Por Juan Funes, Melisa Molina
Fotografía: Sofia Genovese

Con anteojos de sol animal print, campera de cuero y un cigarrillo colgando de la mano izquierda, Jorge Alemán habla por celular en la puerta del aula 324 de la Facultad de Filosofía y Letras. Son las once menos cinco de la mañana.

– Estoy zombie, ayer no dormí – dice. Cuando le preguntan si necesita algo, pide un café sólo.

Entra al aula que está agotada en su capacidad; al autor del ensamble teórico que denominó «Izquierda Lacaniana» lo esperan cientos de estudiantes y académicos, muchos de ellos sentados en el suelo porque no hay suficientes bancos. «Poder, Neoliberalismo y Subjetividad», es el título del taller de trabajo que los convoca, organizado por la cátedra libre Ernesto Laclau.

Alemán se acomoda en la silla. Apoya en el escritorio un atado de cigarrillos y el celular. Le traen el café. Lo agarra con la mano derecha, toma un trago, deja ver la piedra negra del anillo que tiene en el dedo anular.

– Yo mismo pedí que me eximieran de dar una conferencia, prefiero un diálogo porque estos últimos días en Buenos Aires se me vuelven particularmente intensos. Por ejemplo: ahora tengo las gafas puestas porque no dormí -blanquea-. Puedo sacármelas, aunque la realidad es que estoy moralmente muy bien, pero físicamente destruido.

Alemán sostiene una remera con una ilustración de la Escuela Pública Itinerante.

Alemán es el autor del ensamble teórico que denominó «Izquierda Lacaniana».

Paula Biglieri, de la cátedra libre Ernesto Laclau, conduce el taller. Para darle inicio hace un comentario sobre la idea académicamente polémica de “Izquierda Lacaniana”, que incomoda a varios teóricos, afines o no al pensamiento de Alemán.  

-Me meto en aprietos con ciertas elaboraciones que hago, pero bueno, esto es la vida -replica el psicoanalista-.  Ojalá fuera meterse en aprietos solo con la teoría y con los libros -hace una pausa y agrega-: Espero sobrevivir. Si puedo, en un rato me saco las gafas.

Muchas veces le han preguntado qué es lo que lo convence intelectualmente del pensamiento de Laclau. «La valentía teórica de haber organizado una nueva ‘composibilidad’ teórica entre la hegemonía gramsciana y la lógica discursiva de Lacan”, contesta Alemán. “Y una vez formulada esta novedad teórica, no anclarla en el ‘filosofismo universitario’ sino ofrecerla como un nuevo modo de pensar la militancia política, hecho aún más decisivo en los países latinoamericanos”.

Más tarde, en Puán recuerda su primer encuentro en persona con Ernesto Laclau:

-Cuando me acerqué a saludarlo me dijo, frente a un gran auditorio en la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL): “Lacan y Perón, un sólo corazón».

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A los 19 años, Alemán viajó con un amigo a Chile para conocer el país en el que había ganado las elecciones un presidente marxista, Salvador Allende. Nunca imaginó que el azar lo ubicaría en el mismo lugar exacto que al propio presidente, en una exposición de arte en la embajada de Cuba. Pero el apretón de manos con Allende sería ese día solo el primer encuentro revelador para Alemán. Cuando salieron de la embajada, él y su amigo, mareados por la suerte, compraron una copia de Los Escritos de Lacan. En la pensión en la que se hospedaban se lanzaron a la lectura en voz alta del psicoanalista francés. Según las palabras del propio Alemán, aquel texto le resultaba «absolutamente ininteligible». Sin embargo, sorprendido, comprobó que su amigo podía entenderlo. Eligió al vuelo uno de los conceptos desarrollados en esas páginas y le pidió que se lo explicara. Significante. El amigo agarró una hoja en blanco y dibujó una letra. “Esta letra es el significante y no quiere decir nada”, le explicó; inmediatamente golpeó la mesa y agregó: “Acá comienza el verdadero materialismo”. Esa combinación de elementos, dirá años más tarde Alemán, darle la mano al presidente e ir a la pensión con Los Escritos de Lacan, funcionó como una epifanía para él. Toda esa mezcla llevaba el germen de la izquierda lacaniana.

