Por Andrea Bravo Ramos y Alejandra Rodríguez
Fotografía: Gentileza Rafael Yohai

El Tribunal Oral y Federal N ° 2, integrado por Jorge Tassara, Jorge Gorini y Rodrigo Gómez Uriburu condenó, en la causa que investigaba los delitos de lesa humanidad cometidos en el Centro Clandestino de Detención y Exterminio Virrey Ceballos, a Jorge Omar Graffigna a 15 años de prisión, por haber sido autor mediato de los delitos de privación ilegal de la libertad agravada por mediar violencia o amenazas e imposición de tormentos reiterados. Por su parte, Jorge Luis Monteverde, por la misma acusación, recibió como pena 13 años de cárcel y su hermano Enrique, fue absuelto.

En un principio, los presentes miraron a los jueces con los ojos fijos. Luego levantaron los papeles o los apoyaron sobre el vidrio de la sala, que los separaba de los miembros del Tribunal y compartimenta el espacio. “30.000 desaparecidos presentes”, fue el grito escrito por amigos y familiares que acompañaron a los querellantes durante las audiencias que se llevaron a cabo en la Cámara Federal de Casación Penal de Comodoro Py, desde octubre, con motivo del juicio por los crímenes de lesa humanidad perpetrados en el Centro Clandestino de detención Virrey Cevallos. Los imputados fueron el ex brigadier Omar Rubén Graffigna y los hermanos Jorge Luis y Enrique Julio Monteverde, ex miembros del personal civil de inteligencia de la Fuerza Aérea.

En la foto Omar Rubén Graffigna, acusado por delitos de lesa humanidad.

El centro clandestino, según se pudo reconstruir mediante testimonios, funcionó entre el 22 de febrero de 1977 y el 26 de marzo de 1978. Graffigna, en ese entonces, tenía 51 años, hoy 92. En la primera audiencia, los peritos médicos leyeron un informe sobre su salud. Hablaron de un “mini-test mental”, que dio varias veces más bajo que el promedio. Mostraron tomografías en la pantalla grande, expresaron la importancia de las imágenes, para descartar patologías. Finalmente, la defensa mencionó incontinencia urinaria, además de destacar su condición de anciano y de la “necesidad de un cuidado mayor”. Fue entonces cuando la licenciada Adriana Taboada, desde la parte querellante, intervino para explicarle al Tribunal, que manifestó desconocer el término “viejismo”, que era una valoración prejuiciosa sobre la condición física y/o mental de una persona por el solo hecho de tener muchos años. Se refirió, expresamente, a que la defensa del represor había querido apelar a la lástima. “La pregunta es si está incapacitado para defenderse”, recalcó Taboada, sin esperar respuesta. Los hechos le respondieron: los tres imputados estaban en condiciones de declarar.

En la siguiente audiencia estuvieron presentes los represores. Mediante un discurso escrito, pidieron piedad y ante esa estrategia, los policías que custodiaban la sala debieron callar al público que expresó su indignación. Más adelante, los imputados no se cruzaron con Osvaldo López, un sobreviviente del centro clandestino, que entró por la otra puerta. Iba a declarar sobre su secuestro.

López no ahondó en detalles durante su testimonio, se detuvo cuando el fiscal le preguntó cómo logró escapar de su cautiverio en ese centro, a dónde escapó, por qué lo detuvieron. Quería saber si militaba o no. Entonces el sobreviviente dijo: “Si no fuera por los libros socialistas y la militancia, yo no contaría mi secuestro, sino que estaría siendo juzgado”. Y con esas últimas palabras uno de los jueces expresó que las preguntas habían sido suficientes. Por atrás se escucharon aplausos de aliento.

En su relato, Osvaldo López habló de una mujer, a quién intentó liberar en una celda que estaba al lado de la suya, pero no pudo abrir la cadena y escapó sin ella. La mujer era Miriam Lewin, otra sobreviviente de ese Centro y de la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada).

Lewin sí dio detalles de lo sucedido, durante su declaración. En la sala de audiencias rememoró su captura, se acordó del auto que la persiguió para llevársela, de las caras de los tipos que la agarraron, y de sus miradas obscenas. Describió los actos siniestros realizados con objetos especialmente hechos para torturar. Consignó los apodos de los represores como “El Sota”, que en ese momento estaba sentado en el banquillo: Jorge Monteverde. Lewin destacó la terraza de aquella casa, el sitio que fue diez meses su infierno. La terraza, a la que tuvo oportunidad de subir una vez, le dejó un recuerdo vívido, que años después le sirvió para reconocer que ella había estado en Virrey Ceballos al 630, a dos cuadras del Departamento Central de Policía.

Fernanda Candela conoció a Lewin cuando hacía de “detective”, en la búsqueda de Osvaldo Lanzillotti, su cuñado, a quien torturaron y asesinaron y gracias a que Lewin recordaba haberlo visto preso, en el mismo edificio que ella, pudo confirmar que estuvo en Virrey Cevallos. Candela reconstruyó en su declaración el proceso de búsqueda, la necesidad de obtener información sobre sus familiares desaparecidos. Durante la dictadura, perdió también a su hermana, secuestrada por el Ejército. Candela habló con firmeza, no lloró. Llevó a la memoria un dato que le habían dicho, referido a dónde posiblemente estaba el cuerpo fusilado de su cuñado. “Las cavadoras lo hacían muy lento, así que yo agarré una pala, porque yo escarbaba más rápido que la máquina”. Terminó su declaración con una apelación a los tres jueces que componían el Tribunal: “Memoria, Verdad y Justicia”.

El 27 de diciembre, en una audiencia que duró, con intervalos, desde las nueve de la mañana hasta las cuatro de la tarde, se dictó la sentencia. Se encontraba en la sala Graffigna, pero no así los hermanos Monteverde. Ellos siguieron los acontecimientos por teleconferencia. De esa forma escucharon el veredicto.

El Tribunal Oral y Federal N ° 2, integrado por Jorge Tassara, Jorge Gorini y Rodrigo Gómez Uriburu condenó a Graffigna a 15 años de prisión, por haber sido autor mediato de los delitos de privación ilegal de la libertad agravada por mediar violencia o amenazas e imposición de tormentos reiterados. Por su parte, Jorge Luis Monteverde, por la misma acusación, recibió como pena 13 años de cárcel y su hermano Enrique, fue absuelto.

Afuera, había abrazos, llantos y también, sonrisas. Familiares y amigos se sentían partícipes y cantaban juntos “Como a los nazis les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar”.