Por Vittorio Petri
Fotografía: Serena Moyano

Con la etiqueta #BACapitalGastronómica, el Gobierno porteño promovió el 2º Campeonato Federal del Asado que, según cálculos de la Policía de la Ciudad, reunió a 350 mil personas, 100 mil más que el año pasado. En el mismo escenario urbano que suelen utilizar los movimientos sociales para reclamar pan y trabajo, veinticuatro parrilleros tiraron toda la carne al asador para que la degusten, con exclusividad, los ocho jurados.

A las 11 comenzó a llegar el público a la Plaza de la República, que durante más de cinco horas y bajo un sol radiante fue el escenario de la particular competencia. Cuatro tribunas, con capacidad para cien espectadores cada una, rodeaban el “Estadio del Asador”, dispuesto de espaldas al público. Las veinticuatro parrillas formaban un semicírculo de cara a la prensa y también a Evita, que contemplaba todo a unas cuadras, desde lo alto del edificio de Desarrollo Social. En el centro, dos presentadores vestidos de boina, cinto, bombacha de gaucho, botas y poncho al hombro, se esforzaban por entretener e informar a la gente que ocupaba las tribunas y los más de cinco mil curiosos que intentaban ver algo a través de las vallas.

Entre el Obelisco y avenida Rivadavia, decenas de bancos de madera hicieron un piquete en la traza del Metrobus. A nadie pareció importarle esta vez el caos de tránsito. Cientos de familias sentadas en los cordones de las veredades pasaron allí el Día del Niño. Cuarenta y cuatro parrillas ofrecieron un sinfín de platos provenientes de los stands gastronómicos a beneficio de COAS, una ONG que colabora con el equipamiento de los hospitales porteños y, desde este año –según anuncia en su web– de todo el país.

Una cuadra estaba dedicada a las colectividades y las comidas típicas de sus lugares de origen: Colombia, Austria, Cuba, Perú, España, Líbano, México, Armenia, Italia y Francia. Sin embargo, por precio, practicidad y gusto, el choripán seguía siendo el rey. Enfrente, un cartel que decía “Área de Gobierno” daba la bienvenida a una plaza de juegos. Inflables, conos, sogas y estructuras de plástico eran las preferidas de los niños. Más allá, un laboratorio de reciclaje y un stand de la Policía de la Ciudad generaban la fascinación de muchos con sus sofisticados artefactos de realidad virtual. A metros nomás, sobre Rivadavia, se levantó el enorme escenario que albergó durante toda la jornada a una decena de artistas, otro plato fuerte para algunos de los concurrentes.

Un escenario con un guitarrista y un cantante, a sus pies una multitud de gente.

Sobre Rivadavia se levantó el enorme escenario que albergó durante toda la jornada a una decena de artistas.

Cuadril, tira de asado, vacío y choripán fueron las carnes que se tiraron sobre las veinticuatro parrillas para competir. El mismo número de pizarrones acompañan los stands e indican el nivel de cocción pedido para cada corte: cocido, jugoso y a punto. Gorras de sol, gorros de cocinero franceses y tubulares, bandanas, sombreros y boinas, ordenados de a dos, frente a cada puesto, indicaban la relación gastronómica de los cocineros, en un caso, y chefs en otro, con la carne asada.

El calzado se alternaba entre zapatillas y alpargatas y la espera regaló algún que otro sapucai, pero la mayor atracción estuvo en el stand de San Luis con sus polleras y boinas coloridas. “Es la primera vez que compiten mujeres, hace veinte años que aso y la esperanza de ganar está, y más entre tantos hombres. ¿Te lo imaginas?”, preguntaba Margarita Mussinger con una sonrisa de oreja a oreja. Mientras, entre tantas preguntas y solicitudes que atendían, una se repetía: “¿Cómo asan las mujeres?” Patricia Ojeda sostenía que el secreto es “hacerlo bien tradicional, bien criollo, no agregarle nada y dejar que el instinto lo guíe sobre la marcha”. En la parrilla de su derecha, se encontraban Ale del Pino y Daniel Giménez, ambos con gorra de sol y representando a Formosa. “Nosotros somos cocineros de cocina, no somos asadores, por eso apostamos a venir a mostrar algo de inventiva”, contaba Giménez. Justo enfrente, bajo el cartel de Santiago del Estero, Néstor Diaz y Hugo Plotino con sus gorros de cocinero champiñón, explicaban que “allá no hay asadores y parrilleros de ley, todos hacemos de todo un poco en la cocina, por eso acá venimos a apostar a lo que mejor sabemos hacer que es el asado jugoso”.

Dos parrilleros vestidos con ropas tradicionales se encuentran preparando la carne cruda.

Juan Ignacio, uno de los miembros del jurado, afirmó: “la utilización de los ingredientes es una parte muy importante”, ya que “un poquito de sal te cambia todo”.

Jugo de limón, aceite, orégano, ají molido, ajo, pimentón, laurel, comino, pimienta, nuez moscada y sal fueron los once ingredientes que los competidores tenían para condimentar sus preparados. Juan Ignacio, de la Cabaña Las Lilas, fue uno de los miembros del jurado y afirmaba que “la utilización de los ingredientes es una parte muy importante”, ya que “un poquito de sal te cambia todo”. Además, se juzgaba “la presentación, el sabor, la temperatura y la correspondencia con los puntos de cocción que se les pidió con anticipación”. Pablo, del restaurante Siga la Vaca, sumó a su evaluación “el inicio que se le da, el folclore con el que se hace y la inventiva que se aplicó”.