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Alemán centra la mayor parte de su intervención en Filosofía y Letras en defender lo que él considera el concepto de populismo de Ernesto Laclau. Reniega frente a aquellos  que ubican a figuras como Donald Trump o Marine Le Pen en la casilla de “populismos de derecha”. Se niega a entregar el concepto de Laclau a los movimientos reaccionarios, incluso cuando muchos teóricos consideran que hasta el propio Laclau admitía la posibilidad de que existiera el populismo de derecha. El profesor honorario de la UBA explica:

– Hay un populismo antes y después de Laclau y eso para mí forma parte de la batalla cultural. No estoy dispuesto a que lo use la derecha. Han usado la palabra populismo para Trump y Le Pen y para mí no son populistas. A Le Pen no le creo ni su relato anti oligárquico (eso lo discutí con Chantal Mouffe), ni creo que se vaya a pelear con las elites. Lo que creo de verdad es que va a mandar a la marina francesa, como dijo ella, a atacar los barcos de los refugiados. Como también le creo a Trump que puede hacer cualquier cosa en Venezuela, aquí o en cualquier otro lado. No les creo en absoluto la demagogia retórica, que no tiene nada que ver con el populismo de Ernesto.

Alemán junto a docentes en la Escuela Pública Itinerante

Jorge Alemán defiende lo que él considera el concepto de populismo de Ernesto Laclau.

Una vez desarrollado su rechazo hacia la versión de la derecha populista, pasa a definir su postura, siempre política en tanto teórica.

-Para mí la izquierda no es progresista; yo soy populista de izquierda -se define Alemán frente a un público ideológicamente heterogéneo-. Soy revolucionario en cuanto a lo económico, conservador en cuanto al sujeto, y reformista en cuanto a las instituciones. El peronismo de izquierda es el marxismo de nuestra época.

Luego da un paso más, al revelar el sustento lacaniano de esta postura. A tono con su auditorio de académicos, de pronto su discurso se vuelve casi exclusivo para entendidos:

-Creo en un populismo femenino; Soledad: Común. Lo más singular de uno, con lo no- todo de Lalengua. El no-todo es infinito. El solitario encuentro con lo real de Lalengua, el primer traumatismo, es paradójicamente el único punto que demuestra la existencia de lo Común como aquello diferente al «para todos» homogeneizante de la «psicología de masas». Por lo mismo, este encuentro solitario con lo Común de Lalengua no puede ser subsumido en el individualismo o en el denominado ámbito de lo privado.

-Tengo el pesimismo de la pulsión y el optimismo del deseo-, asegura. El público se ríe.

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-¿Que tal son estos panes rellenos? – pregunta mirando a través de las gafas a los canastos de mimbre que esperan a la salida de la Facultad. Hay poco tiempo para almorzar porque a las 14 lo esperan en la Escuela Itinerante. Cruza la calle y entra a un restaurant árabe. Venden distintos tipos de shawarma y fatay. Alemán pide dos fatay. Él les dice empanadas. Muerde una y lo decepciona: “La calentaron en el microondas, la masa se arruina”. Se acerca al mostrador para pedir que a la segunda no la calienten.

– En Madrid vivo en un barrio en el que hay muchos lugares como éste, Malasaña -comenta mientras prueba su segunda fatay-. Era un barrio underground , pero ahora, como dicen allá, se está gentrificando; mucho boliche fashion vintage por todas partes.

El almuerzo tiene que ser rápido porque la agenda de Alemán no deja muchos espacios. Desde que llegó a Buenos Aires dio dos clases sobre psicoanálisis y poder en la Fundación Centro Psicoanalítico Argentino, participó como uno de los oradores junto a María Pía López cuando la legislatura porteña condecoró como ciudadano ilustre a Horacio González, firmó ejemplares de sus libros en la Feria, donde dio otra charla junto al mismo González y a Nora Veiras, y dio entrevistas, entre otros, a Eduardo Aliverti, Víctor Hugo Morales, Daniel Tognetti, Miguel Rep, Página 12. De todas formas, mientras come shawarma, Alemán tiene tiempo para contar algunas anécdotas.

– Mi primer trabajo fue periodista de rock, cuando tenía 18 años. Trabajé durante años en las revistas Pelo y Pin Ap. Trabajaba con Jorge Álvarez, que era amigo y editor de Rodolfo Walsh, y fue quien decidió grabar a Almendra, a Manal, a Moris, y así surgió el rock underground, que después se llamó rock nacional.

Alemán cita el título del segundo tomo de los Diarios de Emilio Renzi, de Ricardo Piglia, para calificar esa época: Los años felices. Siempre vivió en el Centro, necesitaba estar cerca de la avenida Corrientes.

