Por Eduardo Santachita
Fotografía: Serena Moyano

En su primera visita a la Argentina, la catedrática holandesa José van Dijck, profesora de Estudios Comparativos de Medios en la Universidad de Ámsterdam e investigadora sobre cultura digital y tecnología, resume y actualiza los principales aportes de su libro La cultura de la conectividad: una historia crítica de las redes sociales, publicado por Siglo XXI, y anticipa los ejes de su próxima obra: “La sociedad de las plataformas”.

Usted habla de medios conectivos cuando se refiere a lo que comúnmente llamamos redes sociales. ¿Por qué esa diferenciación?

Creo que usé el término “redes sociales” al principio, cuando apareció Facebook, en 2004. En ese momento había una serie de redes que establecían contactos sociales. Pero luego de los ocho o diez años que estudio en el libro, esas redes sociales empezaron a hacer otras cosas, además de establecer conexiones. Por ejemplo, el botón de “me gusta” genera una serie de publicidades de aquello que a uno le gusta. Es bastante más que establecer conexiones entre personas, es comprar y vender; subir videos; pedir servicios…Quince años después, prácticamente todo lo que está en Internet, todas las actividades económicas están mediadas por esas redes. Facebook ya no es una red social, YouTube no es una red de videos, sino que todas realizan diferentes actividades que son mediadas por las redes. Google tiene 50 plataformas distintas a través de las cuales interconectan diferentes actividades, ya sean noticias, publicidades, publicación de artículos. Así que todas estas conexiones son lo que yo llamo conectividad. Hoy son medios masivos de comunicación denominados medios conectivos.

Más de una vez, en su libro menciona las tácticas que los usuarios pueden desarrollar frente a las estrategias pergeñadas por las corporaciones. ¿Hay una forma de aprovecharse de los medios conectivos sin correr demasiado peligro?

Es muy difícil esperar que la red a la cual uno le entrega todos sus datos no los vaya a utilizar para personalizar nuestro perfil. Básicamente uno intercambia la conveniencia de usar esa red por la privacidad que uno entrega. Se paga con datos. Hay más de una forma de pagar: con datos, con atención, puesto que le envían publicidad, con usuarios que uno recomienda, o, quizás, en algunos casos, con dinero. La dificultad de esto es que uno no puede no pagar y conservar su privacidad. Es decir que uno compra todo el paquete o no recibe nada. Por el otro lado, los usuarios, por ejemplo en Facebook, no son impotentes, no siempre lo han sido.  Y han exigido cosas en casos recientes. Estuvieron muy activos en contra de que Facebook distribuyera noticias falsas y creara burbujas de filtro. El problema es que con casi dos mil millones de usuarios activos es casi imposible que los grupos de consumidores puedan influir sobre Facebook para que cambie sus estrategias.

«Facebook ya no es una red social, YouTube no es una red de videos, sino que todas realizan diferentes actividades que son mediadas por las redes».

Usted diferencia la conexión humana de la conectividad automática y dice que las empresas propietarias de estos medios han armado un discurso sobre la conexión humana pero siempre han trabajado a favor de una mayor conectividad automática. ¿Cuál es el objetivo de esa búsqueda?

Tener casi dos mil millones de usuarios genera la necesidad de automatizar todo. Por ejemplo, en enero, a Facebook se lo acusó de distribuir noticias falsas y tuvieron que contratar a 3.000 editores para que le enseñaran a los algoritmos a diferenciarlas de las verdaderas. A esa escala no se puede controlar todo, como haría un diario, entonces se automatiza. El problema es que, más allá de los avances de la inteligencia artificial, no podemos tercerizar la responsabilidad sobre los valores públicos en un robot que no los conoce. Qué es contenido terrorista, qué es una noticia inventada, qué es contenido sexual explícito…son decisiones muy sutiles.

De la lectura del libro se desprende que todo en Internet tiende a ser efímero, pero en su investigación usted encuentra plataformas exitosas que llevan más de diez años creciendo. ¿Piensa que en el futuro cercano el mapa de medios conectivos tenderá a multiplicarse o a concentrarse cada vez más?

Creo que lo que hemos visto en los últimos cinco años es una tendencia hacia la concentración. Hoy tenemos cinco grandes compañías: Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft. Esas son las empresas propietarias de las principales plataformas del mundo. El problema es que cuanto más grandes se vuelven, tienen más poder, porque tienen más usuarios y generan más efectos en la red, y esos efectos generan más noticias, más publicidad, y así. Es un mecanismo de auto-perpetuación eterna. Es una enorme concentración de poder en esas cinco grandes.

Esto, como usted analiza en el libro, parecía no ser así a principios de siglo. Muchos vieron en estas plataformas una experiencia colectiva, comunitaria. Incluso se hablaba del triunfo del usuario. ¿Esta concentración actual demuestra que esto ha cambiado definitivamente o podemos pensar en una Nueva Internet?

Es muy cierto que cuando los medios sociales comenzaron a surgir a principios del 2000 todo era conectibilidad. Yo lo llamo conectibilidad (connectedness) para diferenciarlo de conectividad (conectivity). Conectibilidad empodera a todos para hacer cosas juntos y esa es la fuerza empoderante de la Internet. Ese fue el espíritu a principios de siglo. Sin embargo, después de 2010, la conectividad reemplazó a la conectibilidad, lo que significó que todas estas actividades que hacíamos y hacemos juntos se agrupen en plataformas que son propiedad de corporaciones que median entre todo lo que hacemos y aquello que somos. Y al hacerlo, han creado tanto poder que saben quiénes somos porque saben qué cliqueamos. Facebook sabe mejor qué hacemos y quiénes somos que nosotros mismos. Cuando uno recibe un resumen de la propia actividad en línea durante un día, uno se sorprende, porque puede aprender muchísimo sobre uno mismo, cosas que no sabía realmente. No es solo Facebook o YouTube, sino que a eso se suma lo que compra en línea, las ubicaciones de Google Maps, los libros que lee…No depende de lo que publicamos sino de lo que hacemos. Todos los días, muchos de los datos que uno produce son entregados en forma inconsciente. Y tras bambalinas, toda esta información está interconectada y es compartida con otras compañías, y puede ser conectada a través de intermediarios llamados data-brokers, que producen información enormemente valiosa acerca de su situación financiera, su estado de salud, las cosas que compra, dónde trabaja, y demás. Es información por la que se pagarían fortunas y uno la regala cuando hace clic y acepta las condiciones de uso, esas que nadie lee. Y nadie las lee porque son demasiado largas, incomprensibles incluso para los abogados. Son casi imposibles de leer y cambian casi todas las semanas. Uno cede sus derechos por usar el software gratis.

Me olvido entonces de una nueva Internet…

No digo eso, pero lo que trato de argumentar es que tenemos que tener conciencia de lo que pasa en Internet. Tenemos que comprometernos y no lo tenemos que dejar en manos de las empresas. Hay que pensar en la posibilidad de un mundo en línea más habitable, más democrático y seguro. Hay valores públicos que tienen que ser tenidos en cuenta y anclados en una nueva Internet.

Actualizada 04/07/2017