Por Alejandra Rodríguez
Fotografía: Prensa

Mercedes D´Alessandro, Ana Malimacci y Tina Gerhäusser analizaron el lugar de las mujeres en la economía.

Niñas, adolescentes, mujeres adultas, trans, féminas de todas las edades se sintieron convocadas en el Teatro Nacional Cervantes el sábado 23, por la Asamblea de Mujeres. El evento, que comenzó a las 11 y se extendió hasta pasadas las 22, incluyó las ideas de numerosas personalidades entre las que se destacaron: Dora Barrancos, Nora Cortiñas, Diana Maffia y Rita Segato, entre otras.

En ese contexto, a las 17: 30, se desarrolló la charla “De la fábrica incendiada al techo de cristal: trabajo y desigualdad de género”. La exposición tuvo como eje la desigualdad de oportunidades y la explotación hecha carne en los cuerpos femeninos, ya sean empleadas domésticas, ejecutivas, políticas o migrantes. Con moderación de Liliana Hendel, la economista Mercedes D’Alessandro, la socióloga Ana Malimacci y la periodista alemana Tina Gerhäusser expusieron sus perspectivas.

Invisible

“Hay un montón de horas que se dedican a un trabajo particular que no está pagado en ningún recinto de nuestras vidas. Es el trabajo que hacemos las mujeres en los hogares: cocinar, lavar, planchar, cuidar a los niños y niñas o a alguna persona enferma o que tiene alguna discapacidad. Son jornadas larguísimas”, explicó Mercedes D’Alessandro, fundadora de Economía Feminista, una asociación civil que inicialmente comenzó como un medio de comunicación para difundir temas que hacen a la desigualdad de las mujeres desde lo económico y desde la perspectiva de género.

Una encuesta en Argentina sobre el uso del tiempo, arrojó que, “en promedio las mujeres dedican alrededor de 6 horas diarias a las tareas domésticas, casi una jornada laboral adicional a la jornada laboral paga”, afirmó la economista. “Esto es algo que, en la economía, como ciencia, ha estado invisibilizado porque estudiamos lo que tiene precio. Pero que no tenga un precio, no significa que no tenga un costo”.

D’Alessandro subrayó que, en Argentina, las mujeres ganan, en promedio, un 27% menos que los hombres. Pero, además, cuando las mujeres tienen trabajos precarios de media jornada, considerados como ‘changas’, ese distancia trepa a un 38%.

Las trabajadoras precarias son el 37% del total de las trabajadoras. Dentro de ese conjunto, el rubro que se impone en Argentina –igual que en toda Latinoamérica- es el de empleada doméstica. Ese rubro, a la vez, posee un 76% de tasa de informalidad.

La economista citó otros ejemplos paradigmáticos, como las maestras y las enfermeras. Estas profesiones han sido tradicionalmente femeninas, desde 1800 en adelante. No solo que suelen ser tareas mal pagas, sino que mientras la mujer es la enfermera, el hombre es médico cirujano o quien ocupa el cargo directivo en un establecimiento educativo.

“Cuando nos preguntamos, en Argentina, por qué las mujeres menores de 29 años tienen un 21.3% de desocupación –explicó D´Alessandro-, podemos entender que nos cuesta más conseguir un empleo en ese rango etario, porque existe la posibilidad de que seamos madres. La maternidad es un factor de penalización en el mercado laboral”.

Rita Segato, Nora Cortiñas, Diana Maffia y Dora Barrancos fueron algunas de las participantes en las jornadas del Teatro Cervantes.

Distancias

Ana Mallimacci,  trabaja en el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de Filosofía y Letras e investiga temas relacionados con la problemática de la migración y el género. “Las mujeres migrantes están sujetas a similares condicionamientos que los varones que migran -dijo-. Pero hay ciertas especificidades: la maternidad marca un punto de inflexión en las trayectorias y no sucede lo mismo con la paternidad. Muchas veces deben sumar, entonces, al trabajo no remunerado de cuidados, la necesidad de sostener económicamente al hogar porque muchas de estas mujeres son de hogares monoparentales”.

El envío de dinero no es suficiente para ser “una buena madre”, ironiza Malimacci. Al igual que el resto de las mujeres, cuando migran con sus hijos e hijas, estén en pareja o no, la feminización de los cuidados, condiciona su forma de inserción laboral.

“Sobre los varones migrantes se puede pensar que van a trabajar y se van a ir –señaló-, pero cuando aparece la mujer migrante, se lee como un indicio de deseo de permanencia. Y cuando permanecen los migrantes es cuando se pueden cometer abusos, especialmente con bienes y servicios del Estado”.

