Por Tomás Plibersek
Fotografía: Tomás Borgo

Santiago Kalinowski mirando de frente a la cámara y detrás de él una gran biblioteca

“Hay que dejar de pedirle permiso al diccionario para hablar”, dice desde su despacho Santiago Kalinowski, doctor en Letras y director del Departamento de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas de la Academia Argentina de Letras. En las últimas semanas, los medios visibilizaron un fenómeno que el debate en torno a la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) logró sumar a la agenda pública: el lenguaje inclusivo. Para Kalinowski, sin embargo, esa discusión está bastante lejos de ser nueva.

También conocido como “lenguaje de género” o “no sexista”, el lenguaje inclusivo consiste en una serie de modificaciones en la lengua española para introducir un género neutro en los casos en los que se hace referencia a un individuo cuyo género no es marcado (ni femenino ni masculino), o a un grupo de individuos de varios géneros para lo que hoy se utiliza el masculino genérico (como por ejemplo “los estudiantes”, aunque sean varones y mujeres). Esta forma de utilizar las palabras produce conflictos porque sugiere la necesidad de cambios profundos en las composiciones gramaticales. Sin embargo, muchos colectivos que adscriben a ideologías de género las utilizan habitualmente. La discusión llegó a la superficie mediática cuando estudiantes secundarias se refierieron a “les diputades” en varias entrevistas periodísticas durante el crucial debate en la Cámara Baja. Las consultas empezaron a llover y la Academia publicó un pronunciamiento.

¿Cuándo comenzó a trabajar este tema?

Nosotros tenemos el servicio de consultas idiomáticas y somos una institución que entiende en cuestiones de lengua desde siempre, como cualquier academia. Empezamos hace bastante tiempo a recibir una demanda muy fuerte de consultas de los usuarios primero y después de la comunidad de medios. Y eso, cuando salió el video de una chica de un centro de estudiantes hablando con lenguaje inclusivo, de repente invadió la agenda pública. Pero eso fue simplemente el catalizador, esto es un proceso que viene hace como veinte años más o menos.

¿Tan antiguo es el fenómeno?

El estado actual de la cuestión, con el uso de la e, es simplemente el último capítulo de la discusión sobre el masculino no marcado, que viene desde que existió la necesidad de tratar de lograr que la sociedad tome conciencia de la situación de desigualdad que hay entre los géneros, de un género que tiene supremacía y uno subordinado. En el año 1999 salió publicada con desdoblamiento la constitución de Venezuela. Es un caso muy sonado porque es bastante difícil de leer. Todo el documento está escrito con o y con a. No se puede decir gobernador sin decir gobernadora, ministro sin decir ministra, presidente sin decir presidenta. Entonces quedan unas cláusulas totalmente kilométricas. Por ejemplo “si el cargo del presidente o la presidenta o el cargo del vicepresidente o la vicepresidenta o el cargo del gobernador o la gobernadora”… Digamos que, estilísticamente, se vuelve una pesadilla.

Muy difícil de leer…

Como era tan engorroso, se ensayaron opciones que ahorraban el desdoblamiento. Primero apareció la arroba, que a mucha gente le pareció que era binaria también porque es un signo que parece una o adentro de una a o algo así. Ante éste problema se propuso usar la X, que era no binaria, pero no es pronunciable. Entonces apareció la posibilidad de usar una vocal que no sea ni la a ni la o, con tradición de ocupar el lugar de vocal desinencial.

Entonces se incorporó la e…

Claro. En español en el final de las palabras solamente hay tres vocales, la o, la a y la e. Entonces por eso se prefirió la e, aunque trae otros problemas.

¿Por ejemplo?

Por ejemplo el problema de que “lectores” es masculino, entonces vos podés decir “les lectores”, pero sigue sonando muy masculino porque existe lectoras. Algunos lo que hacen en lugar de decir “les lectores” es decir “les lecteres”: cambian una vocal más para atrás.

Entonces el lenguaje inclusivo genera problemas gramaticales…

Genera un tema que es que no existe morfología en la lengua española. El género gramatical en español está estructurado de esa manera. Tiene una versión no marcada que es masculina, el masculino genérico, y que incluye a personas de todos los géneros. Por otro lado está el masculino marcado y el femenino marcado. No existe femenino genérico. El masculino sirve para dos cosas y el femenino sirve para una sola. Eso se puede remontar a la noche de los tiempos de la codificación gramatical.

¿Es una convención casual?

Es convincente pensar que dinámicas que eran propias de la especie vienen de mucho tiempo antes. Por ejemplo, que es el macho de la especie el que monopolizaba la fuerza física, el que distribuía los recursos valiosos, acaparaba los espacios de poder. Desde el punto de vista de la larga evolución humana no es casual que haya sido el masculino el que haya asumido ese rol. No es una conspiración entre los tipos que dijeron “vamos a hacer así”. Es tan abrumadora la presencia del macho de la especie en todos los lugares de mayor visibilidad que se da solo. Se asume que si hay un espacio, ese espacio es de hombres. Porque las lenguas funcionan en base a generalizaciones. De otra manera no podríamos hablar.

Santiago Kalinowski mirando a la cámara, apoyado sobre la mesa en su despacho.

“Hay que dejar de pedirle permiso al diccionario para hablar”, dice desde su despacho Santiago Kalinowski.

Posiciones y cruces

El debate en la academia ha resultado en posiciones a favor y en contra. En el año 2012, la Real Academia Española (RAE) emitió un informe donde criticaba las intervenciones de este tipo a la lengua española por un grupo de guías “por un lenguaje no sexista”. En un tweet de enero de este año, la Academia reafirmaba su posición frente a estas expresiones definiéndolas como “innecesarias y artificiosas”. Por otro lado, grupos feministas y ciertos académicos consideran que su uso es válido y necesario puesto que, desde su perspectiva, el español está “atrasado” frente a ciertos cambios sociales.

