Por Camila Quesada
Fotografía: Sofia Genovese
Multimedia: Sofía Genovese

Pasaron 40 años desde aquella primera vez, en que catorce madres se reunieron frente a la Casa de Gobierno, sede de la dictadura militar, con un mismo propósito. Ese 30 de abril de 1977, en medio de un clima de represión, terror e incertidumbre, aquel pequeño grupo de mujeres, frente a la orden de circular, comenzó a marchar en ronda alrededor de la Pirámide de Mayo, exigiendo la devolución con vida de sus hijos e hijas, secuestrados por las Fuerza de Seguridad. Luego de meses de recorrer cuarteles, ministerios y comisarías sin obtener ninguna respuesta, y tras descubrir que cada uno de sus casos no era el único, comprendieron que sus búsquedas debían transformarse en una lucha colectiva.

Este domingo, las Madres de Plaza de Mayo –divididas desde 1986 en dos organizaciones, Línea Fundadora y Asociación Madres de Plaza de Mayo– conmemoraron el 40 aniversario de la primera ronda con que darían vida a su persistente lucha por la verdad, la memoria y la justicia. En estas cuatro décadas, la agrupación -en un principio ignoradas, ninguneadas y descalificadas como “las locas de Plaza de Mayo”- siguió creciendo hasta convertirse en una entidad de defensa de los Derechos Humanos de alcance internacional que nunca se desprendió de los simbólicos pañuelos blancos ni dejó de marchar.

Taty Almeida es una de las referentes de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. El 17 de junio de 1975, su hijo Alejandro fue secuestrado por integrantes de la Triple A y desde entonces permanece desaparecido. En 1980 se unió a las Madres de Plaza de Mayo y desde entonces continúa luchando por la vedad y la justicia para Alejandro y todos los hijos de las Madres que pelean a su lado. Rodeada por imágenes de su familia, entre ellas la última fotografía con Alejandro y un retrato de su rostro sonriente, sobre el que descansa una flor blanca, Taty relata cómo vivió este nuevo aniversario de la organización:

“Hemos cumplido 40 años de lucha inclaudicable. Imaginen todo lo que ha ocurrido en estos 40 años, desde que esas 14 valientes mujeres llegaron por primera vez a Plaza de Mayo bajo la instancia de la fundadora, Azucena Villaflor de De Vincenti, quien dijo: “Tenemos que juntarnos, porque por separado no vamos a lograr nada. Vayamos a la plaza y gritemos. Que nos vean, que nos escuchen. Nos tienen que decir dónde están nuestros hijos”. Por muchos años, la mayoría creía que estaban presos, incomunicados o muertos. No sabían lo que había pasado. “Pero desaparecidos, esa palabra era tan cruel, que no la conocíamos ni la practicábamos”. Había mucha desorientación. Como había Estado de Sitio, no se podían juntar más de tres personas en la vía pública, y ellas eran 14, así que la misma policía las instó a caminar de a dos y a circular. Así surge la primera ronda y nace el movimiento de las Madres de Plaza de Mayo. Ese grupo de 14 lamentablemente fue aumentando, porque cada vez había más detenidos-desaparecidos.”

Una de las fotos del álbum familiar de Tati junto a sus hijos: Jorge, María Fabiana y Alejandro (de anteojos, está detenido-desaparecido).

Una de las fotos del álbum familiar de Taty junto a sus hijos: Jorge, María Fabiana y Alejandro (de anteojos, está detenido-desaparecido).

 

Cuéntenos un poco sobre usted.

Toda mi familia estaba compuesta por militares. Yo me crié en ese ambiente. Lo único que sabía de política es que era antiperonista y “gorila”. Tengo tres hijos: Jorge, Alejandro y María Fabiana. Mi segundo hijo, Alejandro, está detenido-desaparecido.

¿Cómo era Alejandro?

