Por Antonella Rossi
Fotografía: Ana Laura Martín Rodríguez

Red Puna es una asociación conformada por treinta y dos organizaciones de comunidades aborígenes, campesinos y artesanas de la Puna y Quebrada de Humahuaca, provincia de Jujuy. Se unieron en 1995 con el fin común de luchar para cambiar la realidad en que viven, generar conciencia ambiental y una transformación de las estructuras de la sociedad argentina que continúa excluyéndolos y negándoles la soberanía de la tierra que los vio nacer. Son más de dos mil familias que llevan una vida sustentable basada en el esfuerzo del trabajo diario, el respeto por la naturaleza y el resto de los hombres. Entre las actividades que realizan se encuentran la producción agrícola, la cría de animales, la comercialización de carnes de llama, hilados, tejidos y artesanías. Red Puna no sólo se limita a la producción, sino que posee áreas de formación, capacitación e intercambio. En el marco de la Tercera Bienal que realizó la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad de Buenos Aires (FADU), el pasado viernes la Asociación visitó la institución para presentar un programa de residencias para los alumnos de la Carrera de Diseño que se desarrollará en el 2018.

Eugenia Gutiérrez es jujeña, trabaja hace más de treinta años elaborando artesanías y actualmente es la presidenta de la Cooperativa La PUNHA Integrada (Por Un Nuevo Hombre Americano). Fue una de las fundadoras de Red Puna de la cual es coordinadora. “Antes de Red Puna la mayoría de nosotros ya estábamos alineados en diferentes organizaciones. Los líderes de esas agrupaciones nos unimos en una red porque perseguíamos los mismos objetivos: el cuidado del medio ambiente, el reclamo por las tierras que nos fueron expropiadas y los títulos que el gobierno nos niega”, explicó Eugenia.  La Red Puna funciona de manera horizontal y democrática con un cronograma de reuniones en donde discuten y toman las decisiones entre todos. “Tenemos reuniones mensuales en Red Puna, que se hacen en Tilcara, Abra Pampa o en La Quiaca, vamos rotando”, contó Estela Martínez, otra de sus miembros. “Fijamos los puntos estratégicos, objetivos a largo y corto plazo”, agregó Eugenia.

Eugenia sonriendo a la cámara en un aula de FADU-UBA

En la Red Puna los objetivos son comunes: el cuidado del medio ambiente, el reclamo por las tierras expropiadas y los títulos que el gobierno les niega.

En los comienzos de la Red Puna los técnicos, agrónomos e ingenieros de la  Asociación para la Producción Integral (API) asesoraron a los miembros sobre cómo mejorar el trabajo con el empleo de técnicas más eficientes, también sobre cuestiones legales y económicas. “Con el tiempo, los API -como los llama Eugenia- hicieron su propio camino porque como son técnicos consiguieron otros trabajos en las distintas provincias. Pero nosotros ya quedamos formados y tuvimos mucha capacitación”, dijo Eugenia con añoranza. En Red Puna siempre quieren mejorar y por eso buscan nutrirse de aquellos profesionales que se acercan a sus organizaciones. “Nosotros no tenemos la escuela ni la universidad cerca, pero seguimos aprendiendo para poder defender nuestros derechos”, remarcó.

“Red Puna sostiene valores como el trabajo social y el respeto entre pares. Nos ponemos de acuerdo sin pisotear al otro porque sé más, la escucha y el diálogo son muy importantes para lograrlo”, destacó Eugenia mientras observaba a sus compañeras detrás de los puestos que exhibían sus artesanías al público. “Poder sostener nuestra cultura y salir adelante con el empleo de los recursos naturales de nuestra zona es nuestro propósito. Pero lo hacemos con respeto, porque cuando sacamos la planta lo hacemos racionalmente, no deforestamos y dejamos un campo que luego no pueda proveer de oxígeno para el medioambiente”, explicó la fundadora,  indignada ante la escasez de políticas de protección ambiental.