¿Cuál es su posición frente a este tipo de lenguaje?

Nuestra postura es que el lenguaje inclusivo es un recurso de intervención del discurso público que persigue un fin en la sociedad, que es el de echar luz sobre un problema, denunciar una desigualdad y eventualmente crear las condiciones para cambiarla. Es decir, pertenece al ámbito de la retórica, no es un fenómeno lingüístico. No sé si alguna vez lo va a ser, es muy difícil por otras razones. Tiene una extraordinaria potencia y, como se subordina al progreso social, es un recurso fantástico y necesario. Pero si se estudia dónde, cuándo y cómo aparece, se da cuenta de que su ámbito natural de circulación es el discurso público: una entrevista, una pancarta, un tweet.

¿No lo considera un proto-cambio lingüístico?

Me parece que plantearlo en esos términos es ya darle estatuto de cambio. Desde un punto de vista lingüístico, no podemos decirlo. Es una intervención consciente, calculada, planificada y muy potente e interesante porque no tiene precedentes. Se puede decir que es la formulación discursiva que rodea una lucha social y política. Y eso es algo de toda la vida: toda lucha social y política conformó alrededor un tipo de discursividad propia.

Pero podría pasar de lo retórico a lo lingüístico…

Todos los que intervienen en este debate presuponen que a la lengua la cambian cinco ‘changos’. Es tal la vehemencia con la que se lo rechaza como con la que se lo defiende. El valor principal de las lenguas es adaptarse a las novedades manteniéndose fiel a sí mismas. Si uno hablara con una persona del siglo XVIII se entendería perfectamente, dirían: “Uh usted habla raro. Usted también” y ahí se acabó. Para que esto ocurra hay que cambiar todas las vocales desinenciales, todo el sistema de pronombres y toda la estructura morfológica. La dimensión es totalmente desproporcionada: por eso digo que es muy difícil. Es reestructurar algo que en la mente de los hablantes está en un lugar de altísima jerarquía, que es muy abstracto.

Santiago Kalinowski junto a una ventana, mirando a la cámara con los brazos cruzados.

«Nuestra postura es que el lenguaje inclusivo es un recurso de intervención del discurso público que persigue un fin en la sociedad», dice Kalinowski.

¿Es útil entonces hablar en inclusivo?

Cuando uno escucha una fórmula de inclusión, no puede evitar tener conciencia de que hay alguien detrás que se planta frente a un problema, lo que lo lleva a ver ese problema. Con el discurso se lo presenta. Es un problema tan grave que quien use el lenguaje inclusivo necesitó por medio de esa forma denunciarlo. A partir de allí, uno no puede estar al margen, ya se involucra. Porque le molesta o porque le suena raro, pero se involucra. En ese sentido, es muy potente y muy necesario.

Frente a las posturas que no lo rechazan pero lo consideran un cambio generacional ya instalado, ¿considera que el español está atrasado a los cambios culturales?

Creo que es un fenómeno de nicho. Su ámbito de circulación es extraordinariamente restringido, hay grupos localizados con mucha visibilidad porque están a la vanguardia del movimiento: centros de estudiantes, el Congreso, algunos medios. Así como la lengua se configura a lo largo de miles de años y a través de generalizaciones, en esas generalizaciones se actualizan prejuicios de tipo racial, cultural y político. Atrasar, por supuesto que atrasa: es un poco algo que está dado. Y por ejemplo si uno quiere que deje de haber palabras racistas lo que tiene que hacer es terminar con el racismo. Como se trata de un pronunciamiento político, uno no puede coartarle a nadie la voluntad de pronunciarse ante una causa tan importante como esta, que la siente de una manera tan íntima y tan fuerte con argumentos gramaticales. Porque si uno se lo impide con argumentos gramaticales, esos argumentos, como se trata de un fenómeno político, no se leen y no se entienden como otra cosa que una intervención política.

Como lo hizo la RAE y otros grupos opositores…

Hay un problema de apreciación del fenómeno: se está tratando de lingüístico algo que no es lingüístico. Todas las organizaciones militantes escuchan eso como un intento de un organismo (la RAE) que tiene mucho poder de comunicación, de horadar la lucha feminista, no como una declaración clínica de tipo gramatical. La lengua funciona como una manera mediada de discriminar a una persona por distintas razones: su sexo, su origen nacional, su clase social, su raza. Se convierte en un dispositivo para hacer lo que realmente quiero hacer: criticar a la mujer que reclama igualdad. En cambio, si una persona no usa el lenguaje inclusivo, está usando la gramática de su lengua y no lo podés acusar de nada a menos que diga barbaridades. Hay que bajar la ansiedad de que de repente va a haber una “policía del lenguaje inclusivo” y que si vos no lo usas te convertís en un “machirulo”.

Esa palabra estuvo en agenda por el uso que le dio la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner para criticar a Mauricio Macri. ¿Qué piensa al respecto?

Para el discurso feminista fue un golazo. Esta palabra ya está en proceso de ponerse en el diccionario. Las declaraciones de gente de ese nivel le dan mucho ímpetu porque de repente un montón de gente se entera de lo que significa y dicen “ah, me viene bárbaro para decirle a éste que me acaba de rozar el culo en el transporte público, que me dice una guarangada”, porque hay un rol que esa palabra describe muy bien. Los hablantes necesitamos mover el léxico mucho más que todo lo otro.