Por Laura Pomilio
Fotografía: Lucas Benevolo

Fernanda Miño, concejala de La Cava, mirando de frente a la cámara

En La Cava, corazón de San Isidro, apenas un muro o una calle –según el tramo– separa mansiones con amplios jardines y piletas de miles de casas sin cloacas ni conexiones seguras de gas, luz y agua. Fernanda Miño, nacida en ese barrio precario, se convirtió en las últimas elecciones en la primera vecina en acceder a una banca en el Concejo Deliberante local.

En 22 hectáreas, La Cava alberga a más de diez mil personas. Sus primeros habitantes ocuparon las zonas más altas, pero luego fueron poblando los terrenos más bajos e inundables, con presencia inclusive de napas freáticas. “El Pozo” es una de ellas y allí se encuentra la canchita de fútbol, intocable para los vecinos. “Cuando yo era chica este sector parecía una laguna, llena de juncos y ramas –recuerda Fernanda–. Cazábamos ranas e inventábamos historias de terror con manijas de ataúdes y dientes postizos que encontrábamos por ahí, porque todo esto se rellenó con tierra del cementerio. Esa es mi infancia y la de muchos”.

Madre de cuatro hijas, Fernanda ejerce la docencia en el único colegio del barrio, el Santo Domingo Savio, y transita su primer mandato como concejala de Unidad Ciudadana en el Concejo Deliberante de San Isidro.

Miño es nuestra guía por los angostos pasillos. A cada costado, se ven zanjas abiertas donde desagotan los desechos de las casas. Ahí nomás, unas niñas juegan en el suelo. Subimos y bajamos escaleras laberínticas que Fernanda conoce de memoria. La cumbia se entremezcla con las risas de chicos que pasan corriendo a nuestro lado y de vecinas que charlan puerta a puerta. Hasta que llegamos a destino: el patio de la casa de Fernanda, convertido hace ocho años en el centro de contención Embarriarte.

Fernanda Miño en el centro de contención Embarriarte, donde las paredes están pintadas y tienen un dibujo de Mafalda.

Fernanda Miño, nacida en ese barrio precario, se convirtió en las últimas elecciones en la primera vecina en acceder a una banca en el Concejo Deliberante local.

¿Cómo funciona este espacio?

Brinda apoyo escolar tres veces por semana a los chicos de primario y viernes y sábados a los de secundario. Recibimos entre 40 y 70 pibes. Si bien servimos la merienda, cuando alguien me dice que Embarriarte es un merendero yo digo que me baja el precio, porque nuestro gran desafío acá es darles contención desde la educación, apoyándolos en la diversidad de problemáticas familiares o del barrio que también traen en sus mochilas.

¿Reciben apoyo estatal o de alguna entidad?

Siempre lo manejamos bastante a pulmón, con la ayuda de colaboradores que fueron dando una mano. Para construir el piso de arriba, donde se dictan talleres y se está por formar una cooperativa de peluquería con un grupo de chicas trans y en situación de vulnerabilidad, sí recibimos apoyo. Fuera de eso o de campañas como la del colegio Santa Teresa del Niño Jesús, que nos brinda leche y galletitas para unos seis meses, el resto lo sostengo con mi marido y vecinos.

¿Cómo impacta la crisis en La Cava?

Acá vienen menos chicos a apoyo y cada vez más a merendar. La plata no alcanza. Ya no ves a las familias haciendo pequeñas mejoras en sus casas, está todo parado. Hoy estamos todos corriendo detrás del plato de comida, esa es la principal preocupación, y te quita tiempo y energía para volcarlo en otras cosas

¿Cuáles son las problemáticas más acuciantes?

Los servicios y el acceso a viviendas dignas. Todo lo que ves en el barrio, los pasillos, las conexiones de luz y de agua, lo hicieron los vecinos. La gestión municipal está ausente. Lo único que hace son convenios con Edenor o AySA para que no se impidan las conexiones y mantenernos “tranquilos”: si nos tenemos que pelear porque nos quedamos sin luz en todo un sector, que nos peleemos entre nosotros. Tampoco tenemos recolección de basura, la hace la gente, pero los contenedores no dan abasto y la basura se acumula, toma olor, las ratas se reproducen…

Un hombre caminando por un calle angosta, entre edificaciones precarias de ladrillos

En 22 hectáreas, La Cava alberga a más de diez mil personas.

¿Todas las conexiones las hacen los vecinos?

Exacto. Se juntan dos o tres familias para comprar en conjunto caños de agua y abaratar los costos. Lo mismo con la luz. El tema es que hay muchos que lo hacen sin saber y ahí aparecen los problemas. Hace pocas semanas explotó un poste de luz en Jorge Newbery y Neyer. Los chicos se quedan pegados, las casas se incendian, los pozos ya están al tope. Cuando preguntás a dónde fueron a parar los casi once millones de pesos que entregó la Provincia para obras de mejoramiento, como hice en el Concejo en una de las sesiones, no te responden. Es la impunidad que tienen por estar al frente del Gobierno municipal hace más de treinta años.

