Por Ana Laura Mársico
Fotografía: Ilustración Maria Eugenia Hernández

En febrero de este año renuncié a mi ex trabajo para conseguir alguno relacionado a la carrera que estudio, Ciencias de la Comunicación. Días y meses llevo enviando CV y llamando a medios. “(Risas) Acá sobra gente. Si querés mandalo para que quede en el registro pero la situación está muy negra”, me dicen en uno de los pocos lugares que me atienden. “No estamos buscando a nadie. Te agendamos para futuras búsquedas”, es la frase habitual. Con tristeza y un poco de bronca, contesto: “Gracias por responder. Saludos. AL”.

Hoy me desperté dos horas antes de que suene la alarma que me pongo para “no pasarme con el sueño”. Me abrigo, me ato el pelo, prendo la radio y me acuerdo de La Guía del Estudiante que me regalaron una vez: “Querida hija: que esta guía te oriente a encontrar tu camino para ejercer y desarrollarte, con el anhelo de mejorar y aportar un bien a la sociedad”. Mientras, escucho las noticias: obreros despedidos, paro docente, cierre planta de PepsiCo, suspenden planes Progresar…

El sindicato al que está afiliado mi papá defendió de nuevo al patrón y sólo recibió un aumento del 20 por ciento. A mi mamá se le redujo un tercio su trabajo. Ni el programa de la radio empieza a horario porque operadores y periodistas reclaman que les paguen su sueldo y sus aportes atrasados. Y cada vez está peor para todos.

Pero ese día, un correo me devolvió algo de autoestima. “Hola Ana Laura. Me paso a presentar. Soy coordinador de una revista, tenemos un programa de radio semanal y una página web. Nos llegó tu CV y actualmente estamos buscando una ´promotora publicitaria´ que nos acompañe en la búsqueda de anunciantes para sostener esos emprendimientos. Tal vez sea una buena oportunidad para vos en la medida que tengas buena voluntad, tesón, constancia y ganas de aprender. Si todo esto forma parte de tus cualidades, podemos encontrarnos. Estamos en contacto”. Después de cuatro meses, conseguía una entrevista.

El día indicado, me levanté temprano, planché la camisa y salí con tiempo. Llegué antes así que una amiga me entretuvo hasta que se hizo la hora y se fue. A las 8.55 toqué el timbre y bajó un hombre de unos 60 años. Antes de que abriera, puse el celular en silencio para que no me interrumpieran durante la entrevista.

Apenas nos sentamos, comenzó: “Vi que fuiste a un liceo. Es buena la educación de ahí, ¿no? Bah, más allá que fue de donde salieron Nito Mestre y Charly García, seguro que la tuya fue mejor… Mientras termino de contestar unos mails, querida, vos hojeate la revista… Como sabrás, nosotros somos una revista que trabaja y se financia por la publicidad, no tenemos ningún plan piquetero ni nada por el estilo”.

– ¿Alguna vez participaste de una revista? –me preguntó al rato.

– No. Mi única experiencia fue en una radio comunitaria en Liniers.

– ¿Pero no vivís en Caballito? ¿Cómo llegaste ahí?

– Por un conocido –dije sin contar que en realidad militaba allí.

– ¿Qué conocido? –insistió.

– Mi novio –dije pensando qué podía importar eso.

–Ah, tenés novio…

Ante mi cara de “no entiendo que tiene que ver mi situación sentimental”, preguntó si me quedaba alguna duda. La revista que editaba era un amasijo de avisos publicitarios, horriblemente diseñada y diagramada. En el margen superior izquierdo de la tapa se veía una chica con síndrome de Down. Pasé las páginas y adentro no se hacía ninguna referencia a ella. Lo más interesante eran unas adivinanzas para “descubrir tu barrio porteño”. Con respeto, planteé la posibilidad de mejorar el contenido y así atraer el interés de lectores y anunciantes.

“Te comento una cosita, nada más. Hace 40 años que me dedico a esto, fui docente  de un terciario en periodismo, soy muy amigo del director, me llamaron específicamente a mí para que dé una materia, participé de la reforma del plan de estudios y podrás ver a todas las personas que entrevisté –señaló un par de retratos en la pared– ¿Sabés la cantidad de chicos que están estudiando periodismo? ¿Y sabés la cantidad de inútiles que se creen que van a iluminar el mercado? Ustedes no van cambiar nada”.

