Por Antonella Rossi
Fotografía: Liana Rodríguez

“Somos ocho trabajadores, ocho familias se quedan sin trabajo”, son las duras palabras escritas en una cartulina azul pegada en la fachada de la histórica pizzería Mi Tío, ubicada en la esquina de Defensa y Estados Unidos del barrio San Telmo. En su interior, una placa colgada en la pared notifica que el Ministerio de Cultura reconoce el sitio como “testimonio vivo de la memoria ciudadana”. Pero aun así las puertas se cerraron para sus empleados.

El miércoles 29 de marzo a la mañana el maestro pizzero Juan Daniel Nieva se dirigía al local sin imaginar que no podría ingresar a trabajar. Los candados habían sido cambiados sin previo aviso. “Cuando llegaron mis compañeros llamamos inmediatamente a una de las dueñas pero no contestó el teléfono”, contó Nieva. “Intentamos ubicarla en su casa pero se había mudado tres días antes del cierre. Al no recibir noticias, nos asesoramos y decidimos entrar porque es legal defender nuestra fuente de trabajo”, explicó el mozo Adrián Fernández.

“El cierre no me sorprendió porque las cosas andaban mal, había pocas ventas y se compraba la mercadería justa para el día”, dijo Nieva. “La dueña mencionó algunas veces que tenía intenciones de dejar el negocio, pero nunca creímos que sería de esta manera. Nos propuso que alquiláramos el fondo de comercio y formáramos una cooperativa pero esto no sucedió, ya que ella no nos creía solventes ni capaces”, agregó Fernández.

“Somos ocho trabajadores, ocho familias se quedan sin trabajo”, las palabras escritas en una cartulina pegada en la fachada de la histórica pizzería Mi Tío, ubicada en de Defensa y Estados Unidos.

“Somos ocho trabajadores, ocho familias se quedan sin trabajo”, las palabras escritas en una cartulina pegada en la fachada de la histórica pizzería Mi Tío, ubicada en de Defensa y Estados Unidos.

“La primera noche dormimos en las sillas. Al día siguiente la vecina de arriba nos prestó colchones”, describió Nieva. Desde el 29 hasta el día de la fecha los empleados realizan turnos rotativos de doce horas para cuidar sus puestos de trabajo. Mientras tanto, continúan atendiendo el local en su horario habitual, de 7 de la mañana a 2 de la madrugada.

En el gran reloj circular, las agujas marcaron las 12 y en la pizzería empezaron a desfilar vecinos del barrio, extranjeros que estaban de paso, así como también  clientes de toda la vida. Las charlas, las risas, los cubiertos chocando con los platos inundaron el salón. Tres amigos reunidos  comían una grande de muzzarella acompañada de unas cervezas, mientras Eugenio Navarro llevaba un humeante café con dos medialunas a un señor que leía el diario.

Navarro es uno de los trabajadores más antiguos, tiene 48 años y hace 30 que es parte de Mi Tío, más de la mitad de su vida. Tiene dos hijos y una nieta a su cargo. Según Navarro, hace seis años que la situación era complicada y fue empeorando: “Antes cobrábamos el jornal completo en blanco y después en el recibo comenzó a figurar solamente medio. Eso era lo de menos, nos empezaron a dar el sueldo en dos y hasta tres cuotas”. Navarro se atrasó en el pago de las tarjetas, los impuestos y el alquiler. “Cuando me enteré del cierre me sentí con mucha impotencia. Si no recupero este trabajo no creo poder conseguir otro a mi edad. Mis esperanzas están puestas en la formación de la cooperativa”.

 Una vecina acompaña a los trabajadores, bajo la consigna "De Mi Tío no nos vamos".

“El cierre no me sorprendió porque las cosas andaban mal, había pocas ventas y se compraba la mercadería justa para el día”, dijo Nieva. Una vecina acompaña a los trabajadores, bajo la consigna «De Mi Tío no nos vamos».

“Marchen seis empanadas de jamón y queso”, se escuchó a Fernández. En una pequeña y calurosa cocina, Nieva acataba el pedido vistiendo un delantal azul, ligeramente manchado con harina. Tiene 43 años y hace 28 que trabaja en la pizzería. Es padre de tres hijos en edad escolar y sostén de su familia. “No tengo deudas porque siempre fui ahorrador, pero los ahorros no duran para siempre y ya se están acabando”, explicó.