-El café La Paz era el gran centro mundial donde ocurría todo -recuerda, mientras niega un vaso de cerveza-. Hoy solo agua. Todo ocurría entre el Moderno, el Ramos, La Paz y El Molino. Aquello era un laboratorio y toda la ciudad estaba conectada. Emergían de golpe muchas cosas en la calle, no en la universidad. En la calle se cruzaba el rock, el peronismo, las lecturas de Marx y de Freud; todo el tiempo era un ámbito de circulación muy grande en el que los bares estaban incluidos.

Como si hubiera ocurrido ayer, se le viene a la cabeza un recuerdo que presenció a los 17 años, en el que Manuel Puig y David Viñas estuvieron a punto de terminar a las trompadas. Ocurría que Puig feminizaba a todos sus interlocutores, y Viñas no lo soportaba. “A Viñas lo tenía tomado el falocentrismo, no podía salir”, reflexiona Alemán.

Jorge Alemán sentado, en la charla en la Facultad de Filosofía y letras UBA

«Para mí la izquierda no es progresista; yo soy populista de izquierda», se define Alemán

Pero entrados los años ‘70, recuerda, la conflictividad política creciente obligaba a un compromiso mayor con la militancia. La escalada de violencia que se inició con la Triple A iba a marcar un cambio rotundo en la vida de los jóvenes porteños.

 -Con el compromiso político apareció rápidamente la lucha armada. A La Paz ya no podíamos ir porque la policía lo tenía vigilado. En ese entonces yo abandoné mi trabajo como periodista de rock. Con la Triple A, y después la dictadura, empezaron a desaparecer a compañeros y amigos. Yo viví seis meses escondido, hasta que me exilié en Madrid en el ‘76. Tenía 25 años. Fue el final de los años felices.

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Sube al auto. Paula Biglieri maneja. Como somos cinco, atrás viajamos apretados. Mientras circulamos por avenida San Juan todo va bien; el problema es al doblar por Entre Ríos, porque el tránsito avanza a paso de hombre. Alemán va en el asiento del acompañante, con la ventanilla abierta y el cigarrillo colgado de la mano derecha. Ahora cuenta del spa que frecuenta en Buenos Aires.

-Allá en España los spa tienen olorcito a limón, pasan música hindú, es todo muy armónico. Yo acá voy a uno a jugar al truco por guita. Tiene una pileta de agua fría para cuando estás muy transpirado. Además te sirven sánguches de matambre o de milanesa ahí nomás. Eso allá no pasa. La otra vez traje a mi hijo. Él, que es un madrileño típico, no lo podía creer. Algunos de los que van ahí rozan la delincuencia; hay muchos que están metidos en las carreras de caballos. Es un ambiente arltiano que me encanta. Yo además tengo muchos recuerdos de ese lugar porque iba con mi viejo.

El auto está clavado en el cruce de México y Luis Sáenz Peña. Paula pregunta por dónde conviene seguir. Cada uno le da una respuesta distinta. Alemán está ansioso por llegar. Para hacer más amable al tránsito le preguntan más detalles sobre el spa.

-Me gusta que en las mesas se habla de boxeo. No queda mucho de eso.

Esto lo lleva a recordar a su boxeador favorito: Nicolino Locche. “Un boxeador estupendo, no lo tocaban”.

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Primer plano del intelectual Jorge Alemán

«Es un gran orgullo poder participar de la experiencia de la Escuela Itinerante. Es una forma modesta de pagar la enorme deuda que siento frente a la escuela pública en mi formación personal», cuenta Alemán.

Faltan diez minutos para las 15. Alemán llega a la Escuela Itinerante atrasado por las charlas y el tránsito porteño de un miércoles. Saluda a la titular de CETERA, Sonia Alesso, quien lo invita a subir al escenario desmontable de madrea que está emplazado delante de un pizarrón, en el cual con letra cursiva de maestra dice: “14 hs. conversación con Jorge Alemán. Neoliberalismo y subjetividad”. Él pide disculpas por el atraso y explica que surgieron “contingencias”. La gente no deja de aplaudirlo. Entre el público hay muchos guardapolvos y cuadernos listos para tomar nota. El teórico lacaniano cambia rotundamente su registro y pide que lo ayuden con preguntas porque viene “extenuado de la universidad”. No cree correcto avanzar sin hacer antes una aclaración:

Para mí es un gran orgullo poder participar de la experiencia de la Escuela Itinerante. Es una forma modesta de pagar la enorme deuda que siento frente a la escuela pública en mi formación personal.

