Por Marina Jiménez Conde
Fotografía: Néstor Beremblum

Tras el recital brindado por el Indio Solari en el predio La Colmena de Olavarría, en el que murieron dos hombres, las miradas condenatorias sobre las víctimas y de quienes participan de este tipo de recitales no demoraron en aparecer. Pablo Semán, sociólogo, Doctor en Antropología Social e investigador del CONICET, analiza la mirada sobre la “cultura del aguante”, el rol del Estado, la organización del evento y la culpabilidad y el uso de alteradores de la conciencia.

Luego de las muertes del sábado en el recital del Indio Solari se evidencia que hay una mirada demonizadora de lo que se llama “cultura del aguante” ¿Por qué?

Yo creo que siempre es más complejo de lo que está creyendo todo el mundo, porque hay una mirada demonizadora de eso que tanto los detractores como los apologistas llaman la “cultura del aguante”,que en realidad es una fetichización que empieza ya con ponerle ese nombre para creer que se sabe algo cuando en realidad no se sabe nada. Pero lo que termina pasando es que se opaca u obtura la realidad que hay detrás. Entiendo que han sido demonizados con lo de cultura del aguante pero también han sido “embellecidos” con esa misma idea. Porque hay una representación apologética también y hay que preguntarse si una parte de quienes hablan de la cultura del aguante no exaltan en los otros lo que ellos no se animan a hacer o admiran secretamente. Hablan de usos de drogas, de éxtasis, de pogo, de la libertad de los cuerpos, de un montón de cosas refiriéndose un tanto elogiosamente.

¿Qué sería entonces lo que comúnmente llamamos como “cultura del aguante”?

Lo que llaman “cultura del aguante” es un conjunto de procesos muy complejos y de práctica muy diferentes que no son un conjunto cerrado. El público del Indio es más variado y combina esas prácticas en desarrollos muy diferentes. Tomar una parte aislada por el todo, privilegiando en esa parte lo que llama la atención de las miradas polémicas y opuestas,  es profundamente reductivo.

pablo seman en su estudio

«Hay una mirada demonizadora de eso que tanto los detractores como los apologistas llaman la cultura del aguante”.

¿Qué es lo que no se termina de ver por tener estas miradas acerca de esta cultura?

En este caso, los críticos de la cultura del aguante tienden a creer que la gente es autodestructiva, quilombera, que se excita y se descontrola y por eso que pasan las cosas que pasan.Y sin hacer ninguna concesión al término de “cultura del aguante”, lo que yo puedo decir es que la gente fue muy cuidadosa, es más, si la gente no hubiera sido muy cuidadosa hubiera terminado en un verdadero desastre. Creo que una buena parte del público, en las condiciones que fuera, hizo suya las palabras del Indio que tiene que ver con la idea de cuidarse uno mismo, pensar que nadie va a cuidar a uno mejor que uno mismo, más allá que en el discurso del Indio eso tiene un valor ambiguo.

De hecho en la semana anterior al recital, a través de Marcelo Figueras, el biógrafo personal del Indio, se difundió un mensaje donde se pedía que el público se cuidara y cuidara al de al lado. ¿Cuál sería el valor que tiene ese mensaje?

Yo creo que el Indio entiende a su público, sabe de dónde viene una parte y de las cosas que es capaz. Entonces, en diálogo con ese público, les propuso que bajaran un cambio. En ese sentido los ha instado: “Sí, hagamos fiesta pero tengamos un límite, un mínimo de disciplina para poder festejar y que no haga daño”. Pero por otro lado, creo que tiene otro valor que es el énfasis en una producción independiente, que se hace cargo del show y maneja el negocio. De alguna manera hay una relación, yo diría de hostilidad con el Estado, que tiene muy buenas razones de ser, por algunas cosas que pasaron, pero tiene la consecuencia de que se hace opaco frente el Estado. Y por otro lado el Estado es ciego. Así que es una combinación muy problemática: hay una organización que es opaca y un Estado que es ciego.

Igualmente hay cierta idea de que estos eventos son incontrolables, con esta misma idea del “pogo más grande del mundo”.

Yo partiría de lo siguiente: en Argentina hay mucho espectáculo masivo y no todos terminan en quilombos ni muertos, es posible hacerlo.Tanto los apologetas como los execradores del Indio tienen una idea como si una cultura fuese un tsunami, un fenómeno natural que es incoercible. Cuando en realidad la cultura es plástica, es flexible, y justamente funciona, entre otras cosas, regulada por instituciones. La segunda cuestión es algo que observa la antropóloga Guadalupe Gallo, que dice que nuestros espacios de diversión y ocio masivo se caracterizan por el escaso cuidado de los asistentes porque nunca hay baños suficientes, no hay agua, no hay ventilación, no hay cuidado para los trabajadores de la noche, pero tampoco para los clientes que tratan con esos trabajadores. O sea: lo que pudo ocurrir en Olavarría se enraiza en una larga tradición de degradación de los espacios de ocio, sobre todo, pero no únicamente, de los públicos menos pudientes económicamente.