¿Qué repercusiones hubo en el barrio cuando te eligieron concejala?

Recibo mucho apoyo y respeto. Podría mudarme si quisiera pero elijo seguir viviendo acá. No sólo porque es mi lugar sino porque quiero transformarlo desde adentro. A veces una de mis hijas me pregunta si alguna vez nos vamos a mudar, para tener una calle. Es muy fuerte y me genera contradicciones, porque uno quiere lo mejor para sus hijos, pero, a la vez, trato de explicarles que es una cuestión de responsabilidad y compromiso por los que están y los que vienen. Acá los chicos se crían y crecen naturalizando una realidad muy injusta. Hay que empoderarlos y mostrarles que otra forma de vivir es posible.

¿Qué posibilidades se le abrieron al llegar al Concejo Deliberante?

Por un lado, me permitió generar contactos. Como integrante que soy del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) y de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) me ha tocado cruzarme y trabajar en conjunto con gente como Juan Grabois, una persona noble con la que siempre puedo contar. Desde mi espacio político, me acerqué a personas como [la senadora nacional] Teresa García, con quien consulto muchas de las iniciativas o decisiones a tomar. Creo que mi paso por la política es transitorio y quiero sacarle el máximo provecho para mi barrio. Para que se escuchen en el Concejo los reclamos de mis vecinos y para poder hacer algo al respecto.

Sillas de colores apiladas

En Embarriarte se brinda apoyo escolar tres veces por semana a los chicos de primario y viernes y sábados a los de secundario.

Formás parte de la oposición, ¿le ponen trabas?

Hace días pedimos cinco postes de luz. Le pedí al Municipio sólo el material, después los vecinos se encargan de colocarlos y hacer los tendidos eléctricos. Todavía no tuvimos respuesta. O como pasó la semana pasada, cambiaron al presidente del Concejo [desplazaron al edil vecinalista Carlos Castellano por Andrés Rolón de Cambiemos] y despidieron trabajadores por ser del vecinalismo o de Unidad Ciudadana, pero a los del oficialismo y del Frente Renovador no los tocaron. El entramado político no es sencillo. Hablar con alguien de Nación y que me diga que en mi barrio no va a pasar nada, que el proyecto del Organismo de Integración Urbana y Social (OPISU) es humo porque el intendente no quiere que se avance, es muy desalentador…

¿Cuál es el papel de las fuerzas de seguridad en el barrio?

La Gendarmería está parada en los puestos de entrada, no se mete. Te pueden estar robando o violando en el medio de la plaza que ellos no van a interceder porque “no tienen la orden”, están para hacer control vehicular o alguna recorrida. Si entran, lo hacen paseándose, como los de la policía local o “cascudos” –como les decimos acá–, con sus cascos y uniformes celestes, Ithaca en mano, ni siquiera enfundada.

¿Cómo es la situación con la droga?

Escuché hace unos días a la Gobernadora decir que más que un proyecto de integración, de lo que se trata es de una intervención de emergencia en los barrios populares porque “hay que atacar al narcotráfico desde donde nace”. Nos hiere profundamente, nos criminaliza. Si quieren hablar de narcotráfico, se olvidaron de pegarse una vuelta por Nordelta. Acá no hay cocinas de droga, y esto se evidencia porque no hay consumo de paco. El paco no existe en La Cava. Lo que sí entra es la droga y a veces a las familias les resulta imposible ingresar materiales, ladrillos para sus casas, pero misteriosamente la droga entra. Sabemos dónde se vende en el barrio, recién pasamos caminando frente a algunos de esos puntos de venta, pero no te podés meter. Yo tengo que seguir viviendo con mi familia acá.

¿Qué hay que hacer para dar batalla?

Un trabajo fuerte de prevención. Hoy cualquier clase de droga en los barrios es sinónimo de muerte. Porque matan para conseguirla. A mí no me vengan con el porrito creativo de San Telmo. Acá fuman para evadirse de los problemas, de la realidad que se vive en las casas como las que recorrimos, pero también para salir a conseguir plata como sea para seguir consumiendo. En aquella cuadra que acabamos de pasar, anoche mataron a un pibe que entró a comprar droga. Tenía 20 años. Hasta hace unos días estaba en una de esas esquinas con sus amigos “evadiendo la realidad” que, aunque no la quieran ver, los cruza de punta a punta.

***

Fernanda nos acompaña hasta la salida del barrio. Los vecinos la saludan, los más jóvenes la llaman “profe”, otros “Fer”, y le sonríen. Frenamos. Un joven la abraza, se hablan al oído con congoja. Seguimos. Fernanda tiene los ojos llenos de lágrimas: “Él es Esteban, un ex alumno, perdió a un amigo hace unos días. Tenía problemas con la droga, hicimos de todo para sacarlo. Esteban lo acompañaba para que no se mandara una macana. Pero lo perdió de vista y el otro día, en Benavidez, se suicidó. Estuve acompañando a la familia. Yo de La Cava no me voy, ¿entendés? Es mi barrio, son mis vecinos, a esto lo tenemos que poder transformar entre todos”.