La primera pregunta se orienta al concepto de “lo público”. Alemán considera necesario, en primer lugar, desarrollar el concepto. Explica que anteriormente, en el capitalismo clásico, existía una distinción y oposición entre el mundo de lo privado y el de lo público y que si bien el liberalismo insistía siempre en la libertad de mercado y en beneficiar al sector privado, nunca dejaba de existir esa puja entre el Estado y lo privado, o entre lo público y el mercado. Pero hoy en día el neoliberalismo dio un salto cualitativo.

Lo que intenta hoy el neoliberalismo es borrar la frontera de lo público y lo privado, apropiándose incluso del Estado mismo –dice, enfático-. El neoliberalismo funciona como una especie de Estado absoluto. Estamos frente a una reapropiación de todo el espacio público en función de las lógicas impuestas por el mercado y por lo tanto el problema es más complejo, porque el enemigo tiene otras dimensiones.

Durante la presentación, Alesso le pide que trace un paralelismo entre el gobierno de Cambiemos y la década del ‘90, como también con los procesos dictatoriales de 1955 y 1976.

-Tal vez esa sea la diferencia con las fechas del ‘55 el ‘76 y los ‘90. Fueron un largo periodo donde se intentó desmantelar toda la parte industrial, donde se intentó destruir todo el orden de lo público. Pero ahora estamos en un nuevo reordenamiento mundial, en donde el neoliberalismo logra construir incluso estilos de vida. Logra construir lo que yo llamo “subjetividades”.

Rápidamente y sin olvidar que su auditorio está compuesto, en su mayoría, por docentes, comienza a hablar sobre la construcción de las subjetividades en el capitalismo con ejemplos de la infancia y de los procesos educativos.

“No creo en los sistemas de evaluación”, subraya con cierto enojo, y observa que desde lo público se instrumentan evaluaciones que categorizan a los niños, aunque lo que realmente hay detrás son industrias enormes. “El riesgo de estas prácticas es que se pueden equivocar muy temprano –continúa-. Uno muy temprano puede quedar diagnosticado o segregado por características personales. Por ser evaluados, los niños pueden quedar tempranamente por fuera de un montón de opciones. Eso está sucediendo ahora desde el campo de lo público”.

Enseguida aclara que tampoco cree en los “test de inteligencia” ni en los “trastornos de atención” y para ejemplificar y ser más didáctico elige contar una experiencia personal:

-Yo, por ejemplo, no me podía sentar en un banco, nunca fui un buen alumno. Gracias a la paciencia de mis maestros, al tiempo se dieron cuenta de que no me podían pedir que permaneciera sentado y se atuvieron a lograr introducirme en el proyecto pedagógico. Hoy en día hubiera sido evaluado, diagnosticado, medicado y ya desde la infancia hubiera arrastrado todas las etiquetas que corresponden con esos fenómenos que aparecen garantizados por ciertas estructuras que se presentan como científicas y que en realidad esconden o encubren un proyecto de nueva construcción de subjetividades.

Luego de una hora de diálogo, Alemán da por terminada la charla. En sus ojos se nota la pesadumbre de un día que no tuvo noche. Una decena de admiradores se acerca al escenario  de tablones para sacarse selfies con el intelectual, para hacerle firmar sus libros. Con paso lento, minutos después, Alemán sale de la escuela: allí lo espera su compañera militante y académica, y eventualmente chofer, Paula Biglieri. Entre risas, y con sus gafas de leopardo puestas, dice:

-Comencé el día como un rockstar y ahora lo termino sacándome fotos con unas docentes jubiladas.

Ahora sí: parece que su jornada está por terminar. ¿Qué lo motiva a vivir estos días así, con tanta intensidad? Alemán prende un cigarrillo.

Cuando uno se exilia tiene una sensación doble, que es sentir que no se fue nunca y a la vez que va a ser imposible volver -da una pitada profunda y continúa-. Yo habito entre esos dos extremos de la experiencia, que en un principio son absolutamente antinómicos. Hice todo lo posible para recuperar el lugar, para sentir que volví a tener un lugar en Argentina. Entonces más allá de lo que pueda aportar, de lo que yo pueda contribuir, tengo una deuda simbólica con mi generación, tengo una deuda simbólica con los desaparecidos, con todos los militantes. También ha sido mi manera de encontrar mi lugarcito en Argentina.

Alemán saluda y dice que ahora va a dormir una larga siesta. Pero sigilosamente se acerca a Paula, y al oído le dice:

-Paulita anda a buscar el auto que mientras me quedo acá dando una notita a la radio abierta de estos pibes.

 

Actualizada 03/05/2017