Por Tomás Eloy Gómez

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La Naranja Mecánica alguna vez fue la Gran Bretaña del futuro: la de la delincuencia juvenil, la tortura psicológica, el amor por Beethoven y la jerga adolescente enraizada a ambos lados de la Cortina de Hierro. Pero actualmente, bajo la dirección de Manuel González Gil, la distopía imaginada por el escritor inglés Anthony Burgess podría ser hoy y cualquier lugar. Llevada al cine por el estadounidense Stanley Kubrick en 1971, la violenta historia de Alex aparece este año sobre el escenario del Método Kairós, transformada por Manuel González Gil y su elenco en una obra musical sin tiempo ni lugar definidos. En el teatro, la música, el lenguaje, la brutalidad y el control social integran nuevamente un mundo imaginado que, a los ojos del director, sigue vigente.

¿Por qué La Naranja Mecánica?

La Naranja Mecánica nace en la productora de Javier Faroni, en marzo del 2018. Me comentó que había comprado los derechos y que quería dármelos para que yo la dirigiera. A medida que fue transcurriendo el año, fuimos dándonos cuenta de que, sobre todo para los productores, era muy difícil trabajar con una tragedia o con un drama en calle Corrientes. Para noviembre decidimos que aquella obra pensada originalmente para el circuito comercial fuera probada en el off: probar en el circuito alternativo, ver cuál es la respuesta del público y analizar si se quiere dar el salto luego a un circuito con más butacas. Por lo menos se tienen ya datos muy concretos de lo que va pasando con la obra y con la gente. Así la encaramos en cooperativa en el teatro El Método Kairós.

La actuación de Malcolm McDowell en la adaptación de Stanley Kubrick es un ícono en sí mismo. En esta versión le tocó a Franco Masini asumir ese desafío. ¿Qué le aportó al personaje de Alex?

Franco tiene una mezcla muy interesante de ese ángel y de ese demonio que Alex representa; de esa dualidad que es necesaria. Por su apariencia, hace que la otra persona baje la guardia, te acercás confiando y después te encontrás con la persona que es. El protagonista tiene que reunir determinadas condiciones físicas que Franco reunía y, por supuesto, las interpretativas que necesita para transitar por el camino tortuoso que Alex transita.

Manuel González Gil con sus actores.

Alguna vez mencionaste que la escritura de esta adaptación teatral partió fundamentalmente de la novela original de Burgess, y que hubo una voluntad de cuestionar si aquel futuro imaginado por el autor y llevado a la pantalla por Kubrick era ya un presente. ¿Qué papel tuvieron en ese proceso el diseño de producción y la dirección del film de Kubrick?

Burgess y Kubrick, ambos, pensaron en un futuro. Lo que pasa es que, en un tiempo en que todo pasa tan rápido y lo que antes pasaba en cien años ahora pasa en uno, el futuro a Kubrick le quedó corto, porque hasta la ‘estética del futuro’ empezó a pasar de moda a los cinco años. A los seis ya parecía viejo. Lo que hay que rescatar es que lo inquietante es que se realice en un espacio y en un tiempo indefinido. Puede ser el futuro, y creo que es el futuro. También entendí que ese futuro que Kubrick y Burgess pensaron ya había llegado. Los condicionamientos sobre determinadas partes de la población, como en este caso la carcelaria. Pero el gobierno pretendía llevarlo a toda la población y someterla a este lavado cerebral. Tal vez ahora esto se hace de otra manera: el manejo de los medios va provocando determinados resultados generales. Y esto lo vemos claramente en cómo los pueblos votan y cómo llegan determinados presidentes al poder. Entonces claramente ese futuro es hoy. La implantación de chips ahora es una realidad. Por lo tanto, entiendo que jamás podrían pensar en su época, Kubrick y Burgess, otra posibilidad que esta lobotomía que le hacen al personaje de Alex. Sin necesidad tal vez de hacerlo tan cruel, como la experiencia del método Ludovico –en la ficción, es una técnica para la ‘rehabilitación’ de criminales que se basa en someter a los presidiarios a imágenes de extrema violencia bajo los efectos de fármacos que les generan dolores físicos-  ahora se hace con mucha más liviandad y con mejores resultados. Por lo tanto, la estética de la puesta en escena estaba fundamentalmente basada en esas premisas: en no contar ni un espacio determinado, ni un tiempo determinado. También estábamos condicionados al espacio en el que teníamos que jugar: el Teatro Kairós, que es un espacio vacío y que tiene cierta rústica en sus paredes. Partimos de esa posibilidad estética que nos daba la sala y creamos, casi te diría, un ambiente fabril con una excelente propuesta que nos hizo Lula Rojo en la escenografía y Pablo Battaglia en el vestuario. A partir de ahí transitamos esta idea de atemporalidad y de una universalidad espacial.