Cuatro mujeres destiñendo una remera en el medio de la Bienal en FADU-UBA

La Red Puna está conformada por treinta y dos organizaciones de comunidades aborígenes.

Un potencial cliente se acercó al puesto que atendía Eugenia, quien le explicó que sus productos se diferencian de los industriales por la forma en que los hacen. “Lo que elaboramos es algo autóctono y único. Nuestras prendas tienen un trabajo manual y artesanal”, subrayó Eugenia con orgullo. Lo cierto es que a las tejedoras les lleva un día entero confeccionar diez mantas, mientras que la fábrica puede producir más de mil al día. “El producto de fábrica se hace con otro hilo, mezclado con una fibra sintética. Nosotras trabajamos con todo material natural, utilizamos pelo de llama que nosotras mismas criamos y le damos tintes naturales. Lo nuestro tiene otros valores, tiene historia”, agregó Eugenia mientras acariciaba unas suaves bufandas tejidas a mano de colores brillantes. Estela Martínez es de la comunidad aborigen de Escobar Tres Cerritos y miembro de la Asociación de Pequeños Productores de la Puna desde hace veinte años. “La elaboración del producto la hacemos desde cero. Yo soy criadora de llamas, las esquilo, después hago el hilo y por último elaboro las prendas”, detalló Estela. Siempre estuvo en contacto con la naturaleza y los animales. Aprendió el oficio cuando era una niña viendo a sus abuelos y a su madre. “Ellos vivían de eso y ahora yo también. Pero mis hijos no heredaron eso. Ellos estudian, les gusta más el pueblo, por eso se fueron a La Quiaca”, contó con tristeza. Estela espera que tal vez sus nietos retomen la tradición. Ella no piensa dejar el campo porque dice que criar llamas es su vida. Sin embargo, si se presenta la oportunidad de venir a Buenos Aires, por un tiempo, para incorporar conocimientos que mejoren su labor, está predispuesta para hacerlo.

Verónica Pasa es de la Quebrada de Humahuaca e ingresó en el 2002 a la Red Puna, a través del área de jóvenes, pero conoció la organización a partir de un taller de género sobre tejido. “En mi comunidad siempre me juntaba con señoras grandes que participaban del taller. En ese momento, estaba cobrando un plan y me exigían que realizase algún proyecto productivo, entonces empecé a hilar y después a tejer. Más tarde me uní al espacio de artesanía”, contó Verónica. La inquietud, el querer mejorar y progresar la motivó a seguir adelante con el proyecto. Ahora es una de las coordinadoras en el área de venta. “Desde chica aprendí a tejer porque mi padre era telero y mi madre hilaba, hacíamos alfombras y chalecos. Era una tradición en mi familia, pero necesitaba un impulso. Cuando era joven no tenía tanta necesidad, pero cuando fui mamá, me vi en la necesidad de generar un ingreso. Busqué la forma de trabajar sin descuidar a mis hijos, mientras hilo o tejo los puedo tener a mi lado”, reflexionó. El relato fue interrumpido por una señora que se acercó para preguntar por un cuello y unos gorritos. Tras concretar la venta, Verónica prosiguió: “Mis hijos tienen diez y trece años, son chiquitos. Hoy no sé si quiero que sigan con la tradición, prefiero que estudien. Yo terminé de grande la secundaria y no me gustaría eso para ellos”. Para Verónica, sus compañeras también son una motivación. Muchas de ellas son mamás solteras que necesitan una mano y está siempre dispuesta a ayudarlas. “Quiero estar con ellas y serles útil. La necesidad te obliga a formar un grupo y a apoyarnos entre nosotras. Actualmente somos diez chicas que nos reunimos todos los miércoles para intercambiar conocimientos y consejos. Tenemos catálogos con moldes que vamos construyendo entre todas, vamos mejorando la calidad de nuestros productos, enseñamos a teñir a las que no saben para que puedan hacerlo solas cuando algún cliente le pida determinado color, nos vamos capacitando todo el tiempo, no es que nos la sabemos todas”, contó con una sonrisa que sostuvo durante toda la conversación. Para Verónica no existe la competencia son sus pares, pero sí con la mercadería que viene importada del Perú, porque es más barata.