Él tenía 20 años en 1975 y vivía conmigo. Estaba cursando el primer año de la Carrera de Medicina. Me cuidaba y me preservaba. Jamás me contó acerca de su militancia. Yo no tenía idea de nada. Muchas veces me abrazaba, con su metro ochenta de altura, y me decía: “Esta gorilita de mierda, sin embargo la quiero”. Yo no entendía y me reía. Una vez, en una tabla de planchar vi una estrella hecha con birome y le pregunté: “Ale, ¿es la estrella judía?” Él respondió: “Ay, mamá”. Era la estrella del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo). Alejandro militaba en el ERP. El 17 de junio de 1975 llegó a casa y me dijo que al día siguiente no iba a trabajar porque tenía un parcial.  Fue lo último que escuche de él. Al otro día ya no estaba. Encontré una agenda de teléfonos y vi que en las últimas 24 hojas había 24 poesías. Tampoco sabía que Alejandro escribía poesías. Cuando las leí, empecé a conocer la otra faceta de mi hijo, su repudio por la injusticia.

¿Cómo fue su acercamiento a Madres de Plaza de Mayo?

Cada Madre tiene una historia de vida. Yo no fui de las primeras. Me acuerdo que cuando me acerqué por primera vez a Madres, recién para el año 80, le dije a María Adela Gard de Antokoletz, una de las 14 primeras: “Que estúpida que fui; ¿cómo no pude venir antes?” Y ella me contestó: “No, m’hijita. Cada madre se acerca cuando es su momento. Este es tu momento”.

Yo vivía en un ambiente muy antiperonista. Por ese motivo, a mí me costó acercarme a Madres. El golpe del 24 de marzo de 1976 fue un golpe cívico-militar-clerical, y el genocidio que se instala a partir de ese golpe ya había empezado. En los años 74 y 75, con la Triple A, López Rega e Isabel Perón, ya había una gran cantidad de detenidos-desaparecidos, asesinados y presos políticos. Entre ellos, mi hijo Alejandro. Al principio, para mí los únicos culpables eran los peronistas. Al ser de una familia con muchos militares, yo a esos genocidas –Orlando Agosti, Ramón Camps, Leopoldo Galtieri– los conocía socialmente y jamás había pensado que, ya en ese entonces, eran ellos quienes estaban actuando.

Después de muchos años, un periodista me preguntó qué había sentido yo el 24 de marzo de 1976. En ese entonces, con la mente de la Taty de antes de ser parida por Alejandro, había dicho: “Al fin vienen mis conocidos, y voy a recuperar a mi hijo”. Yo tenía 45 años cuando se lo llevaron y todos esos años viví en una burbuja, hasta que aterricé. Y vaya si fue duro el aterrizaje. Ahí es cuando me acerque a Madres e hice mi catarsis. A partir de ahí empecé a enterarme de la historia de las Madres y de la desaparición de las tres queridas fundadoras, Azucena Villaflor, Esther Careaga y Mary Ponce. Fue un golpe que las desaparecieran. Pero las Madres no se paralizaron, que es lo que buscaban los genocidas. Se ve que no conocen a las Madres ni saben de lo que son capaces de hacer por un hijo. Así que la lucha continuó. Yo estoy feliz de haber parido a mis tres hijos, pero Alejandro parió a Taty Almeida.

¿Cómo fue la experiencia de ponerse el pañuelo blanco?

El pañuelo no se usó hasta el año 80. La historia es así: a raíz de que la jerarquía eclesiástica jamás recibió a las Madres, se decide ir a Luján en 1980. Todos los años, en octubre, hay una gran peregrinación por la Virgen de Luján a la que van miles de personas. Y la jerarquía eclesiástica iba a estar ahí. Se decide ir pero no sabían cómo iban a encontrarse entre miles de personas. Y una Madre dijo: “Nos ponemos los pañales de nuestros hijos en la cabeza”. Antes los pañales eran de gaza, se lavaban y se volvían a usar. Muchas Madres habían guardado esos pañales. Entonces, qué paradoja que ese pañal que usaban para cuidar a sus hijos cuando eran bebés, después se los pusieran en la cabeza para pedir por sus vidas. Cada vez que una se pone un pañuelo es una sensación muy fuerte. Hay que saber llevar el pañuelo blanco, porque son nuestros hijos los que están acá. En la Línea Fundadora pedimos por los 30 mil, pero les dimos nombre y apellido. No son NN. Cada una puso en su pañuelo el nombre o los nombres de sus hijos desaparecidos. Esa es la historia de este pañuelo que ha trascendido la Argentina. Es internacional. Somos conocidas y valoradas en todo el mundo. Pero nosotras no le dimos importancia, porque hicimos lo que cualquier Madre haría por un hijo.

