Por Ana Laura Mársico
Fotografía: Francisco Rodríguez Pérez

El crepúsculo cae sobre las farolas redondas. Las baldosas dispares, levantadas por las raíces de los árboles, parecen continuar las fachadas de las casas de angostos porches. Los bicicleteros, los canastos de basura y los bancos de cemento coloreados con pedazos de azulejos decoran la calle 28, la entrada a la localidad bonaerense de 25 de Mayo.

“Esta es la Plaza Mitre, la principal. Acá tenés la iglesia, el banco y la Municipalidad. Bah, la ex Mitre le decimos ahora”, cuenta un chico de 18 años que no conoció a Santiago pero sí fue a la misma escuela. “Plaza Santiago Maldonado”, “Lechu vive”, “Lo mató Gendarmería”, “Sos semilla, hermano” son algunos de los grafitis en la glorieta central, y la cara de Santiago pegada en cada árbol.

“¿Me vas a ir a buscar?”

El velatorio comenzó el sábado a las 16 en la esquina de 29 y 6. La Municipalidad ordenó cortar las calles linderas para evitar la circulación vehicular y facilitar la llegada de la gente. “No hay razón, todos tenemos derecho a la vida. Me duele que el pueblo no esté”, alza la voz una mujer. Ella no lo conocía a Santiago pero afirma: “No se puede mirar para otro lado”. “Se ve que no se pueden levantar para despedir una muerte injusta”, agrega otra avergonzada por la ausencia de vecinos en la ceremonia.

“Arrastrar una masa inerte de carne y huesos no es vivir, es solamente vegetar”, se lee en uno de los murales de Santiago. La frase de Severino Di Giovanni atrona en la Agropecuaria 25 de Mayo, recordada por ser una de las últimas en levantar la toma de la ruta en 2008.

“Le decían ‘Lechuga’ porque en los asados no comía carne. Lechuga, Vikingo, Ardilla, Brujo. Como sea, él era un tipo diferente. Vivía riéndose, un verdadero canto a la vida”, subraya Carlos, esposo de una prima de Stella, la mamá de Santiago. “Sergio quería que Santiago estudie, por eso había una tensión entre ellos. Santiago fue un par de meses a La Plata a estudiar Bellas Artes pero al poco tiempo dejó. Un día nos reíamos porque una vez le hizo un tatuaje a Sergio y se lo cobró: “Yo necesito cobrárselo a los que pueden pagarlo para hacérselo gratis a los que no”, había argumentado.

Santiago se llevaba bien hasta con el vecino que era pastor, recuerda Carlos, aunque apenas aparecía la Biblia empezaba el debate en la vereda de la casa: “Remarcaba todo el tiempo que para ser persona no tenías que tener plata. ‘La gente piensa que los hippies somos vagos. ¡Nada que ver!’, decía él. Se hizo una amiga en Mendoza y se fueron juntos a El Bolsón. Ahí Santiago ayudó al padre de esta chica a pintar toda la casa”, evoca Carlos y, mate en mano, con los ojos llorosos detrás de los anteojos, el relato se ensombrece.

“Santiago llamó a la mamá y le dijo que ya tenía toda la plata para emprender el regreso. Le pidió que le haga una torta, que él iba a llegar para su cumpleaños. Stella dice que le dijo: ‘Ma, ¿y me vas a ir a buscar a Bragado?’”. A 55 kilómetros, por allí pasa la única ruta que tienen los venticinqueños para ir al sur, y como Santiago viajaba a dedo, quería que su mamá lo fuera a recibir. Carlos cuenta que la familia está acompañando mucho a Stella. “En las marchas intentamos representar la bronca que causa todo esto. Yo creo que Santiago estuvo en el lugar y el momento no indicados”, opina.

 

“Santiago era amor”

– ¿Ustedes de donde son?

– De Mendoza.

– ¿Vinieron por Santiago?

– Somos amigos de él. Lo conocimos allá.

– No hay derecho. Dios decide cuando nos da y nos quita la vida.

– La Policía nos quita la vida.

Un cigarrillo intenta tapar las lágrimas y la angustia en el pecho. Con los ojos enardecidos de tanto llorar, dos chicos se abrazan en compañía de una de sus madres. Otra chica repasa, con una brocha y engrudo, un corazón hecho en el piso con la foto del Lechu que pide justicia. Una mujer sentada en la esquina se ceba un mate y, con una mirada reflexiva, acaricia a un perro callejero que se le posó en los pies junto a su cartel: “Santiago presente. El Estado es responsable”. En la otra esquina, debajo del techo de un negocio, un grupo de jóvenes con los pelos teñidos, piernas tatuadas, rastas y aritos se resguardan bajo una bandera mapuche y otra blanca que dice: “Muerte al Estado y a todxs sus cómplices lacayxs. Resistencia y sabotaje. LHT”.

