Por Nahir Del Buey
Fotografía: Leonardo Rendo

Guillermo Amarilla Molfino, nieto restituido por Abuelas y el músico, poeta e historiador Gabo Ferro en el segundo encuentro de Música e Identidad.

Guillermo pasea, con café en mano, de lado a lado, nervioso pero entusiasmado. Gabo conversa con la gente que ya está en el bar. El público entra y se acomoda en las mesas, frente al escenario. El vino tinto ya está servido, listo para entrar en calor en un día agobiante que azota la tarde del miércoles 14 de noviembre, en el barrio de San Telmo. La espera se hace larga, y va colmando de ansiedad a los presentes. De pronto, silencio. El micrófono se enciende. Se da comienzo al segundo encuentro de Música e Identidad, organizado por la carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA, Abuelas de Plaza de Mayo, el Centro cultural Caras y Caretas, el Centro Cultural de la Cooperación, la Fundación Germán Abdala y la agencia de noticias ANCCOM. Pasadas las siete y media de la tarde los protagonistas del día, Guillermo Amarilla Molfino, nieto restituido por Abuelas y el músico, poeta e historiador Gabo Ferro, se sientan en los sillones blancos ubicados sobre el escenario.

Cómo relacionar música e identidad con sus vivencias, es la reflexión a la que los invita la cronista. Gabo y Guillermo se miran. Por mutuo acuerdo es Guillermo quien toma la palabra. Luego de expresar alegría por poder compartir el evento con el músico y el público allí presente repasa: “No hay música que no interpele al oyente. Cuando recuperé mí identidad, hace nueve años, conocí a mi familia chaqueña e indagué sobre el chamamé. Me tocó encontrarme con una familia de músicos. Ahí entré en otro vínculo con la música. En silencio, escuchando la música”.

Siguiendo el hilo de la reflexión de Guillermo, Gabo piensa la música con la construcción de identidad personal y también de un colectivo. “La música en general nos conforma. Me tocó vivir el rock argentino en tiempo real, con los discos de vinilo. Había uno que me gustaba, que sacaba algo de mí, que era escandaloso para mis padres, que me venían mover el flequillo y se preguntaban ¿qué es esa música? En mi construcción de identidad había algo vergonzoso en hacer algún gesto que estuviese considerado mal”. Luego rememora lo difícil que fue aquella adolescencia, con opresión, sin información: “Me transformé en un joven hardcore, ahí está el colectivo. En lugar de encontramos en fiestas, nos encontrábamos en sanatorios, velorios, entierros. Algo que nos conformó. En mi identidad está esa resonancia melancólica”, describe.

Guillermo tiene una historia particular con el acordeón. El día de su restitución, reunido con su familia en la sede de Abuelas, un tío le preguntó a qué se dedicaba: “En ese momento tenía una banda de música, tocábamos tango. Había vendido un auto para comprarme un acordeón, pero no soy acordeonista”, aclara. Fue en esa confesión que entre los familiares se produjo un gran silencio y emoción: “Mi mamá tocaba el acordeón, ella teniendo menos de diez años se puso a tocar en la puerta de una iglesia, y pasaba la gente a dejarle monedas”. Guillermo describe que esa anécdota le generó otro vínculo con el instrumento. “Al tocarlo sentís la vibración en el pecho, en todo el cuerpo, y se viene a mi imaginación cómo vibraría el cuerpo de ella, teniendo diez años. Cuando lo toco, ella se presenta”. El público en la sala, emocionado abraza el relato con un aplauso.

El músico Gabo Ferro habla de la música en relación a la construcción de identidad, tanto personal como colectiva.

Gabo recuerda que de niño, cada cinco de enero, se iba a dormir y al levantarse se encontraba con una guitarra, por eso asociaba la música con algo extraordinario y mágico, los Reyes Magos. “La música me parece la plataforma perfecta para el salto a cualquier lugar. El hacer música te permite plantear problemas de manera más sensible e interesante que una exposición”, cuenta el artista en contraposición a otros formatos por los que ha pasado, como los congresos académicos.

