Por Vittorio Petri
Fotografía: Sonia Donnarumma

Melisa Liebenthal, directora de Las lindas, habla acerca de su ópera prima y su posición en torno a la cuestión de género y los mandatos sociales a las mujeres. El filme puede verse todos los viernes de abril a las 20, en el MALBA y los domingos a las 19 en el Centro Cultural Recoleta.

Cuando tenía 13 años, su padre comenzó a llevarla al BAFICI, un festival de cine que la impactó desde un primer momento. Toda su infancia y adolescencia estuvo marcada por videos que ella misma capturó. Al terminar la escuela, casi como por añadidura, Melisa Liebenthal entró en la Fundación Universidad del Cine (FUC), de donde egresó como directora cinematográfica. En 2015, con 24 años, volvía al BAFICI, pero esta vez a uno de sus laboratorios, para presentar un work in progress, titulado Las lindas, con el que obtuvo los premios Talkbox y Estudio Ñandú. Allí, una presentadora de Rotterdam lo vio y le gustó. Un año más tarde, su ópera prima se presentaba, ya terminada, en la ciudad holandesa y obtenía el premio Bright Future. Meses después terminaría de afianzarse al obtener, en el BAFICI, el premio a mejor directora por la competencia argentina y, en Asterisco LGBTIQ IFF, el de mejor filme. Hoy, con 26 años, trabaja en un nuevo proyecto, que por el momento se conoce como El rostro de la medusa, junto a la productora Eugenia Campos, de quién recibió gran apoyo para Las lindas. Su nueva producción, se presentará en el mismo festival que la enamoró del cine.

¿Cómo se gesta Las lindas?

Las lindas nace en la Fundación Universidad del Cine (FUC). La empecé como un proyecto en un taller de dirección del último año de la facultad. La propuesta era hacer algo completamente libre, entonces comencé a explorar cosas que me interesaban y a probar recursos que después quedaron en la película. Fue ese espacio de exploración libre el que me permitió empezar con el embrión de este proyecto que continué por mi cuenta. Después de un tiempo se sumó Eugenia Campos, que es la productora, y Sofía Mele, que es la co-montajista, y entre las tres lo convertimos en la peli que es. Me sirvió mucho el empuje y el apoyo de Eugenia como productora, que apostó al proyecto.

«Todas las implicancias de la feminidad, que a mí, particularmente, siento me pegaron y me marcaron de alguna forma: el peso sobre el cuerpo de la mujer, la sexualidad…»

¿Y cómo fue su construcción?

Nos costó mucho encontrar una estructura para esta película porque no tenía un guión. Eran secuencias que yo iba filmando, que íbamos editando, viendo cómo se podían pegar, era un descubrimiento constante. Por esto, nos costó llegar a una estructura, pero también es parte de cómo me gusta trabajar a mí. Nos dimos cuenta que funcionaba ir de lo más superficial y liviano a lo más denso o pesado. La película hace eso, empieza muy frívola, con las chicas tomando tragos antes de salir y hablando de las locuras que hacían, después sigue con una anécdota de piquitos súper graciosa, continúa creciendo y termina casi con la secuencia de la depilación, que es la más cargada, desde todos lados, incluso desde la música. Hay ese movimiento de llegar a lo denso.

La película tiene una mirada feminista, ¿buscaste desde el principio que sea así o es algo que también se fue construyendo?

Cuando la empecé en 2013, estaba súper metida en el tema, lo había descubierto hacía poco, entonces se dio como a la par. Uno de los momentos más determinantes del proyecto fue estar con un álbum de fotos viejas que hay en mi casa y ver muy claramente el pasaje de la niña sonriente, espontánea, a la adolescente enojada, incómoda, con cara de orto en todas las fotos, era muy claro el pasaje. Vi eso y dije: “¿Qué pasó ahí? ¿Qué pasó de un momento al otro?”. Entonces empecé a pensar que detesto la pubertad, que fue un momento súper difícil y pesado, donde la pasé como el culo y entonces digo: “¿Por qué la pasé tan mal?” Y bueno, acá es donde entra la lectura sobre todas las implicancias de la feminidad, que a mí, particularmente, siento que me pegaron y me marcaron de alguna forma: el peso sobre el cuerpo de la mujer, la sexualidad… Así que sí, surgió desde el principio esta inquietud feminista.