“Disculpá, no quiero hablar”, dice una chica con el pelo violeta y esconde su rostro entre sus brazos. Otro joven lleno de rastas y partes rapadas levanta la mano con su dedo pulgar hacia arriba indicando que está todo bien, pero recuesta su mejilla derecha entre sus rodillas y mira la pared. Hacen silencio en señal de respeto, dolor y despedida, seguros de que Santiago es semilla de lucha que renace.

“Santiago era amor, eso era”, resume Guillermina, la esposa del Topo, el mejor amigo de Santiago. “Se potencian cuando están juntos. Bueno… qué raro va a ser decir ‘se potenciaban’”, se corrige tomándose fuerte del brazo de Beatriz, vecina de Santiago de toda la vida, y añade: “De chiquito lloraba cuando la mamá le mataba los piojos. Ya ahí te das cuenta que era otra clase de tipo”.

Beatriz escucha, piensa y suma sus palabras: “Era una persona alegre, gritaba, iba y venía. El siempre cruzaba la calle y se ponía a tocar la guitarra. Cantaba y estaba ahí. También sabía tocar la batería y el siku. Nosotras decíamos que era bien de la mamá y la abuela. Todo este tiempo nos estuvimos juntando en la Plaza Mitre. Organizamos marchas todos los viernes hasta que la familia nos pidió tomar otra frecuencia”.

“¿25 de Mayo? ¡25 de Facho!”, decía Santi. Nosotros, en esta ciudad, somos pocos pero el partido es muy grande. Muchos explotan la tierra para cosechar la soja. ¿Y sabés lo que pasa? A nosotros nos han enseñado a amar a nuestro patrón más que a nosotros mismos. Santi toda su vida luchó contra esto”, interviene Guillermina, cuyo marido es artesano y la única manera de contactarse con él es a través del celular de ella. Este sábado le suena seguido, sucede que es el cumpleaños del Topo y Guillermina dice que se lo pasó abrazado a Germán, el hermano del medio de los Maldonado, sentados en la mesa de su cocina.

“Cuántas tardes de charla en casa… la verdad está en el río, en el sol. Esa es la verdad. Nosotros tenemos que cuidar la naturaleza, no arruinarla. Tenemos que potenciar la medicina de Santiago, del Brujito. Eso sí que es un acto de amor. Hay que llevar la simpleza como bandera. Yo creo que ahora su alma evolucionó. Él siempre fue de muy poca foto, lejos de la cámara. La lucha que nos dejó fue muy importante. No será Jesús con 33 años pero Santiago con 28 nos dejó mucho”.

Último adiós

Son las 11 y la gente se agolpa, busca sombra en las esquinas, bajo los árboles y en las puertas de las casas cercanas a la casa velatoria. Otros siguen la escena encandilados a pleno rayo de sol. Mientras una joven amamanta a su hijo, otra se pone de pie al lado de ella con la foto de Santiago en la espalda y le grita a un camarógrafo de la TV Pública: “¿Cuánto más vas a filmar? ¿Por qué no filmás cómo nos están matando?”. El día anterior, en pleno velorio, se había conocido la noticia del asesinato de Rafael Nahuel a manos de las fuerzas de seguridad en una nueva represión en territorio mapuche.

– Nueve meses en la panza. Nosotros estamos de duelo y allá siguen matando.

– Acá somos siempre los mismos. Un grupo minoritario.

– Yo conozco a la madre de toda la vida. Santiago se puso re contento cuando Stella se jubiló. Le decía que ahora iba a poder salir a disfrutar, a divertirse. Qué cosa, che. Pobre familia.

En un micro se observan los pañuelos blancos. Taty Almeyda, Nora Cortiñas y Lita Boitano son rápidamente reconocidas y desatan una abrumadora y eterna cadena de aplausos, de agradecimiento y alivio para todos. A ellas se sumaron personalidades como Victoria Donda, Victoria Montenegro, Horacio Petragalla, Nicolás del Caño, Miriam Bregman, Vilma Ripoll y el periodista Gustavo Sylvestre.

La puerta de la casa velatoria se abre y junto con todos sus amigos y familiares el cuerpo de Santiago es colocado en el coche fúnebre e inicia su recorrido hacia el Cementerio “Parque Paraíso”. Algunos se acercan y tocan los vidrios del vehículo, otros alzan la voz: “¡Como a los nazis les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar!”. Unos chicos gritan para que frene la camioneta blanca dispuesta para los que andan a pie. Todos quieren abrazar a Sergio Maldonado, con cara de agotamiento pero firme, quien finalmente se sube al auto que, en procesión, con una gran cola de autos detrás, toma por la calle 27.

Desbordante de vida, enérgico, sencillo, bondadoso, naturista y antisistema, así era Santiago, quien además se autodenominaba como “antipolítico y antirreligioso”, aunque tal vez habría que decir antipartidario porque su filosofía era pura política. Hoy, en 25 de Mayo, sus murales siguen hablando, como ese que dice “11 de octubre: último día de libertad”, o el profético “La dignidad no se transa ni ante el paredón de la muerte”.

 

 

 

Actualizado 27/11/2017