Ronda de personas tiñiendo lo que parece ser hilo en una olla.

«La necesidad te obliga a formar un grupo y a apoyarnos entre nosotras».

Nélida Aurora Arequín es una mujer callada y tímida, pero con toda una vida de experiencia en artesanías. Trabaja hace ocho años con la Red Puna, pero desde muy chica aprendió el oficio.  “Mis padres han sido criadores y mi abuelita tejedora. Un poco me enseñaron ellos, otro poco aprendí viéndolos y también me capacité”, narró mientras preparaba los ingredientes y los recipientes que se utilizaron más tarde en el taller de tintes naturales. Conoció Red Puna a través de Langosta, una comunidad indígena de la cual es parte. “Me gusta tejer y el tejido lo tomé como lo nuestro. Hacer este trabajo significa no perder la tradición, pero también es nuestro sustento de vida”, concluyó.

Martín Churba es un diseñador que trabaja en moda y textil hace veinte años. Conoció Red Puna hace diez años en un viaje turístico al Norte del País a través de Liliana Martínez, que estaba realizando un trabajo de campo en Tilcara para atender el estado de urgencia de los habitantes, producto de la lejanía que les impedía desarrollarse económicamente. “Cuando me encontré con esta organización, sus integrantes estaban muy seguros de qué era lo que querían y qué necesitaban para lograrlo. Yo pasé por una especie de taller y por casualidad me encontré con una reunión mensual que llevan a cabo para ordenar su trabajo y me preguntaron si yo era diseñador. Cuando les respondí que sí enseguida me plantearon que necesitaban un diseñador para mejorar la calidad de las artesanías que elaboraban y revalorizarlas”, contó Churba. Red Puna había presentado un proyecto para hacer cursos de capacitación al Ministerio de Desarrollo Social pero les exigían una currícula para su financiamiento, con ayuda de profesionales de distintas disciplinas se presentaron, pero no prosperó. Finalmente pudieron sacar adelante el proyecto de capacitación con el apoyo de fondos internacionales después de que Red Puna se presentara en un concurso y quedara seleccionada. Los financistas apostaron por la organización y decidieron que en lugar de ser un año de capacitación fueran tres.  Las áreas en las que se focalizaron fueron diagnóstico y resolución de problemas urgentes; capacitación en técnicas y marketing y comercialización. “Hoy se puede decir que Red Puna es una organización independiente de nosotros y de todo, son ellos los que toman las decisiones, diseñan, producen y tienen dos locales para la comercialización de sus productos”, dijo Churba.

Mujer tejiendo en una de las aulas de FADU-UBA.

“Red Puna sostiene valores como el trabajo social y el respeto entre pares», destacó una de las integrantes.

La mujer en la red

Liliana Martínez, ingeniera agrónoma y partícipe de Red Puna explicó que decidieron armar un área de género porque querían formar una sociedad más justa. “Empezamos a trabajar las relaciones de desigualdad entre varones y mujeres al interior de esas organizaciones. Pronto las mujeres se fueron empoderando y actualmente son dirigentes de la red. En el camino nos dimos cuenta de que faltaba algo, la pata económica. Todas ellas esquilan, hilan, tejen y querían mejorar sus artesanías. Los precios eran muy bajos y las ventas no mejoraban. En ese punto nos encontramos con Churba. El trabajo que realizamos en conjunto fue muy construido, conversado y a la medida de las necesidades de la gente, así desarrollamos un plan para revalorizar la labor de las artesanas y fue la manera de hacer el proyecto de todos y todas”, explicó Liliana.

