Una muestra sobre el impacto de la Revolución Cubana en los intelectuales argentinos puede visitarse hasta septiembre en la Biblioteca Nacional.

Texto: Azul García | Foto: Leonardo Rendo

“No sé escribir cuando algo me duele tanto, no soy yo. La verdad es que la escritura, hoy y frente a esto, me parece la más banal de las artes. El Che ha muerto y a mí no me queda más silencio, hasta quién sabe cuándo”, escribía Julio Cortázar desde París el 29 de octubre de 1967, casi veinte días después de la muerte de Ernesto Che Guevara. El periodista cubano Lisandro Otero le había pedido ciento cincuenta palabras sobre “Cuba” pero Cortázar no pudo y en cambio, se encerró en el baño de la oficina donde trabajaba en Argel para llorar y desahogarse solo, sin violar los buenos modales que le impedían mostrar su dolor. “Como si uno pudiera sacarse las palabras del bolsillo como monedas. No creo que pueda escribirlas, estoy vacío y seco”, sentenció.

La Revolución Cubana fue un hecho histórico a gran escala. Sucedió en una época en ebullición, que la doctora en Ciencias Sociales e investigadora del Conicet, Claudia Gilman delimita entre 1959 y 1973 con el derrocamiento de Salvador Allende, el primer presidente socialista electo democráticamente. La historia de ese momento, marcada por el interés político y la sensación de que una transformación radical era inminente, estaba sucediendo en el Tercer Mundo. Era la primera vez que los ojos del mundo lo miraban con atención, porque si la revolución era posible, tenía que ser ahí.

La sensación era generalizada y para Claudia Gilman la prueba estaba en que “desde culturas de la opulencia y de la pobreza, y desde contextos políticos-económicos muy diversos se pudo formar un discurso dominantemente progresista del campo intelectual internacional”. Lo político se construyó como un nudo en el cual todos se ubicaban “tanto para rechazar las ataduras, como para apretar ese lazo”. 

En una pequeña sala de la Biblioteca Nacional hay una exposición llamada “La experiencia cuaba y los intelectuales argentinos”. Las fotos de los escritores, militantes y pensadores que apoyaron la Revolución hablan de un compromiso político que hoy parece ajeno. “Lo importante es poder apoyar a Cuba y venir acá, porque este es, en el momento actual, el fenómeno revolucionario más importante para nosotros, americanos”, escribió desde la isla el abogado y político John William Cooke. Allí, se unió a las Milicias Nacionales Revolucionarias junto con su pareja Alicia Euguren, periodista y militante socialista.

Las paredes de la exposición también cuentan la importancia de la Revolución para Argentina y cómo los eventos de Cuba irrumpieron en paralelo a una relectura del peronismo, en un contexto donde primaban las pocas expectativas en la izquierda y el nacionalismo popular durante el gobierno de Arturo Frondizi. “Mi primer viaje a Cuba fue para mí algo catártico; fue una experiencia que me sacudió en lo más profundo”, escribió Julio Cortázar en Revelaciones de un cronopio. “De pronto vi allí, con entusiasmo, fenómenos multitudinarios que en Buenos Aires había vivido con espanto. Eso exigió de mí un echar hacia atrás y tratar de rever las cosas”, finalizó. 

La experiencia cubana atravesó con fuerza todo el continente y obligó a los intelectuales argentinos a mirar lo que sucedía en el país con los anteojos de la historia mundial en movimiento. Para Claudia Gilman abrió una época, la larga década de los sesenta, que hizo evidente dos cosas: la transformación radical no iba a suceder en Europa y el socialismo podía llegar “por las armas o por las urnas”.

“El espíritu de época era que el cambio estaba a la vuelta de la esquina”, dice Joaquín Sticotti, sociólogo y profesor de Historia de los Medios en la Facultad de Ciencias Sociales. Los intelectuales y las figuras políticas del mundo se veían interpelados por la agitación mundial y eso generaba un efecto esperanzador de que otro mundo era posible. “Es difícil encontrar, hoy en día, instancias parecidas. La utopía de ahora pasa por las redes sociales y me parece una trampa considerar que Internet por sí solo tiene un efecto democratizador”, agrega.

La Revolución Cubana fue un hito que envolvió con fervor no sólo a todo un continente, sino al mundo entero. El primero de enero del 2019 se cumplieron sesenta años desde que Fidel Castro derrocó al dictador Fulgencio Batista y aunque hoy parece olvidada esa sensación de que un nuevo horizonte podría emerger, para Sticotti nacieron nuevas forma de hacer política que remiten a una transformación. “Hay en el feminismo un movimiento político nuevo que plantea un cambio profundo en la estructura social y desde otras perspectivas donde la violencia no tiene un lugar protagónico y los afectos y la sensibilidad son centrales”, cierra.La experiencia cubana y los intelectuales argentinos en la Revolución se puede visitar hasta septiembre del 2019 en la Sala María Elena Walsh de la Biblioteca Nacional (Agüero 2502) de lunes a viernes de 9 a 21 y de sábados a domingos de 12 a 19 horas.