Piensa, suspira, y luego reafirma que no se puede evitar la música. “Hay un himno que define a una Nación, hay música y no una obra de teatro que la defina. Es un gesto colectivo el tener una canción aglutinante. El fútbol tiene música, y una manera de ser cantada”, con tono perspicaz imita el canto de cancha. “Me resisto a pensar que no hayamos tenido nunca una canción de cuna. Todos tenemos una canción con la que conocimos a alguien, una que no escuchamos más porque nos recuerda a alguien”.

Por la cabeza de Guillermo pasa la figura del rock y su respuesta como marca de identidad en años de dictadura. Charly García con su irónico “festival del amor”, haciendo alusión a la expresión del dictador Emilio Eduardo Massera, cuando sin sonrojarse dijo: “Gobernamos con amor”. “Un colectivo tuvo identidad y lenguaje a través de la música. La identidad como rebeldía, como oposición. Ese espacio para decir no. Las identidades se construyeron en espacios de lucha”, remarca el nieto restituido.

El músico tiene una pesadilla recurrente, aunque sabe que es posible que haya pasado y está seguro de ello: “Una amiga de mi mamá vivía cerca del Olimpo, íbamos a jugar al lado de los muros a la pelota. Recuerdo la radio a todo volumen y me deja perplejo”. A su padre y hermano se los llevaron unos días, también en dictadura, pero volvieron. “Mamá me decía que eran cosas del fútbol, que viajaba mucho. Mi papá era dirigente de Chicago”. Las cosas no tenían explicación, era todo muy incierto.

Cuando Guillermo se animaba a preguntar, la respuesta era el silencio o “estos (los peronistas) eran unos reventados y los hicimos mierda porque sí, haciéndote pensar que eran malos”, pero era su apropiador quien comía con un arma en la mesa cuando llegaba alguna visita. “Ellos mismos con sus silencios me contaron todo –asegura- y fue una responsabilidad de toda la sociedad guardar silencio”.

Guillermo pudo golpear las puertas de Abuelas para ir respondiendo esas preguntas resonantes en su cabeza: quién era y quiénes eran sus padres. Obtuvo una respuesta, que fue encontrarse con una familia numerosa. “Un encuentro animal, te salís de tu manada y volvés desesperado. Lo vivimos como un reencuentro, no como un encuentro”. Abrazos, relatos y un silencio que no era el mismo vivido en la casa de su infancia. “Algo que disfruto más con mis hermanos, es poder compartir un mate en silencio”. Parece que se conocieran de todo la vida. Guillermo recuerda una anécdota en especial en los inicios de la reconstrucción del vínculo: “Uno de mis hermanos viajó y se quedó en mi casa, dormimos juntos y era raro dormir con él, era un desconocido o no. Empezamos una charla y ese momento fue más que un abrazo”. También recuerda lo que significaba y significa viajar al Chaco de su familia: “Cuando llegaba a Chaco era como volver a ser bebé, todavía siento cuando viajo que voy a tomar un poco de teta”, y la confesión desata aplausos. Los separaron un tiempo pero ya no van a separarlos nunca más. 

En la sala, hay dos amigos de Guillermo sentados en primera fila. Él recuerda que les costó acostumbrarse al cambio de nombre y que sentían culpa al llamarlo, sin querer, Martín –su nombre de apropiado-. “El nombre es una música que nos acompaña desde nuestro nacimiento y era una música que no quería escuchar más. Tomé la decisión de llamarme como mi viejo”, dice el nieto restituido número 99, que no cuenta con testimonios sobre qué nombre habían elegido sus padres para él.

A Guillermo y a Gabo no solo los une la música, sino Abuelas. El músico comenzó a colaborar con ellas en 2006 y las historias se le hicieron carne. Su empatía y amistad llevó a que, con Pablo Ramos, hicieran un tema para ellas. A Guille no hay canción de la dictadura que lo interpele diferente, pero palabras como libertad y amor fueron cambiando su significado.

Guillermo hace una reflexión final. “Todos nos preguntamos a veces quién somos, yo estuve obligado a preguntarme. Escribir mi historia es construir mi identidad y lo voy hacer toda la vida”. La identidad no es algo fijo, se construye todos los días, todos lo hacemos diariamente en relación con el encuentro con los otros, como el del miércoles.

Guillermo es el nieto restituido número 99, que al momento de definir su identidad decidió llamarse como su verdadero padre.