¿Y que tendría que hacer el Estado para empezar a regular estos eventos entonces?

Yo no sé en qué grado el Estado está informado de cómo suceden estas cosas. Primero tiene que tener un sistema para informarse. El Estado no sabe que hay un cambio de escala de los eventos por razones tecnológicas, económicas y demográficas. Son cada vez más comunes estos eventos. Por eso digo que el Estado es ciego, porque no retiene para sí una idea contemporánea de qué es el consumo de música, que no es la música sino los eventos en donde se consume la música. Si se quiere controlar situaciones de público hay que saber cómo son los públicos y los eventos.Hay una segunda tarea del Estado, que creo que es complicada, pero que uno no puede abandonarse a la imposibilidad, que es cómo organizar la contención. De alguna manera hay que ver cómo actúa la policía, porque lo que pasa también en Argentina es que a la policía le dicen repriman o no repriman y  esas dos órdenes las entienden. La policía tiene que saber no solamente cómo actuar represivamente, sino cómo promover ciertas reglas, ciertos comportamientos. Aparte la contención policial no tiene por qué necesariamente ser represión ilegal ni sangrienta, la contención del Estado puede no ser directamente una provocación.

Por ejemplo,  ¿el Estado debería saber que en los recitales del Indio es común que vaya gente sin entradas porque sabe que pasan igual?

Ahí hay dos camadas de hechos, el Indio diciendo “bueno no hay cómo evitar que vaya todo el mundo todo el tiempo”, que para mí está mal. Y el Estado que si supiera y no estuviera ciego, diría “no me importa si vos pensás que hay sold out o no, te prohíbo hacer un solo recital, o nosotros vamos a controlar la cantidad de gente”. Se pone un perímetro policial en la ruta a 25 kilómetros, donde digan “miren ya entraron 150 mil, no entra más gente”. Tal vez esto que yo propongo no sea posible, pero no es posible que sea aceptable que no se pueda generar y consensuar una dinámica de concierto que entrañe menos riesgos.

«Yo creo que el Indio entiende a su público, sabe de dónde viene una parte y de las cosas que es capaz».

¿Y qué miradas en común hay sobre las víctimas en este caso en comparación de, por ejemplo, lo ocurrido en Time Warp?

En común hay, en los dos casos, que movilizan lo peor del resto de las sociedades, los peores prejuicios del sentido común. La propia descripción de la cultura del aguante enfatiza los mismos rasgos que el sentido común mira y yo no digo que eso rasgos no estén presentes pero no es solo eso lo que hay. El otro rasgo común es que hemos llegado a un tope de la agresividad simbólica. De un lado y del otro, participamos de experiencias de construcción del otro como un ajeno, como un demonio que tiene de los dos lados la misma intensidad, los mismos recursos, la misma falta de escrúpulos, eso me parece que también los iguala. Cuando fue lo de la Time Warp fue demencial que quisieran tratar de catalogar a los muertos de acuerdo a su supuesta orientación política y, de acuerdo al rótulo que se les pusiera, festejar la muerte. Esta vez pasó lo mismo desde lugares diferentes.Y después la otra cosa en común aunque en signo distinto, es que son miradas que tienden a ver las cosa de una forma relativamente clasista, entonces “estos son malvados porque son chetos, los otros son malvados porque son pobres”. Me parece que la cuarta cuestión es la más compleja de todas y la más difícil de abordar que es la cuestión de las drogas.

¿Qué cuestiones, respecto a la visión sobre el consumo de drogas, sale a relucir en estas ocasiones?

En los dos casos hay sustancias que alteran la conciencia y ambos casos los que miran demoníacamente esas experiencias creen que las drogas producen efectos que en realidad no necesariamente producen. Hay una la imaginación en común que tiene cada uno de estos grupos que creen que las drogas del otro te llevan a la muerte. Y no es así,la gente usa alteradores de conciencia y al mismo tiempo se cuida. La gente no salió estando borracha a tirarse contra las paredes el sábado y tampoco sucedió en Time Warp Entonces ahí hay toda una mirada sobre la relación drogas-ocio que quienes miran y acusan no la tienen muy clara.

 

Actualizado 16/03/2017