“Hemos ido empoderándonos de nuestros lugares, muchas de nosotras somos dirigentes. Si tenemos que viajar lo hacemos, estamos dispuestas a enfrentarnos a la vida. Cuando nos capacitamos desde el área de género no sólo lo hacemos para el trabajo, sino también para nuestra familia, para criar mejor a nuestros hijos. Si no sos feliz en el trabajo es  porque no sos feliz en tu familia y tu familia es primero”, reflexionó Eugenia que cumplió 56 años y hace treinta que realiza un trabajo social con la Cooperativa PUNHA. “Antes era diferente. Puedo contarlo desde mi propia experiencia. A los 20 años yo no podía ni hablar con la gente, me agachaba, no la miraba a los ojos. La gente allá en la Puna es muy sumisa y por eso la estamos preparando, no es que carezcan de valores, sino que nuestra cultura misma es así. Nuestros padres y abuelos fueron muy duros, nos decían mejor quedate callada y la situación que vivieron nuestros antepasados con los terratenientes, también nos hizo ser como somos. Pero hoy es diferente, jamás pensé que iba a ser capaz de estar frente a un micrófono, ahora sí”, sintetizó Eugenia con una mirada fuerte y con voz firme después de dar una conferencia junto a Churba en la FADU.  

Conservación del patrimonio

El Fondo Nacional de las Artes (FNA) junto a Red Puna y el diseñador Martín Churba se encuentran proyectando un programa de intercambio para alumnos y docentes de la Facultad de Diseño y Arquitectura (FADU) que se desarrollará el próximo año.

“Son los artistas de ayer los que financian a los de hoy. Estamos muy contentos de la presencia de Red Puna en la Bienal y esperamos que a raíz del programa se pueda generar espacios de encuentro entre el mundo de las artesanías, el diseño y el patrimonio, promovido a través de las residencias artísticas y los espacios de intercambio entre las distintas disciplinas”, explicó Carolina Biquard, presidenta del FNA en la Bienal de Diseño organizada por la FADU.

Llamas de peluche hechas con hilo y alpaca expuestas en una mesa.

Entre las actividades que realizan, las artesanías son más más visibles.

Eugenia también habló sobre las residencias: “Somos una organización que siempre tuvo las puertas abiertas, hemos hecho muchas pasantías con el Movimiento Campesino Indígena desde las distintas universidades. Churba fue también una gran influencia para que decidiéramos hacer este programa de residencias con los estudiantes de Diseño (FADU) ya que nos puso en contacto con muchos diseñadores en otras ocasiones. Seguramente los estudiantes puedan obtener de nosotros la experiencia de hacer algo de una forma en las que nunca se deben haber imaginado que se podía realizar y principalmente un trabajo a tierra, directo. A su vez, nosotros esperamos aprender de ellos la teoría y la técnica para poder llevarla luego a la práctica. Si nosotros le damos una mano y ellos nos dan otra, sé que todos podemos salir adelante.”

“Yo me encontré con Red Puna a partir de una pasantía que realizábamos con los alumnos de la Facultad de Agronomía. Consideramos que es muy rico que la universidad se acerque a otro campo distinto al que está acostumbrada. Todos esos años de convivencia y aprendizaje dentro de la Red Puna fueron lo que nos motivó a organizar este programa de residencia con los estudiantes de la FADU. Creo que el proyecto les permitirá a los alumnos, mientras se están formando, conocer otras realidades, obtener otros saberes como los de los artesanos y así enriquecer su carrera y trayectoria como diseñadores. Por su parte, el alumnado y los docentes pueden brindarles ciertos conocimientos más teóricos y de técnica, miradas distintas sobre el mundo de la moda, generando así un intercambio”, expresó Liliana Martínez.

