Por Virginia Virgili
Fotografía: Camila Godoy, Leonardo Rendo

Más de 400 voluntarios participaron del Censo Popular de Personas en Situación de calle.

Más de 40 organizaciones sociales, políticas y barriales organizaron y realizaron, entre el 25 y el 28 de abril, el Segundo Censo Popular de personas en situación de calle de la Ciudad de Buenos Aires La logística necesaria para cubrir los 48 barrios porteños implicó la capacitación y coordinación de más de 400 voluntarios y voluntarias. Para fines de mayo, se esperan los resultados.

ANCCOM acompañó parte de la jornada, la noche del 25, en el barrio de Villa Crespo. La base operativa se instaló en el local de La Dignidad, sobre Beláustegui y Avenida San Martín, un espacio pequeño en el que una decena de jóvenes trabajó de manera ardua. Una olla humeante, en uno de los cuatro rincones del lugar, y una desbordante cantidad de salchichas sobre la mesa esperaban el arroz para el armado de las viandas. El horario pactado para salir a censar se dispuso para después de las 20:30.

La brigada de rastreadores se dividió en dos. Por un lado, los que iban en bicicletas, con la cena y un mapa en el que marcaban los puntos a censar. Por el otro, los que relevaban datos de a pie, salían en grupos de a dos o tres, caminaban en línea recta y prestaban especial atención en las ochavas y en los autos abandonados. Ellos también llevaban cenas.

Todos tenían una pechera violeta con letras en blanco que identificaba claramente que no formaban del Gobierno. Este detalle era un antes y un después en el momento de abordar a las personas. Durante la capacitación, se había hecho especial hincapié en la amabilidad, el cuidado y el respeto a la hora de dirigirse a las personas a censar.

Las personas en situación de calle solo aceptaban participar cuando confirmaban que los censistas no trabajaban para el gobierno.

¿Qué ves cuándo me ves?

En la confección de las planillas, había preguntas incómodas de hacer, pero extremadamente eficaces a la hora de relevar datos. Por ejemplo: por qué esa persona estaba viviendo en la calle, hasta qué creía necesitar para vivir mejor. A los menores, no se los censaba si no había un adulto o adulta responsable presente, pero había que marcar el lugar en el mapa y describir la “ranchada” en la planilla observacional. Otra cuestión que se acordó desde las organizaciones que organizaron el censo fue que, si estaban durmiendo, no se los despertaba, pero se les dejaba la cena igual.

Vivir en la calle podría ser interpretado como habitar en un ambiente inmenso: dormir en una esquina, caminar una cuadra para ir al baño, durante el día la sala de estar está en el deambular y hacia el mediodía hay que dirigirse hacia donde se consiga algo de comer.

Claudio estaba durmiendo sobre unas mantas en una ochava, al lado de su carro para cartonear que le hacía de reparo. Cuando el grupo de censistas pasó, se despertó sobresaltado. El equipo se presentó y Claudio los invitó a sentarse a su alrededor. Le dieron la vianda y lo primero que hizo fue observar con detalle los ingredientes. Luego comenzó a charlar, contó que tenía 60 años, había llegado a 3° grado de la primaria y hacía muchos años que vivía en la calle. Pero además contó que trabajó en Techint y en YPF, pero se fue “porque esas empresas daban pérdida”. También se dedicó a “vender almas”, pero ya no lo hace.

Algunas organizaciones denunciaron que el gobierno realizó operativos para sacar personas de la calle cuando se enteró de la realización del censo.

Alejandro tiene 49 años y dijo que era hijo de guerrilleros Tupamaros, se había exiliado a Suecia y había estudiado Economía Política. Según comentó, le faltan siete materias para recibirse. Con una oratoria exquisita, fue el que más tiempo les llevó a los encuestadores. Muy enfáticamente decía que no había que leer más a Foucault, que Marx nos había salvado la vida a todos y que se consideraba un marxiano. Era difícil interrumpirlo: tiraba título, tras título de libros que era necesario leer.

De repente, observó la juventud de uno de los censistas y comenzó a desplegar sus dotes de hombre experimentado en seducir mujeres, para que el “nene” aprendiera: “Yo te voy a enseñar a levantarte a una mina”, le dijo. Se reconocía como un gran conocedor de las artes amatorias. Sus primeras experiencias, comentó, fueron con las suecas. Pactaron un encuentro para otro momento, el censista debía traerle una radio y también a unos amigos, para intercambiar “unas charlas sobre educación sexual integral”.

El Cholo vive junto a Alejandro. Comentó que tiene como oficio el ser pintor de brocha gorda. Además, dijo que es aficionado a la poesía. Es peruano, pero “no tiene papeles. Sus hijos se volvieron a su país después de que se separó y perdió el trabajo. Y ahora, si se paga una pieza, no puede mandarles dinero a sus hijos. Cholo considera que para vivir mejor necesita estar con sus hijos, volver a Perú.

Gloria vivía en Chaco, la habían traído a Buenos Aires a los 7 años para trabajar en limpieza y cuidado de personas. Se escapó porque la trataban muy mal. Tiene hermanos, pero se hablan poco. No se acuerda cuántos años tiene, pero sabe que desde hace 20 que está junto a Julio Cesar, “un peruano chiquilín, que no respeta nada, la mete en problemas cada dos por tres y la hace pelear con todo el mundo”.

Para fines de mayo se esperan los resultados del censo.

ANCCOM acompañó la jornada del 25 a la noche y el 26 por la mañana, en la cual la tormenta no daba tregua y costaba encontrar a las personas en situación de calle. Además, comentaron los organizadores, que el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, a sabiendas de este censo, salió a retirar gente que vive en la vía pública.

La lluvia demoró la tarea de los censistas durante un gran rato. Pero los vecinos del barrio tenían la información de dónde estaban las personas que duermen en la calle, los conocen bien. Hay una red invisible de solidaridad, que les provee de lo necesario para la supervivencia, como a Manuel, que hace changas en la verdulería de ‘El Español’, o a Jorge, que hace algunos pequeños trabajos de herrería, sobre Juan B. Justo. Los vecinos también llaman a la ambulancia, cuando saben que las personas sin vivienda tienen heridas crónicas y necesitan curaciones. En el barrio, las acciones solidarias se extienden a tareas no muy agradables, como por ejemplo la que realiza la señora del kiosco de diarios, que se encarga de baldear el cajero automático, porque allí duerme una parejita que hace sus necesidades en el mismo lugar donde duermen. Habría algunos lazos sociales no destruidos, todavía, esos son resultados que no aparecerán en el censo, pero que pudieron relevarse en el diálogo con los vecinos que conviven con aquellos que hoy duermen en las calles de Buenos Aires.