Por Andrea Bravo Ramos.
Fotografía: Camila Godoy

Más de medio millón de hectáreas ya ardieron en el Amazonas desde que se desató el incendio.

Como dice la letra de “Earth Song”, de Michael Jackson, “es el útero del planeta” que se extingue y sólo quedan cenizas. Aquel videoclip de ficción ahora es la vida real. Desde el 10 de agosto pasado, más de medio millón de hectáreas están ardiendo sin parar, la mayor parte de ellas en el Estado brasileño de Mato Grosso y la Chiquitanía en Bolivia.

La protesta ante la delegación diplomática brasileña fue convocada por el colectivo Climate Save Argentina, del que forman parte organizaciones ecologistas y voluntarios independientes de todo el país. Bajo el hashtag #ActForAmazonia, invitaron a los usuarios a sumarse en las redes y  señalaron que los incendios en Brasil han aumentado un 83% respecto de 2018 a causa de la deforestación y la sequía.

En el microcentro porteño unos adolescentes sin banderas gritaban “¡Ni un grado más, ni una especie menos!”, en referencia a que el cambio climático ha hecho que la selva se vuelva más inflamable y una trampa mortal para cientos de animales autóctonos al borde de la extinción. A lo lejos se veían las whipalas flameando y se escuchaban sicuris. La calle Cerrito al 1350, sede de la embajada, estaba cercada por la policía, rodeada de fotógrafos y móviles de noticieros.

«El agronegocio es un incendio y no vamos a salir de ahí rezando» dijo Soledad Barruti, una de las convocantes.

En la movilización se encontraba Soledad Barruti, autora de Mala Leche y Malcomidos, dos libros que han denunciado la catástrofe a la que conduce la agroindustria y la incidencia de la publicidad en la alimentación de las familias argentinas, más allá de cualquier consideración por la salud. Desde su Instagram, donde tiene más de 81 mil seguidores, había convocado a la marcha: «El agronegocio es un incendio y no vamos a salir de ahí rezando. Hay que cambiar nuestros hábitos. La comida es un acto político. Nos vemos mañana en la Embajada de Brasil», posteó.

Allí, al día siguiente, había una pancarta en alto con una pregunta: “¿Sabías que para producir 1 kilo de carne vacuna son necesarios 15.000 litros de agua?”. Algunas personas intercambiaban contactos para mandar fondos a las zonas más afectadas. Un muchacho con la cara pintada, llevaba un cartel en el cuello que decía: “Amazonas 17 días quemándose”. Unas compañeras se acercaron a él con un marcador para que corrigiera los días: 18 (y contando).

Los medios masivos, en un principio, no le dieron cabida en sus agendas al incendio. Debieron explotar las redes, a través de cuentas personales, para que la comunidad internacional tomara conciencia de la tragedia. Periodistas de canales de TV defendieron los “chaqueos” –la quema de pajonales para renovar los cultivos–, “suelen ocurrir y se potencian en agosto y septiembre por el clima seco y la falta de lluvia”, remarcó uno de ellos. El colmo fue un video viral donde el mandatario brasileño Jair Bolsonaro declaró que “los incendios podrían haber sido potenciados por las ONG porque han perdido dinero, con la intención de traernos problemas».

A los dislates de Bolsonaro se sumó la tardía reacción de su par de Bolivia, Evo Morales, cuyo proyecto económico –tal como está planteado hasta hoy– parecería haber tocado un límite y debería ser reformulado dado el pasivo ambiental que está generando. Por caso, la política de incentivar la ganadería vacuna indiscriminadamente es contradictoria con la Ley Madre Tierra a la cual adscribe el oficialista Movimiento al Socialismo (MAS).

«Hace un mes, el gobierno ha dictado el inconstitucional decreto N° 3973 que permite las quemas controladas en áreas que no son para la agricultura, eso quiere decir que están rompiendo el suelo para uso forestal. Un mes después comenzó esta catástrofe. Es prácticamente un acuerdo con los ganaderos, la agroindustria y Evo Morales. También proporcionó tierras a la Confederación de Comunidades Interculturales y ellos no saben manejar el bosque, han empezado a lotear y han encendido el fuego. Hay miles de focos de calor», explicó, en diálogo con ANCCOM, el biólogo Alfredo Romero Muñoz.

Bolsonaro acusó a las ONG por los incendios, un verdadero disparate.

Desde Berlín, donde realiza su investigación doctoral en la Universidad Humboldt –estudia en particular los impactos de la deforestación y la cacería de fauna–, Romero Muñoz sostuvo que «el gobierno busca el crecimiento económico en vez de buscar la paz social, y lo hace siguiendo el peor camino: producir carne vacuna para exportar a China y a Rusia”, y añadió: “Si seguimos así nos tenemos que despedir de cualquier árbol. Para el 2050 perderíamos 38 millones de hectáreas con las leyes números 337 y 1098”. La primera establece una amnistía para los desmontes que se hayan ejecutado sin autorización entre el 12 de julio de 1996 y el 31 de diciembre de 2011, y la segunda (sobre aditivos de origen vegetal), promueve el ingreso de Bolivia en la era del etanol y la producción de biocombustibles.

“En Bolivia hace años que se deforesta mucho, pero el año pasado ha sido uno de los cinco que más lo ha hecho en el planeta, 350 mil hectáreas más que el 2017; y esta semana un millón”, se quejó Romero Muñoz y concluyó: “Esto es una tragedia».