La música es fundamental en la historia de La Naranja Mecánica y para su protagonista. ¿Cómo fue el trabajo en conjunto con Martín Bianchedi para transformar ese texto original, y su relación con la música, en una obra musical?

Creo que la música en esta obra es fundamental ya desde la estructura argumental. El lavado cerebral de Alex fracasa porque es acompañado con la música de Beethoven y esto genera una falla en la metodología. La música es parte fundamental, por lo menos del universo de Alex. Fue fundamental en la película y también la sentimos indispensable para esta adaptación teatral. Con Martín trabajamos juntos desde hace cuarenta años ininterrumpidamente. Casi respiramos, él en la música y yo en el texto, una comunión muy grande. Descubrimos en el trabajo, cuando estábamos haciendo la tercera escena que el código de la obra iba a ser una suerte de ópera. Porque la música marca las acciones, es omnipresente durante toda la obra, los personajes hablan constantemente sobre la música y accionan sobre ella. Porque la música es climática, es protagonista.

Los peligros de la manipulación psicológica como herramienta de control social aparecen en las obras de Burgess y Kubrick en contraposición con el deseo de  rehabilitar y redimir al criminal violento. Analizándolo hoy: ¿en qué punto dirías que esa ciencia ficción ya es ciencia sin ficción?

La escena del debate que tienen el científico, el político y la religión frente a diputados y senadores de la Nación es lo que tiene más actualidad y expone la vigencia de lo que se está contando. Lo llamé a Darío Sztajnszrajber, -él también era fanático de la película- y estuvimos charlando mucho sobre esta escena. Y me tiró varias ideas para poder también llevar mucho más a fondo esta disputa entre el poder, la ciencia y la religión. La verdad, creo que esa escena marca como la bisagra casi conceptual de lo que se está debatiendo, y deja en evidencia la no existencia de buenos. Ni siquiera te diría de malos. Lo que deja traslucir, deja en carne viva, es la presencia fundamental de los intereses personales de cada sector: los comerciales, los del poder, los de la ciencia y los de la religión. Los deja sumamente expuestos. Esto me parece de una vigencia tremenda. Y un poco te apena que después de cincuenta años tenga tanta vigencia una misma situación porque no se ha podido resolver.

Franco Masini en el centro rodeado por Tomás Kirzner, Lionel Arostegui, Enrique Dumont, Francisco González Gil, Stella Maris Faggiano, Tomy Wicz y Fran Ruiz Barlett.

En el último año el teatro argentino sufrió una caída importante en ventas de entradas, junto con problemas presupuestarios en los organismos de fomento y alzas en los costos, sobre todo para el teatro alternativo: ¿cómo ves el futuro del teatro argentino en el corto plazo?

Siento que el teatro comercial está muy condicionado a hacer productos que estén muy ligados al humor. Yo fui también, y soy, parte de eso. Son cosas que los productores van necesitando hacer para poder llenar las salas. Fundamentalmente creo que el año de la crisis fue el 2018. Yo he visto obras dramáticas verdaderamente bellas que, en cualquier otro momento socioeconómico, perfectamente se podían dar en calle Corrientes y que este año no las admitían. Obras que verdaderamente tenían un valor teatral y no fueron acompañadas por el público. Por lo tanto, el teatro alternativo pasó a ser el único refugio en donde estos temas podían contarse. Y aquí estamos. Por eso es que La Naranja Mecánica, de pensarse para un teatro comercial, pasó a estar en el Kairós. ¿Cómo veo el futuro? En estos años de mi vida teatral siempre el teatro estuvo casi en peligro de extinción. Pasó por muchos momentos. Y siempre renace, y siempre encuentra sus formas, y siempre encuentra su salida. Tiene que acompañar, obviamente, un proceso en el  país. Yo tengo la posibilidad y el privilegio de viajar por todo el mundo para dirigir y te aseguro que no tengo la menor duda que el mejor lugar para trabajar el teatro de habla hispana es Buenos Aires, porque reúne a los mejores actores, a un público muy inteligente y exigente de lo teatral. Esto no se encuentra en estos otros países.  Vivo en el mejor país para hacer mi teatro. Y creo que, obviamente, va a volver a salir. Siento que el teatro siempre encuentra sus huecos y sus propuestas. Y son ciclos. En este momento estamos en una crisis, obviamente, y no lo dudo. Pero no es solo un deseo. Sé que vamos a encontrar otra vez una ola enorme que nos vuelva a poner a todos en camino.

El Método Kairos Teatro en El Salvador 4530, Ciudad de Buenos Aires.
Podes vero hasta el 30 de marzo.
Viernes, sábados y domingos.