Priscila es una investigadora de puntos de telar mexicana que hizo una residencia en Red Puna tras haber sido contactada por Churba para enseñarle sus técnicas a las tejedoras. “Cuando me pidieron que fuera a mostrar a los teleros de Jujuy lo que yo hacía, me quedé en shock porque no sabía qué le iba a poder brindar a ellos. Tuve miedo de violentarlos porque era como meterme donde no me llamaban. Luego me encontré con que ellos tienen toda esa cultura y son unos teleros impresionantes, son maestros que manejan el telar desde que nacieron. Observé mucho sus técnicas que van pasando de generación en generación.  Y aunque es cierto que en una parte de su historia todo eso se truncó, ahora están intentando recuperarla. Lo que yo aprendí de ellos fue muchísimo más de lo que yo les enseñé. Son personas que aprenden muy rápido y siempre te piden más. Esta retroalimentación entre comunidades es muy importante para los estudiantes, para los miembros de la red y para el país en los tiempos que corren. Es importante que todos entiendan que esto no es un hobby, que es un oficio y pueden hacer de eso una salida laboral”, reflexionó Priscila.

Una mujer exponiendo sus tejidos en una de las aulas de FADU-UBA

En los comienzos de la Red los técnicos, agrónomos e ingenieros de la Asociación para la Producción Integral (API) asesoraron a los miembros sobre cómo mejorar el trabajo con el empleo de técnicas más eficientes, también sobre cuestiones legales y económicas.

Taller de tintes naturales

La presentación del proyecto de intercambio con la FADU y de acercamiento con las tejedoras de la Red Puna finalizó con un taller de tintes naturales que se llevó a cabo al aire libre. Primero formaron un semicírculo frente a dos ollas grandes llenas de agua, calentadas por dos mecheros, y un caballete en los que reposaban los ingredientes: cochinillas, semillas de achiguete, limones, ceniza, botellas cortadas como recipientes, una remera vieja que servía de colador y dos cucharas de madera para mezclar.

Las teñidoras explicaron paso por paso las técnicas ancestrales que emplean para elaborar la mezcla que da como resultado los tintes naturales que utilizan para pintar sus tejidos. Luego, todas tuvieron la oportunidad de teñir un atado de hilo de llama con ambas preparaciones para ver los resultados. Mientras penetraba el color en los hilos, las aprendices escuchaban atentamente las anécdotas que Eugenia y Verónica relataban y solo las interrumpían para hacerles preguntas al respecto. De pronto, se dio un interesante intercambio entre una de las alumnas de la Facultad y las teñidoras sobre tintes artificiales y naturales, que finalizó en una invitación a la joven para visitarlas en los talleres.

“El trabajo lleva mucho tiempo porque una vez que esquilamos al animal y lo lavamos, debemos separar pelo por pelo, retirando la cerda, que es el pelo grueso y que pica en las prendas. El pelo se esquila año por medio porque es necesario que crezca como mínimo siete centímetros. Solo sirve el pelo del lomo y los laterales. Lo que sobra lo usamos de relleno para las llamitas que hacemos de adorno”, explicaba Eugenia mientras Estela revisaba los atados. El olor que emanaban las ollas era dulzón. El color que tomaron los pelos de llama era anaranjado en aquellos atados teñidos con achiguete, y rojizos en los de chinchilla. Retiraron los hilos de las ollas, los escurrieron y enjuagaron unas cinco veces. Después los extendieron en una soga para que se secasen al sol.

Mientras se secaban los hilos, se les adelantó a los alumnos algunas condiciones para obtener la beca para la residencia en la Puna: “Para inscribirse, como el cupo es limitado, se hará un concurso en el que deberán plantear un proyecto de residencia para participar del programa. Se van a tener en cuenta desde la FADU aquellos proyectos que entiendan las diferencias culturales y de idiosincrasia. Los proyectos que planteen la activación de esas potencialidades, aquellos que demuestren querer conocer más del ambiente natural, de la artesanía de la Puna y vivir una experiencia en el lugar, serán los seleccionados. Este taller fue el inicio de este proyecto para que lo conocieran.  Para fin de año esperamos haber seleccionado a las personas que harán el primer viaje. Y se estaría desarrollando en el 2018”.

 

Actualizado 23/08/2017