole en Argentina, y el de Walter Bulacio se nos hacía notorio, sobre todo por la posibilidad de poner la música de Los Redondos en una obra de teatro”, cuenta Luciano Ferrari, uno de los directores de la obra. Junto con Daiana Kiernan, co-directora, se adentró en el proyecto autogestivo: un arduo trabajo que llevó cinco años e implicó la adaptación del guión original, una investigación cuidadosa del caso Bulacio y toda la puesta en escena de la historia con su texto, su música y su coreografía. “Demostrar el grotesco del procedimiento no hubiese sido posible si nosotros no nos adentrábamos en la causa judicial para saber bien todo lo que pasó. Por eso agradecemos a María del Carmen Verdú, que fue la abogada que nos acercó la causa por una cuestión artística y social”, explica Ferrari.

“Demostrar el grotesco del procedimiento no hubiese sido posible si no nos adentrábamos en la causa judicial», dice Ferrari.

La música también juega un rol importante -al punto que la producción es promocionada como “una noche ricotera”. No sólo sirve como modo de contextualización y como pretexto para los cambios de escena. En esos momentos en que la obra se carga de los términos y peripecias judiciales pero, sobre todo, en aquellos en que las palabras no son suficientes para transmitir toda la densidad de sentido, las canciones emblemáticas de Los Redondos, junto con una puesta coreográfica, son ese aire fresco, esa forma de narrar más allá de las palabras. Con máscaras, caracterizaciones y coreografías, los artistas en movimiento expresan con crudeza la violencia institucional, la represión policial y múltiples idas y vueltas del caso.

“Queríamos que no solamente quede en el texto y en la música, sino que haya algo más”, explica el director. “Interpretamos la poesía del Indio de esta manera y la volcamos de esta forma para marcar un mensaje antirrepresivo y de conciencia de lo que significa la malevolencia del aparato policial estatal. A veces parece que el amo está jugando al esclavo, pero sigue siendo amo, siempre, y de eso es lo que trata la obra.”

Muerte accidental de un ricotero es apta para los fieles seguidores del grupo de rock, pero también lo es para aquellos que saben poco y nada sobre la misa ricotera. Es un entramado de historias y elementos que dan vida a una obra llena de crítica, denuncia y momentos duros; pero también de humor, música y baile. Es un homenaje a Los Redondos, un homenaje a “uerte accidental de un anarquista”, un homenaje a Walter.

Según Ferrari, es el arte interpelando a las voluntades sociales e invitando a reflexionar sobre las malevolencias del neoliberalismo, el de los noventa y el de la actualidad. “Nosotros crecimos en el menemismo y sufrimos el macrismo, así que era un momento para representar esas instancias a través del teatro y generar algo en la gente”, agrega.

Del mismo modo, Juan Fernández, actor que encarna al comisario jefe, sostiene que “esto es para poner de manifiesto cómo, a veces, las instituciones que están para cuidarnos complotan y causan estas injusticias y condenan a muerte a un chico que su único delito fue ir a ver una banda de rock and roll. Traerlo y ponerlo de manifiesto es, para todos los que componemos este grupo, decirles a todos ustedes que la única muerte verdadera es el olvido. No nos olvidemos.”