Por Magy Meyerhoff
Fotografía: Tomás Borgo
Hombres y mujeres charlando alrededor de una mesa

Encuentro de la agrupación Yo No Fui.

Ya es miércoles y aunque todavía es temprano, el solcito que llega desde afuera calienta al frío comedor en esta casa de habitaciones gigantes del barrio porteño de Flores.

Hoy hay taller de periodismo y todas las mujeres, sentadas alrededor de la mesa, escriben acerca de su identidad, de la libertad, de como todas comparten la experiencia de haber estado privadas de su independencia, en un penal o bajo arresto domiciliario.

Pasan juntas los lunes, los martes y los días que como hoy se sientan a redactar, esos días en los que la organización social Yo No Fui brinda talleres de serigrafía, poesía, escritura, talleres de producción en oficios que buscan según María Medrano, la que dio el puntapié inicial, «sortear esa dificultad que surge en las pibas una vez que están afuera: la de no tener un mango para parar la olla».

Para María, que ahora va y viene, llevando mate y bizcochitos, todo surgió cuando, trabajando en Tribunales, allá por el 2002, conoció a una bielorrusa que cayó detenida. Durante el tiempo que ella pasó en el penal, siguieron viéndose y estando en contacto.

Mujeres y un hombre escuchan a una mujer leer.

Yo No Fui brinda talleres de serigrafía, poesía, escritura y de producción.

Fue a partir de todo esto que María empezó a preguntarse cosas que no entendía y en ese tiempo escribió un libro de poesía que retrataba los saltos que daba su vida entre los Tribunales y la cárcel.

Y con esto, quizás para unir un poco esas dos partes, arrancó a dar un taller dentro del penal de Ezeiza, donde hasta hacía unos meses solo iba de visita.

Con el tiempo se extendieron a más unidades y a más chicas, a hacer festivales de poesía, a buscar abrir la cárcel… y también a mezclarla con ese ‘afuera’, ese lugar que desde adentro ve tan distante, en esa institución que carga con tantos prejuicios.

“Buscábamos eso, queríamos apertura -retrata María-, que las pibas salgan, que entre gente y que lea, que se junten”. Piensa, toma un mate y pone el énfasis en entender que la necesidad de Yo No Fui es también creer “que las personas que están en la cárcel están adentro de la sociedad, en el lugar que la sociedad eligió para ellas. No es que se fueron, la sociedad es también esto y la cárcel es parte de la sociedad”.

Mujer mirando de frente a la cámara.

María Medrano, fundadora de la organización.

María mira alrededor, mira a las chicas que todavía escriben: “Por eso no hablamos de reinserción, no nos gusta esa palabra, porque significa que en algún momento estuviste afuera”.

Desde lejos, sentada en la otra punta de la mesa, Marlee mueve la cabeza. Hace tres meses que llegó a la Argentina para estudiar sobre nuestro sistema penitenciario y cómo el género y el racismo encastran ahí adentro, después de haber analizado lo mismo en Australia durante casi un año.

Esta socióloga que vino desde muy lejos, ya bien podría pasar desapercibida entre las calles de Buenos Aires con su pañuelo verde colgado en la mochila y su pelo rapado de costado.

“Hay cosas que voy entendiendo, de a poco”, afirma, con su acento estadounidense, que parecería no poder abandonarla nunca. “No tenía prejuicios, no formé opiniones previas. Pero me intrigaba saber por qué en la Argentina la última dictadura seguía siendo todavía un tema tan recurrente… eso y qué pasaba con los derechos humanos en la cárcel”, dice, la mira a María, y agrega: “Creo lo estoy descubriendo”.

Mujer parada sobre la escalera mirando al horizonte

Retomando ese primer impulso, el del inicio del taller de poesía en el penal de Ezeiza, surgió Yo No Fui.  Así se llamó, también, el primer libro que editaron. Lo titularon de esta manera porque “es lo primero que se dice, ¿no? Yo no fui, yo no estuve, yo no sé…”, revela María, hablándole a las chicas, que asienten y se ríen. “Pero después empezamos a hacer una lectura más crítica de eso, aparece todo lo que no había dejado de ser por haber estado presa. Y ahí salieron el «yo no fui silenciada», «yo no fui desmemoriada», «yo no deje de ser persona por haber estado en la cárcel”.

Y para cuando publicaron la revista en el 2014 tuvieron que dar vuelta todo, dejar de hablar por la negativa. Entonces, la nombraron Yo Soy. Y con este proyecto a cuestas, trabajando también desde el taller de periodismo que hoy las une, comenzó el colectivo editorial que ahora lleva todo esto adelante: Tinta Revuelta.

Como parte de un proceso que se expande a medida que pasan los años, la organización ahora funciona de lunes a viernes entre Flores y Palermo, donde está la cooperativa, y en los penales de Ezeiza, en José C. Paz, en La Pampa y en el de José León Suárez también. Se financian con los planes de diferentes ministerios que fueron cambiando con los años y con algún que otro donante individual.

Mujer mirando de frente a la cámara

Liliana Cabrera, miembro de la organización que coordina talleres de poesía y de herramientas digitales en distintos penales.

Y María agrega, ahora quieren llegar a las unidades de La Plata. Pero entienden la necesidad de “hacerlo armando una red sólida… porque si empezamos, lo hacemos sabiendo que podemos sostenerlo, si no ni lo intentamos…”.

María hace una pausa y la mira buscando complicidad con Liliana Cabrera. Para ella haber llegado a Yo No Fui fue como “haber encontrado una ventana a mi misma, me dio la posibilidad de poder conocerme más y de poder hablar de temas de los que muchas veces hablar no es fácil”, admite.

Después de pasar ocho años presa en Ezeiza, ahora coordina talleres de poesía y de herramientas digitales en los penales en donde estuvo y en los de José C. Paz.

Mujeres sonriendo mirando de frente a la cámara.

«Queríamos apertura, que las pibas salgan, que entre gente y que lea, que se junten», dice María Medrano, fundadora del proyecto.

Y agrega que estos años compartidos también le dieron “la posibilidad de ir creando pensamiento crítico a partir de profundizar esos temas y no solo por la situación de detención, sino también el afuera, el discutir cada tópico que nos atraviesa como sociedad”.

Y ya terminando con las escrituras, reflexionando sobre eso que las une y sobre lo que vivieron, sobre lo que son y lo que entienden, empiezan a percibir en voz alta, que la libertad es un cúmulo de cosas que va más allá de estar encerrada detrás de una reja. Para ellas es tener un proyecto y poder realizarlo, tener las herramientas y el acompañamiento, porque “muchas veces la libertad es mucho más que salir en libertad, vos podes salir y sentirte presa en muchas otras cosas y estar afuera, con toda una vida sin haber pasado por la cárcel y estar condenada en un montón de situaciones”, dice Lili tomando un mate. Y sigue: “La libertad, para mí, es tener la posibilidad de enfrentar todo lo que te atraviesa con cierta autonomía de cualquier dependencia y a su vez teniendo el acompañamiento de lo colectivo. Porque la salida es colectiva y la libertad también, una no puede ser feliz o estar contenta en medio de un montón de personas que no lo están”.