Por Sol Cialdella
Fotografía: Leonardo Rendo

Hace cuatro meses Daniel Gremiger se quedó en la calle. Su casa es el techo de un puesto de diarios cerrado en la vereda del Hospital de Agudos Dalmacio Vélez Sarsfield, en el barrio de Monte Castro. Mozo de oficio, nunca pensó que iba a terminar viviendo a la intemperie y hoy lucha para salir adelante.

En abril de este año, ANCCOM informó sobre el Censo Popular de Personas en Situación de Calle, una iniciativa de más de 50 organizaciones sociales cuyo objetivo fue recabar cifras reales acerca de esta problemática, frente al “conteo” oficial del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que desde hace tres años habla de unas 900 habitantes sin techo. Pero detrás de los números hay seres humanos de carne y hueso, como Daniel.

Delgado, tez blanca, 53 años e hincha de Quilmes, afirma que su salud es “muy buena”. Pasó la niñez y adolescencia en distintos lugares ya que su padre era empleado del Banco Nación e iba rotando de sucursal. Daniel terminó el secundario en el colegio Fray Mamerto Esquiú de Quilmes y a los 19 se casó con Claudia, con quien compartiría 17 años.

Trabajó de albañil y carpintero hasta que en 1986 ingresó en Editorial Perfil donde, con el tiempo, se convirtió en compaginador. Con su esposa se construyeron una casa en Quilmes y tuvieron tres hijos: dos mujeres (que hoy tienen 30 y 28 años) y un varón (25). En 2001, fue despedido de Perfil. Lo indemnizaron con 45.000 pesos. En ese mismo momento, con Claudia iniciaron los trámites de divorcio.

Según cuenta Daniel, ella se puso en pareja con un hombre que intentó abusar de una de sus hijas y esto derivó en que le dieran la tenencia de los chicos a él. Conseguir un nuevo empleo, que alcanzara para los cuatro, fue difícil. Recién en 2003 se estabilizó cuando entró en una carpintería. Mientras, sus hijos terminaron el colegio y se pusieron a estudiar y trabajar.

Daniel Gremiger sentado en un banco de la Plaza Don Bosco tomando mate.

«Vivir en la calle es muy duro porque no tenés sentido de pertenencia, no estás en ningún lado”, dice Daniel Gremiger.

En 2009, después de hacer un curso de mozo de salón, Daniel comenzó como empleado en el rubro gastronómico. Pero en marzo de este año, luego de un año y cuatro meses de gobierno macrista, se quedó en la calle. Hasta fines de 2016, compartía con su hijo el alquiler de un monoambiente en Rivadavia y Lope de Vega, pero el muchacho decidió mudarse con su novia a Quilmes y le avisó que no renovaría el contrato. Para entonces, hacía tres años que Daniel trabajaba de maître durante los fines de semana en un salón de fiestas en Devoto, y cuando aparecía, en algún evento extra. Pero cada vez había menos.

En ese doble juego de recursos escasos y alquiler, tarifazos e inflación, Daniel podía aportar sólo para las expensas, el cable y algún servicio. “Él es un gran pibe –dice refiriéndose a su hijo–, pero la chica con la que está le decía que yo estaba de más. Al principio me dolió la decisión de él, más que nada porque fue de un día para el otro. No pensé que me iba a la calle porque como era diciembre me iba a trabajar a la costa, como años anteriores. En San Bernardo entré en el boliche Punto Límite. Pero la temporada fue malísima, sólo había lugar para la cocina”. Los precios del alojamiento también habían aumentado. Le cobraban 400 pesos por dormir, casi lo mismo que sacaban por noche.

Daniel decidió volverse con lo poco que había juntado. Los primeros quince días se quedó en lo de un amigo, en Quilmes. “¿Qué hago? –pensó–. Si me voy a la provincia, seguro me roban todo, mejor me quedo en Capital y duermo en los colectivos y trenes”. Entonces empezó a quedarse de día en la plaza Don Bosco, donde antes paseaba a sus perros, y de noche viajaba para ir a dormir. Pero con el aumento del transporte se le complicó, y fue ahí que conoció a un pibe que le permitió quedarse a dormir en el Servicio de Guardia del Hospital Vélez Sarsfield, y más tarde, cuando se desocupó, en el puesto de diarios que ahora es su casa.

Daniel Gremiger en la puerta del Hospital Vélez Sarsfield.

Trabajó de albañil y carpintero. El puesto de diarios del Hospital Velez Sarsfield es hoy su casa.

“Uno piensa que nunca le va a tocar, y a la vez cuando te pasa no se lo deseas a nadie. Vivir en la calle es muy duro porque no tenés sentido de pertenencia, no estás en ningún lado”, dice Daniel, quien recalca que mucha gente lo ayuda y reconoce: “Comer, comí siempre”.