¿De qué manera continuó la lucha de las Madres tras el retorno de la democracia?

Llegamos al 83, con el doctor Raúl Alfonsín como primer presidente constitucional después de tantos años, con mucha expectativa. Y Alfonsín hizo un juicio ejemplar, porque fue la primera vez que civiles juzgaron a militares. Condenó a cadena perpetua a las Juntas Militares. Empezamos a respirar otro aire. Pero no supo aprovechar ese apoyo que tenía, nacional e internacional. Y fue así que dictó las leyes de impunidad: Obediencia Debida y Punto Final. Fue otro mazazo. Pero no nos quedamos paralizadas. Seguimos la lucha, sin bajar los brazos. Pasaron los años y seguíamos exigiendo justicia, pero nunca la conseguíamos. Hasta que llegamos al 2003. Lo que voy decir no es partidismo, sino una realidad histórica. Vinimos con ese bagaje de fuerza y de exigencia y nos encontramos, por fin, con un presidente -Néstor Kirchner- que tomó a los Derechos Humanos como política de Estado. Y entre otras cosas, anularon las leyes de impunidad. Así que pudimos empezar a juzgar, a lo largo y a lo ancho del país, a los genocidas y a sus cómplices. Fue la misma política de Estado que continuó Cristina Kirchner.

«Somos conocidas y valoradas en todo el mundo. Pero nosotras no le dimos importancia, porque hicimos lo que cualquier Madre haría por un hijo».

¿Cómo es la situación de la lucha de las Madres en el gobierno actual?

40 años, tantos logros, tantas pérdidas. Pero siempre luchamos. Y llegamos ahora a este gobierno que quiere borrar la memoria. Se pasan discutiendo estúpidamente el número de desaparecidos. Son 30 mil o más. El número no importa; jamás han dicho ni han reconocido es acá hubo un genocidio por parte del terrorismo de Estado. No lo dicen porque no les importa. Y a 40 años, las Madres que vamos quedando hemos tenido que empezar nuevamente con entrevistas y denuncias, acá y en el extranjero. Pero ya no estamos solas. Hace rato que la gente se dio cuenta de que no estábamos tan locas, como nos llamaron al principio, creyendo que nos ofendían. Claro que estábamos locas: de dolor, de rabia y de impotencia. Nos quitaron lo más preciado que tiene una mujer, que es un hijo. Y así fue que llegamos a este gobierno, donde la resistencia es cada vez mayor. Y repudiamos nuevamente la violación a los Derechos Humanos que está cometiendo este gobierno: falta de trabajo, represión y presos políticos. Esta resistencia, siempre pacífica, es cada vez mayor. Y es por eso que decimos, sobre todo a los jóvenes: “Tienen que juntarse”. Tenemos que buscar las coincidencias y dejar de lado las diferencias, porque es la única manera de demostrar que no nos van a vencer. Tienen que decir bien fuerte: “Si las Madres pudieron, ¿por qué no nosotros?” La esperanza son los jóvenes. Las Madres sabemos que no vamos a estar vivas para ver al último condenado, pero queda esa juventud maravillosa y esa militancia estupenda. No hay que tenerle miedo a la palabra militancia, porque significa “compromiso, compañerismo y ocuparse del otro”. Y de a poquito les vamos pasando la posta, porque a pesar de los bastones y de las sillas de rueda, estamos demostrando que las locas seguimos de pie. (Risas) Y lo vamos a seguir.

¿Qué rol tiene para usted la educación y la transmisión de temas de Derechos Humanos a las nuevas generaciones?