A las 12 en punto, el primer grupo de parrillas, conformado por La Pampa, Salta, Neuquén, Tucumán, Corrientes, La Rioja, San Luis y Formosa, encendieron los primeros fuegos. Con la opción de usar leña, carbón y papel a gusto, empezaron a llenar de humo el escenario central, donde estaban los presentadores y un incansable guitarrista que musicalizó toda la jornada. En medio del humo apareció el vicejefe de Gobierno de la Ciudad, Diego Santilli, repartiendo sonrisas y apretones de manos. “¡Llegó un amigazo!”, soltó uno los presentadores, mientras el funcionario saludaba y bromeaba con los participantes. El segundo grupo prendió el fuego a las 12:30 y el tercero a las 13.

Minutos antes, en el cubículo de Mendoza, provincia campeona el año pasado, Ramón Robles y Félix Zárate, los dos con sombreros regionales, pañuelo al cuello y camisa a cuadros, comentaban que “es una presión doble para ellos tener que suplantar a los ganadores”. También se quejaban de los problemas de la preparación para el campeonato en Mendoza: “Allá la carne es más dura porque el animal camina más para conseguir pasturas, por eso tenemos que pedir carne de acá para practicar”. Y a poco de encender el fuego, revelaron el secreto que les legaron: “Tirarle sal a las brasas para que exploten y el calor de las chispas pegue en la carne”.

Los asadores tenían dos horas y media para cocinar. Los espectadores, por su parte, tenían media hora de caminata dificultosa para arrimarse hasta el escenario ubicado sobre Rivadavia y ver a Jaime Torres. En las afueras del Estadio del Asador, entre la multitud, se oyó un puñado de voces indignadas: “¡Hacen este show, estos payasos!”, “Es una joda”, “¡Cómo les gusta molestar!”. Es que un grupo de 32 activistas veganos hicieron la representación de un matadero bajo el lema “Del asesinato animal al asesinato humano hay un solo paso”. Daniela, integrante del grupo, sostuvo: “Desde pequeños nos han adoctrinado con hábitos que no sabemos cuestionar. Los animales son esclavos de nuestra ley, la ley del más fuerte”. En la performance, una mujer con un delantal ensangrentado faenaba seres humanos en plena 9 de Julio. En ese momento, un hombre de unos 70 años, envuelto en una bandera argentina y con un bastón en la mano, intentó interrumpir insistentemente la obra, pero los militantes veganos lograron frenarlo. En eso, una mujer coqueta que mira la escena le dijo a su marido: “Si te ponés a mirar, tienen razón”, mientras terminaba de un bocado lo que queda de su choripán.

Un hombre mayor con un sombrero y envuelto en una bandera de Argentina es sostenido de un brazo mientras intenta acercarse a un grupo de activistas que se encuentran en el piso representando un matadero.

Un grupo de 32 activistas veganos hicieron la representación de un matadero bajo el lema: “Del asesinato animal al asesinato humano hay un solo paso”.

A las 14:30, la misma hora en la que comenzaba el show de Caramelito en el escenario de Corrientes, en el “Estadio del Asador” ya no quedan tablas, cuchillas, pinzas, palas ni afiadores limpios, y los cortes van a parar a la boca de los jurados que recorren las parrillas y anotan en sus planillas un puntaje del uno al cinco para cada uno. Sin la responsabilidad de ser jurado, Ángel Mahler el ministro de Cultura de la Ciudad –que destinó un presupuesto de 15 millones de pesos a la actividad- se acercó a charlar con ANCCOM: “Lo más lindo de esto es la participación de la gente. La idea nuestra, junto con el Jefe de Gobierno, es hacer que la gente viva el espacio público sin miedo, que lo disfrute acá y en todos los barrios y plazas de la ciudad”.

En el escenario de Rivadavia, Tarragó Ros se presentó pasadas las 16:30. “Resulta que cuando los ingleses vinieron a atacarnos en las invasiones y los metimos presos, muchos se quedaron a vivir acá, entonces cuando les dábamos de comer alguna carne, ellos pedían `give me the curry´, y bueno, nosotros entendimos chimichurri”, relató el acordeonista y desató unas pocas carcajadas y varios asombrados. Enfrente, un hombre de unos 60 años, sentado en un banco de madera y algo molesto, le explicaba a un adolescente que lo acompañaba: “No es así, lo inventó un tipo que se llamaba Jimmy Curry, nosotros en honor a él le pusimos ´chimichurri´, de brutos nomás”.

Salvo el colectivo vegano, unos vendedores ambulantes y algún que otro artista callejero, nada se salía de libreto. Dos horas más tarde hizo su aparición el jefe de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta, para entregar dos parrillas en miniatura y dos escarapelas a Marcelo Herrera y Pablo Ramallo Oliva, los asadores oriundos de Rosario que le dieron la victoria a Santa Fe. Pero esto fue sólo una anécdota para las miles de personas que transitaron detrás de las vallas en una tarde cargada de ritual: domingo, familia, asado y, para completar el Molina Campos, hasta un torneo de truco.

 

Actualizado 23/08/2017.