La segunda cuestión que destaca la socióloga es que las mujeres migrantes, sin importar sus credenciales en su lugar de origen, suelen insertarse en empleos vinculados al sector de cuidados remunerados. Mal pagos, porque se suponen no calificados. Además, agregó, subyace un debate moral acerca de si esa persona es ‘de confianza’.

¿Quiénes cuidan lo que nosotras no podemos? ¿En qué condiciones lo hacen? ¿Cuánto de las consignas del feminismo más clásico descansan en ese trabajo mal pago y precarizado que solo realizan algunas mujeres? ¿Es posible pensar un feminismo que deja afuera a estas mujeres? El cuidado, parece, no solo está mal distribuido entre varones y mujeres, sino entre mujeres por cuestiones de clase, raciales y étnicas.

La periodista Tina Gerhäusser, entre otras cuestiones, investigó la migración en Mali. En el debate, aporta que “en su afán de avanzar, una mujer que le paga a otra, transfiere la responsabilidad de la carrera”. Las mujeres en posición de mando en Alemania, según ella, sufren un quiebre cuando tienen un hijo o hija, porque pierden ingresos, ganan el 61% de lo que ganaban antes.

«Las mujeres ganan, en promedio, un 27% menos que los hombres», dijo D´Alessandro.

Mandatarias

D’Alessandro destaca que en Argentina hubo presidentas. Además, reflexiona sobre el hecho de que cuando Cristina Fernández de Kirchner ocupó su cargo, durante dos períodos, fue la primera vez en la historia de Latinoamérica que hubo cuatro mujeres presidentas al mismo tiempo; Dilma Rousseff en Brasil, Laura Chinchilla en Costa Rica y Michelle Bachelet en Chile. En la historia de nuestra región hubo solamente 10 mujeres presidentas. “Este dato, en 2019 nos debería llamar la atención, porque hoy, por ejemplo, a nivel mundial hay un 10% de mujeres al mando de sus países. Y en este momento, en América Latina y también en América del Norte, no encontramos a ninguna mujer al mando de su país”.

Una experiencia interesante para mencionar en la actualidad es el gabinete de ministros del mexicano López Obrador que tiene paridad por decisión política. Por primera vez, además, en el país azteca funciona un parlamento de mujeres. Sin embargo, D´Alessandro advierte: “A las mujeres nos sientan a hablar de los temas de las mujeres y a mí, como economista, por ejemplo, me llaman para tratar temas de género y economía y no para hablar del dólar, de la crisis, de la devaluación, como si pudiese opinar solo de trabajo doméstico.”

“Este año hay elecciones en Argentina y hay una ley de paridad que se obtuvo en el año 2017, que implica que debe haber 50% de varones y 50% de mujeres intercalados –recuerda D´Alessandaro-. Cuando inició su gobierno Mauricio Macri, había un 13% de mujeres en el gabinete. Ahora hay un 20, por la reducción de carteras. Hoy los lugares que tienen mayor participación de las mujeres son la Cámara de Diputados y el Senado. En el Congreso hay en promedio un 38% de mujeres. Ellas llegaron a sus puestos a partir de la ley de cupo, de 1991, que postula que tiene que haber un 30% de cargos ocupados por mujeres. Donde no hay estas cuotas de género o de paridad, las mujeres no llegan”.

Gerhäusser explica que en Alemania hay ley de cupo, en los consejos de administración, en el ámbito de los funcionarios. También en la Deutsche Welle, donde trabaja. “Incluir cupos es solo una parte, también está el deseo de crecimiento ¿Por qué no puede haber modelos más flexibles para conducir una empresa? Creo que tener una carrera es como tener un hijo, se le pone pasión y también el derecho a desgastarse. Los empleadores ponen presión para producir. En Alemania si bien hablamos de estos temas, no pasa nada.”

Liliana Hendel avanza un paso más: a la exigencia de cupos, también le suma sororidad. “Tenemos la experiencia de una enorme cantidad de mujeres que tienen un pensamiento mucho más patriarcal y misógino que los hombres. De ninguna manera es la biología la que define las alianzas. Lo saben quienes están en el colectivo de la disidencia sexual y lo sabemos las mujeres que hemos visto con alegría la llegada de otras a ciertos puestos y después nos encontramos con una enemiga de nuestros propios derechos. También esto tiene que ver con señalar los límites de la exigencia de la paridad, porque no solo es necesario más mujeres feministas al frente. Sin estudios de género y sin un compromiso con esos estudios en la función, con la biología no alcanza”.