Es muy importante. Nos invitan a colegios primarios y secundarios, centros vecinales y universidades, acá y en el extranjero. Y el recibimiento que tenemos de los docentes, mis colegas, es maravilloso. Soy docente jubilada, y nunca me imaginé que después de tantos años iba a seguir haciendo docencia con un pañuelo blanco en la cabeza. Docencia por la vida. Y la docencia sobre la memoria que practican los maestros en los colegios es muy importante, porque el niño, desde pequeño, tiene que saber lo que ocurrió aquí. Esa es la memoria que nosotros practicamos. Si no se corre el peligro de que nos convirtamos en un pueblo sin memoria y de que esto vuelva a ocurrir. Además queda pendiente la verdad, porque todavía no sabemos qué pasó con todos y cada uno de nuestros hijos. No sabemos dónde están enterrados y no podemos hacer el duelo. Y que se esté hablando hoy de reconciliación por parte de la jerarquía eclesiástica es una ofensa a nuestros hijos. Aunque pidieran perdón –que nunca lo han hecho– ni nos reconciliamos, ni perdonamos. Los únicos que podrían hacerlo son nuestros hijos, y ellos no están.

¿Cree que está habiendo un rebrote de discursos negacionistas en la actualidad?

Sí, eso se está estudiando. En Alemania se castiga con prisión la negación del Holocausto Judío, porque algunos cuestionan la cantidad de víctimas. Y eso se está viendo acá también. Por eso debería existir una ley para castigar a aquellos que niegan lo ocurrido. No hay Teoría de los Dos Demonios. Acá hay un solo demonio: los genocidas, sus cómplices y los que los apoyan aún hoy. Fueron delitos de lesa humanidad, por lo que no prescriben y no son perdonables. Nosotros reivindicamos a todos, a los que tomaron las armas y los que no. Porque la Constitución lo dice: “Un pueblo que es atacado tiene derecho a defenderse”. Los podrían haber juzgado, pero (los represores) optaron por ese horror que es la desaparición, la tortura, el robo y la apropiación de bebés. De allí surge la lucha maravillosa de las Abuelas de Plaza de Mayo, que es una lucha esperanzadora porque buscan desaparecidos con vida. Ya lograron el 122. Hay mucho por hacer todavía, pero se está haciendo.

A 40 años de su fundación, ¿cuáles son las principales metas de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora en la actualidad?

Seguir exigiendo memoria, verdad y justicia por lo que ocurrió antes y lo que ocurre ahora. Nosotras participamos en todas las marchas: la Federal, las de los docentes. Permanentemente va a haber un pañuelo blanco en los lugares donde haga falta, con nuestro apoyo, nuestro aliento y nuestra presencia. Esas son las metas.

¿Cómo está conformada su familia hoy?

Tengo una familia maravillosa. Nunca me sentí sola. Tengo tres hijos. Jorge vive en España desde el 78; allá se casó y tuvo mellizos, así que tengo nietos catalanes. Acá está mi hija Fabiana, que tuvo cuatro varones. ¡Tengo seis nietos varones! El mayor, Alejandro, me ha dado dos bisnietas, así que llegaron las mujeres. Nunca les hice sentir a mis otros dos hijos que el mejor es Alejandro porque no está. Los tres son exactamente iguales. El agujero no me lo llena nadie. Y ese fue el motivo por el cual mis hijos han estado siempre conmigo. Nunca les exigí. Ellos y mis nietos siempre vinieron a la Plaza conmigo. Los chicos dicen que yo siempre he sido una abuela presente. Podía tener la marcha o el acto más importante, pero si uno de ellos decía un versito en un acto escolar, yo iba y llegaba tarde al otro lado. Eso hace que estén permanentemente conmigo. Me siento muy acompañada, pero la ausencia de Alejandro es cada vez más grande. Cada día lo extraño más. No me quiero ir sin encontrar sus restos. Por lo menos quiero tocar sus huesos, y no pierdo la esperanza. Siempre me pregunto cómo sería él ahora. Tendría 61 años. No le permitieron formar su familia. Siempre está, pero no está.

Actualizada 03/05/2017