A las 13 Adrián Fernández, apodado el “Chino”, se retiró del local y regresó treinta minutos más tarde con sus dos hijos, una nena y un varón, que vestían guardapolvos blancos. Cumplió 45 años y hace 12 que trabaja en la pizzería. Su sueldo es el principal ingreso en su hogar y al igual que el resto de sus compañeros desde febrero no cobra. “No recibimos los dos aguinaldos correspondientes al 2016 ni las vacaciones, no obtuvimos aumentos no remunerativos, tampoco nos aportaron a la obra social, dejándonos sin cobertura médica y nos deben casi un año de aportes en ANSES”, denunció Fernández con los ojos cansados y tristes. La respuesta que les dio la dueña en ese momento era que más adelante se les iba a pagar lo que les correspondía, que tuvieran paciencia y apoyaran al negocio.

Federico Ezequiel Ledesma regresaba de hacer un reparto, tiene 27 años y hace solo 4 meses que trabaja en la pizzería. Cuando no hay pedidos se encarga de lavar los platos, vasos y utensilios. Vive de su sueldo y alquila. “Me costó mucho conseguir este laburo, por eso no quise dejarlo y abandonar a mis compañeros. Además, me gusta lo que hago y el ambiente de trabajo”.

“Intentamos ubicarla en su casa pero se había mudado tres días antes del cierre. Al no recibir noticias, nos asesoramos y decidimos entrar porque es legal defender nuestra fuente de trabajo”, explicó el mozo Adrián Fernández.

“Intentamos ubicarla en su casa pero se había mudado tres días antes del cierre. Al no recibir noticias, nos asesoramos y decidimos entrar porque es legal defender nuestra fuente de trabajo”, explicó el mozo Adrián Fernández.

Una señora que pasaba caminando se asomó por uno de los ventanales y gritó: “Fuerza. Estamos con ustedes”. Los vecinos han sido actores esenciales en esta lucha, como Cecilia Calderón, redactora del diario El Sol de San Telmo, quien contó que los vecinos de su edificio formaron un grupo de Whatsapp con el “Chino” para estar alertas: “Los mozos nos contaban que la situación estaba complicada, que les adeudaban sueldos. Al principio lo usábamos para charlar y conocernos. Ninguno era amigo de antes, nos unió el cariño a este lugar que lo queremos como nuestro segundo hogar “. Fue por este medio que el “Chino” les avisó sobre el cierre e inmediatamente se pusieron a trabajar en conjunto. Crearon la página de Facebook “De Mi Tío No Nos Vamos”  y el hashtag en Twitter “#DeMiTíoNoNosVamos” que empapela el local; contactaron a los medios para hacer visible el problema y también al Instituto Nacional de Asociativos y Economía Social (I.N.A.E.S.) para que los asesorara legalmente.  “Quisimos ayudarlos  porque creemos que todos tenemos que tener la posibilidad de trabajar y tener una vida digna, solo con el esfuerzo colectivo y el pensar en el otro tendremos una sociedad más justa”, dijo Calderón.

El viernes 7 de abril Héctor Villaroel, y María Marta y Rosauro Romero, los dueños de  de Mi Tío, fue citada a una conciliación en el Ministerio de Trabajo pero no se presentó. “No vamos a bajar los brazos hasta que nos paguen lo que nos corresponde. Queremos formar una cooperativa y con las indemnizaciones sacar adelante el negocio. Hasta entonces seguiremos abriendo las puertas como todos los días, haciendo lo que mejor sabemos hacer nuestro trabajo”, expresó Fernández.

“Me costó mucho conseguir este laburo, por eso no quise dejarlo y abandonar a mis compañeros. Además, me gusta lo que hago y el ambiente de trabajo”, dijo Federico Ledesma.

 

“No recibimos los dos aguinaldos correspondientes al 2016 ni las vacaciones, no obtuvimos aumentos no remunerativos, tampoco nos aportaron a la obra social, dejándonos sin cobertura médica y nos deben casi un año de aportes en ANSES”, denunció Fernández, rodeado de vecinos.

Actualizado 12/04/2017