Por un instante, se me ocurrió que la desubicada era yo y que me había comportado de manera soberbia. Entonces me limité a escuchar. El trabajo consistía en visitar todos los locales de Palermo y convencerlos de anunciar en la revista.

– Para vos que sos tan inteligente, esto es muy sencillo. Por ejemplo, tenemos solo dos publicidades de peluquería. Vos le podés decir de poner una oferta para que el tipo se entusiasme. A ver vos, ¿cuánto gastás en el pelo?

– Un corte debe salir 300 pesos –calculé porque al mío me lo corto yo.

– ¿Y cuánto te sale el gimnasio?

– No voy al gimnasio –odio los gimnasios.

– Pero es obvio que alguna vez fuiste –hizo una pausa y preguntó–: ¿Dónde te gustaría trabajar el día de mañana?

– Me gusta la educación y la investigación, pero también escribir, así que no descarto la opción de trabajar en algún medio.

– A ese tipo de trabajos se entra por contacto –dijo y me relató historias de alumnos y conocidos de él que pudieron entrar en alguno y, por un motivo o por otro, no lo hicieron–. A uno, que me salió con que no se sentía a gusto, le dije: “Clavate una pastilla de carbón, pibe”.  Otra vez, cité a cinco chicas, a las más lindas de la oficina. Les comenté que un amigo producto/r buscaba una conductora para un programa de turismo extremo. Tenían que mandar fotos no sólo de la cara sino de cuerpo entero. Obvio que no así con ropita, en mallita… Y me empezaron a decir una sarta de pelotudeces. Que ellas no se van a cosificar, que ellas estudiaron para hacer algo distinto. Yo no podía creer lo que estaba escuchando. Ahí te das cuenta que muchas ganas de laburar no tienen.

– …

– También tenía una alumna que estudiaba periodismo. Era buena, una alumna normal pero amaba la actuación. Y nosotros hacíamos que vayan famosos para que ellos los entrevisten. La cuestión es que esta chica, muy bonita además, me pidió que por favor le haga contacto con el productor invitado ese día. Una noche la chica me llama y me avisa que estaba en un restaurante con este productor, que la había invitado a tomar champagne a la casa y que ella no sabía qué hacer. Y ahí le dije: “Qué querés que haga nena, hacete cargo. ¡Vos sabés a dónde querés llegar!” –otra pausa y, con mirada cómplice, dijo–: Al mercado se entra por contacto, por favores. ¿Por qué pensás que hay mujeres conduciendo en la televisión?

Yo no aguantaba más. Quería irme corriendo. Ahí me di cuenta que por las ganas de conseguir un trabajo me había metido en el dormitorio de un departamento disfrazado de oficina con un desconocido. La situación se volvió tensa y mis respuestas también.

– ¿Tenés alguna duda? –preguntó otra vez.

– No.

– Tu trabajo va a ser de lunes a viernes de 10 a 17. Aparte del sueldo tenés incentivos, estímulos… Acá tenemos auspiciantes de todos los rubros, desde técnicos de electrodomésticos hasta zapatería. Si vos necesitás algo, alguna pilchita, alguna ropita que te guste, vas y le decís que trabajás conmigo. Capaz que te hace algún descuentito…

Cuando salí a la calle, miré mi celular: eran las 10.40 y tenía varias llamadas perdidas. Había pasado una hora y cuarenta minutos. Me llamó mi mamá. Estaba desesperada porque yo no había contestado sus mensajes. Me largué a caminar, a llorar y a contarle por teléfono lo que acababa de vivir. Pero una mujer llorando en la calle también es una buena excusa para que te acosen: “Muñeca. No llorés, vení que te consuelo… Te vengo viendo hace cuadras y no puedo creer las cejas hermosas que tenés. ¡Pará, flaca, no corrás! ¿Qué te pasa? Es un piropo, pelotuda. ¿Quién carajo te creés que sos…?”.

Sólo quiero conseguir un trabajo.

Actualizado 05/09/2017.