Sin embargo, en las conversaciones que tenés con tus amigas en la película, esto aparece como una búsqueda sobre la marcha…

En esas conversaciones con mis amigas, que se ven como completamente espontáneas e improvisadas, que giran en torno a las fotos viejas, yo sí apuntaba a tratar de buscar cuestiones, temas o anécdotas que de alguna forma dispararan hacia estos lugares de la construcción del género. Pero igual, lo iba moderando a medida que se daba la conversación. Eran conversaciones de una hora y media cada una de las que usé, como máximo, ocho minutos. Entonces era mucho material que se descartó porque se iba muy para otro lado, o no era tan interesante, o no tenía tanta intensidad. Eran espontáneas en el sentido que no había nada preparado, más que las fotos viejas y las historias que surgieran de ahí en ese momento, esa era la única directriz, no es que dijimos: “vamos a hablar de esto o aquello”. Por otro lado, yo intervengo mucho detrás de cámara porque tampoco quería que fuera una entrevista al modo clásico donde el entrevistador está borrado, acá buscaba todo lo contrario, Melisa es un personaje que está detrás, que se ríe y mueve la cámara, era para estar un poco más a la par y en iguales condiciones con la entrevistada. Tanto en las fotos viejas como en esas anécdotas, aparecían señales por todos lados de cómo fuimos moldeadas todas de distinta forma para ser lo que entendemos por mujer. Cómo fuimos moldeadas para que nos decodifiquen como mujer, básicamente. Como una arcilla a la que se le da esa forma.

En una parte de la película, decidís hacerte un cambio de look y decís que te reconocen como un hombre por cortarte el pelo corto y la gravedad de tu voz, ¿ese pasaje tiene que ver con la decodificación de la que hablas?

Sí, claro, era un poco la idea. Poner eso en foco simplemente para hacerse la pregunta: “¿Qué pasa con esto? ¿Cómo, algo tan básico como el largo del pelo, hace que tu mundo cambie?” No tengo respuestas, ni busco dar explicaciones, sino, que creo que ya con preguntárselo, o pensar en eso, algo se modifica en la percepción de las cosas, esa es la idea.

«Tanto en las fotos viejas como en esas anécdotas, aparecían señales por todos lados de cómo fuimos moldeadas todas de distinta forma para ser lo que entendemos por mujer».

A pesar de tratar el tema de género, la película no se priva del humor…

No creo que el humor atente en contra de esto, creo que la seriedad es peor que el humor para tratar cuestiones de peso. Digamos, la solemnidad no me parece interesante como tono. El humor está en la película y era una búsqueda también, no queríamos que se vuelva muy pesada, dramática o bandera, tipo militante de algo. Queríamos que el espectador pueda encontrar su lugar en la película. Creo en eso, en darle cierto espacio al espectador para que se identifique con lo que quiera, que piense lo que quiera y saque sus propias conclusiones. Con suerte, más espectadores se harán preguntas. Y para esto, creo que es más efectivo, como estrategia, introducir algo de humor antes que estar marcando: “Esto está mal, esto está bien, esto tiene que ser así”. Cuando utilizás un discurso de ese tipo, la otra persona automáticamente se cierra, la receptividad se corta mucho. Woody Allen decía que el humor es tragedia más tiempo. La película se basa mucho en la mirada retrospectiva, en el recuerdo de cuando crecimos y nuestra adolescencia. Pasó tiempo, por eso nos podemos reír también. Hay un momento en el filme, que no dudé en sacarlo, pero me parece de los más fuertes: es cuando mi amiga cuenta cuando iban a la matiné a los 12 años y los pibes le metían mano. Nos reímos, pero es producto de esta mirada retrospectiva. Y después está en cada uno darse cuenta de las cosas o no. Si alguien se ríe y no piensa nada más, es su problema, en parte. Yo creo que la película llega a dar a entender toda esta cuestión, el peso que tiene la construcción de los géneros y el efecto que generan los mandatos sociales. Creo que ahí logra su cometido a pesar de su tono liviano y con humor.

¿Te costó mostrar cierta intimidad, tanto tuya como de tus amigas?

No, nunca lo viví de esa forma porque, desde un primer momento, mi intención era hacer un autorretrato, me interesaba ese género, el cual, para mí, está definido por ser un relato en primera persona, un ‘yo’ que se construye, que habla, pero que a partir de eso está atravesado por cuestiones universales o mucho más amplias. Es ir del ‘yo’ a algo más amplio, con esta voluntad de no quedarse en el ombligo. Siempre lo trabajé así. Eso, sumado a la idea de lo que quería mostrar, era como que todo el material que usaba, mis fotos y videos viejos, iban en pos de algo más grande, entonces nunca me lo cuestioné mucho. Después, por el lado de mis amigas, tuve mucha suerte, todas fueron muy relajadas en relación a hablar con la cámara y a que yo usara el material, confiaron. Pero, como fue una película que se descubrió en el azar, ellas también la fueron descubriendo a medida que yo lo hacía. Por otro lado, lo que genera la película es como un efecto de intimidad, de corazón abierto. Cuando la persona que está en frente tuyo se abre, como por reflejo, a uno le da por ser mucho más receptivo. Pero esto no significa que vos la ves y podés decir que me conocés o que las conocés a ellas, ves una parte y está todo en función de un relato, de cosas que ya sabemos, pero que está bueno recordar. Estoy usando mis fotos y hablando de lo que me pasó, pero no me estoy exponiendo, porque exponerse tiene una carga negativa por la cual quedás expuesta como carnada y en la película no es así.

Actualizada 13/04/2017