Para Daniel, vivir en el kiosco de diarios resulta estratégico por la seguridad y las instalaciones que brinda el hospital, como los sanitarios, pero siente el rechazo desde adentro: “A los vigiladores les molesta todo, y teniendo un colchón donado, no lo podemos extender en el piso, porque se quejan”, relata. Un camillero, dice, los hostiga constantemente, pasando a toda velocidad con su moto por el refugio y amenazándolos con que les va a sacar todas sus cosas.

Mientras remueve el edulcorante de un café de estación de servicio, confiesa que sus hijas no saben que él vive en la calle, el único que sabe es el varón. “Ellas intuyen que alquilo algo solo y cuando quieren verme disipo la cosa y voy a sus casas”, explica. Ellas le han dicho que no importa cómo viva, que quieren estar con él, pero a Daniel le gana la vergüenza. “No quiero que ellas lo tomen como que llegué a un punto muy límite de mi vida, porque yo lo tomo como una circunstancia, nada más”. Supone que, de enterarse, las hijas lo ayudarían, aunque no se quiere arriesgar: “Si me dijeran que no, me sentiría peor que ahora, me dolería muchísimo, como me pasó con mi hijo”.

Daniel comparte el techo del puesto de diarios con Carlos y Néstor. Juntos, se las arreglan para mantener el espacio limpio y ordenado. “Carlos es el más veterano en esto, lleva tres años en la calle y conoce todo. Me enseñó desde cómo cuidarme de noche de los robos hasta cómo guardar la plata. Néstor está hace un año y como no tiene ingresos de changas, lo único que puede ofrecer es agua caliente de un bar de la vuelta. Él barre la vereda todos los días y a cambio le dan el desayuno y nosotros podemos pedir hasta cuatro veces agua durante el día”.

Daniel Gremiger en la Plaza Don Bosco.

Daniel en la Plaza Don Bosco, uno de los lugares en los que vivió.

“En la semana me levanto a las 7 de la mañana y voy al Hospital para lavarme. Cuando necesito bañarme, voy a la casa de un amigo en Devoto, que es la única persona que sabe de mi situación, y vuelvo al puesto. La ropa la tengo ahí y, cuando junto quince prendas para lavar, las llevo a la lavandería de acá a la vuelta”, relata. Pagaba como cualquiera, 80 pesos, hasta que un día la mujer de la lavandería pasó por el Hospital, porque llevaba a su hijo, se acercó y lo saludó afectuosamente: “Yo no sabía que estabas en esta situación”, le dijo, “pero no importa, de todo se sale, lo único que te digo es que tenés que salir de esto”, lo alentó.

Por la noche, se organizan para comprar comida entre los tres y hacer guardias. Casi todos los días camina hasta un McDonald’s de la zona, donde aprovecha a cargar el celular, usar el wifi y, a veces, comprarse un café. Tener un teléfono con Internet es una necesidad porque allí revisa sus correos y recibe llamados para trabajar en eventos. La gente del salón de fiestas, donde continúa trabajando, no sabe de su situación. “Si supieran es probable que me digan que no puedo ir más, porque lamentablemente se etiqueta a las personas. Por ahí se lo toman como que soy un marginal y no estoy para arriesgarme a eso”, argumenta. Hace cálculos y dice que si tuviera suficiente trabajo como para ganar unos 10 mil u 11 mil pesos, podría alquilarse algo y vivir ajustado. En la actualidad, le pagan 900 pesos por evento y no logra juntar más de 6 mil al mes, así que todavía está lejos.

“Desde que está este Gobierno, cayó tremendamente el laburo, y te lo digo a pesar de que no soy partidario de Cristina Kirchner y yo lo voté a Macri”, admite. Hasta 2015, tuvo mucho trabajo con la empresa “Comer y pasarla bien”, propiedad de la cocinera mediática Narda Lepes, que se encargaba del catering en eventos del PRO.

El sentimiento que lo invade viviendo en la calle es la soledad. “Por ahí querés hablar con alguien y contarle lo que te está pasando… ¿y a quién se lo vas a contar?”, se pregunta solo. “Había momentos en los que estábamos en grupo, trabajando de jueves a domingos, y era muy lindo, porque te volvés a sentir dentro del circuito, y de pronto a mí me ponía muy mal cuando todos se iban, yo volvía en tren hasta Devoto y ahí caía en cuál era mi realidad. Entonces yo ni quería tomarme el colectivo hasta el puesto, empezaba a caminar para alargar el momento de llegada”.

Tener un trabajo, aunque por ahora no le alcance para alquilar, hace que no se sienta totalmente excluido del sistema. Daniel piensa que puede salir adelante: “El tema es también que se me dé la oportunidad, yo no voy a morirme así, me lo prometí a mí mismo y voy a ir contra todo”, concluye.

Actualizada 11/07/2017