Por Ignacio Martínez
Fotografía: Lucas Benevolo

Sobre el cruce de las calles Alsina y Virrey Ceballos, en la tarde de Microcentro, un joven con megáfono en mano y pañuelo celeste en su cuello grita mientras camina de una esquina hacia la otra: “Sigamos por Yrigoyen en favor de la vida”, grita. El joven está acompañado por otro veinteañero que lo protege de la lluvia con un paraguas, y lo sigue como una sombra, mientras intenta llamar la atención de personas que van y vienen con banderas de Argentina. En una de las esquinas, un bar está cerrado y confunde a transeúntes por tener el cartel de “abierto” en la puerta. Al lado, un hombre de más de cincuenta años, canoso, con boina, vende pines con imágenes de fetos y banderas patrias. “Me robaron las banderas que tenía para hacerme guita, ¿podés creer, y encima acá? Y a mi nieta le encajaron un billete de mil trucho”, le comenta al hombre otra vendedora ambulante sobre la puerta del bar cerrado.

A pesar de las indicaciones sobre el rumbo a tomar, los manifestantes en contra de la legalización del aborto, se concentran multitudinariamente del lado izquierdo frente al Congreso de la Nación. Las vallas delimitan una plaza contrariada por el color verde y celeste. Desde el lado celeste, se ven imágenes de vírgenes y santos pegadas en los edificios aledaños. Y sobre la inmediación al Congreso, un escenario concentra la mayor cantidad de personas que con las manos en el aire, siguen la letra de canciones católicas. “Creo que el aborto nunca puede ser una solución –sostiene Juan Cruz Díaz (27)-. Aunque las marchas no me gusten, vine para apoyar. Y en caso de que se apruebe la ley, no haremos disturbios”.

Sacerdotes, monjas, estudiantes primarios y secundarios de escuelas privadas se repiten a lo largo y ancho de una calle Hipólito Yrigoyen colmada de carteles “a favor de las dos vidas”. Sobre los costados hay carpas blancas en las que se dictan misas en reducidos espacios, con dos hombres vestidos de negro en la entrada de cada una. Una mujer gestiona la entrada y salida de cada persona en la carpa: mira hacia fuera y controla la capacidad sólo con su mirada.

“La ley es pésima, porque está en contra de las instituciones y la postura médica –dice Soledad Fernández (54)-. La moral de esta ley, además, no es adecuada para esta sociedad”. Los silencios son pocos, ya que son interrumpidos por cánticos acompañados de bombos que refieren una y otra vez a “la vida”, mientras las cámaras de un drone filman la representación de un feto de más de tres metros sobre la multitud. Multitud que, llegada la noche, comienza a dispersare paulatinamente debido a la falta de convocatoria y un clima frío y lluvioso.

“A las ocho de la noche es la misa de la Catedral”, se escucha desde los parlantes ubicados en lugares estratégicos. El barro mancha a más de uno, y la marcha ya no tiene una dirección unívoca: los recorridos se pierden entre las calles aledañas al Congreso.

En la entrada de un edificio en donde manifestantes de pañuelos celestes descansan, una mujer golpea sin intención con su paraguas a un joven que fuma y bebe junto a otros cinco, apoyado en la rampa de la fachada. Él le dice algo a ella al pasar; y ella, con la llave ya puesta en la puerta de entrada, le pregunta: “¿Así luchas por la vida vos?” “Yo no lucho, estoy laburando acá”, contesta el joven con un tono de voz hostil, que deja callados y confundidos a otros presentes.

La lluvia se torna más intensa para las altas horas de la noche, y al frío, se suman las ráfagas de viento imposibles de esquivar. Después de la esperada misa de las ocho, aún hay gente del “lado celeste” de la plaza que divide una postura. Son quienes esperan la decisión de la Cámara de Senadores en contra de la legalización del aborto en Argentina.

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