Por Juan Funes
Fotografía: Melisa Molina

En 1963, un grupo de veinteañeros arribó a la estación de Retiro en el ferrocarril San Martín. Venían de San Rafael, Mendoza. Habían juntado unos pesos durante la cosecha y querían probar suerte en la Capital. Recién llegados, se sorprendieron de la cantidad de vehículos y de gente. El hermano de uno de ellos los esperaba. No hace falta tomar un colectivo para ir a la villa, les dijo. No sabían qué era una «villa», se imaginaban terrenos amplios, tal vez como quintas. Caminaron varias cuadras hasta una esquina arbolada -donde hoy está la terminal de ómnibus- y desembocaron en una calle amplia y asfaltada. A medida que avanzaban, a los costados, iban viendo cada vez más ranchos de madera y chapa. Uno de esos jóvenes, nacido en Jujuy y de chico migrado hacia Mendoza, era Teófilo Tapia, quien en ese momento no sabía que estaba entrando a un territorio que, con el tiempo, se convertiría en la lucha de su vida.

Cincuenta y tres años después, en el comedor «Padre Carlos Mugica», en la calle 12, a dos cuadras de la avenida Carrillo, Tapia recibe a ANCCOM y repasa su historia y la de la Villa 31 (que son una sola).  Además, con una serenidad que contagia, recuerda a Mugica, al cumplirse 42 años de su asesinato, el 11 de mayo de 1974.

 

¿Cómo era el barrio cuando llegó?

En la parte de Güemes había casas de madera, chapa y cartón. El barrio “Inmigrantes” estaba un poco mejor. Durante el gobierno de Perón habían hecho unas casitas prefabricadas, con techo de zinc a dos aguas y un jardín adelante, con ligustrinas, para las familias de inmigrantes que llegaban. También estaba el “Barrio YPF”, que se había armado alrededor de unos depósitos de la empresa. Era un barrio organizado que quería mejorar. Nadie quería vivir en ranchos, ya se empezaba a pensar en la urbanización. En esa época no teníamos luz, sólo lámparas de querosene y velas.

¿Cuándo llega Mugica al barrio?

En 1964. Por entonces, este comedor era una escuela. Al lado se levantaba una iglesia bastante linda a la que llegó Mugica. Del otro lado había un descampado y ahí empezó a juntar a los pibes para jugar a la pelota. Así comienza su trabajo pastoral. Se puso a recorrer las calles, a conocer el barrio y a participar en las reuniones vecinales.

¿Cómo era personalmente?

Una persona sensible y humilde. Salía sin la sotana, de vaquero y campera. En las reuniones, la mayoría eran obreros o trabajadores portuarios. Eran bravos, puteaban mucho, y Mugica también puteaba. Todos se sorprendían de que un cura viniera acá, se metiera entre nosotros, y no tardaron en encariñarse con él. Nunca buscó ponerse a la cabeza, más allá de todo lo que había estudiado y de que trataba con gente que tal vez no había terminado la escuela. Nunca se mostró superior. Trabajaba con José Valenzuela, dirigente del barrio Comunicaciones, lo consultaba antes de hacer cualquier cosa, le pedía opinión. Mugica apoyaba, aportaba, pero nunca rebajaba a nadie. Solía dar consejos y animar a los vecinos para que sigan luchando, siempre con humildad. Por eso era tan querido acá y en todas las villas de Capital, porque las recorrió todas. Y así fue que muchos curas se fueron acercando a él, siguiendo la idea de los curas tercermundistas, para pelear en los barrios marginados.

 

¿Cuándo levanta Mugica la capilla del Cristo Obrero?

Cuando se enteró de la muerte del Che Guevara, viajó a Bolivia para pedir la repatriación del cuerpo y la liberación de los guerrilleros del Ejército de Liberación Nacional. En 1967 viajó a Europa en donde formó parte del inicio del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. También lo visitó a Perón en Puerta de Hierro. Pero cuando volvió a la Argentina se encontró con que el obispo había puesto a otro cura en su iglesia, Julio Triviño, que había sido capellán del Ejército. Entonces Mugica fue al barrio Comunicaciones y, en un terreno al lado de una canchita de fútbol, armó la Capilla del Cristo Obrero. Ahí fue donde profundizó su trabajo pastoral y también con la Juventud Peronista Montonera. Conocía a los pibes porque daba cursos en las universidades y en los colegios. Conocía a Firmenich, a Vaca Narvaja, a Abal Medina, a toda la cúpula de Montoneros. Ellos venían a la villa a militar y ahí conformaron ese movimiento que salió a dar la lucha. Él se integró a la organización porque le parecía que la gente necesitaba vivir mejor, sobre todo en esas tierras donde había tanta miseria. La juventud quería un cambio radical y Mugica lo apoyaba. Se sumaron muchos jóvenes del barrio que tal vez no entendían de política pero no querían seguir pisando el barro. Luchaban por tener una universidad acá en la villa, ¿por qué no? Y el día de mañana ser ingenieros, o diputados, para que las villas tengan los representantes que hasta hoy no tienen.

¿Cómo vivió la época de la Triple A y el asesinato de Mugica?

Lo primero que hizo la Triple A fue desmantelar el barrio. Conocían a los dirigentes, a los presidentes, a los delegados, a los que sobresalían porque tenían reuniones en la Casa Rosada, López Rega los tenía a todos fichados y fotografiados. Tenía planos con las ubicaciones donde estaba cada uno, donde eran las casas. Así los empezaron a perseguir, algunos fueron presos, a otros los torturaron… Los presidentes de los barrios tenían reuniones en la Casa Rosada o en Olivos. Fueron a ver a Perón para decirle que querían urbanizar la Villa 31. Había un proyecto con arquitectos, profesionales, todo listo para arrancar. Perón les dijo que no, seguramente porque López Rega ya tenía pensado qué hacer. Los compañeros salieron decepcionados. Perón ya tenía mucha edad, estaba cansado, enfermo, muchos años en el exilio, no estaba consciente como para darnos una mano. La urbanización tendría que haberse logrado en la época de Cámpora, que venía mucho a la villa, traía cosas a los chicos que lo apreciaban, y por eso le decían «el Tío». El 11 de mayo del 74 Mugica fue a visitar al cura de la Iglesia San Francisco Solano. Ese día había un casamiento, así que se quedó a la misa. Cuando terminó, salió y se encontró a unos tipos de bigotes que preguntaban por él. Una vez que lo reconocieron lo ametrallaron ahí mismo. Antes ya habían matado al compañero Alberto Chejolán, el primer mártir de la Villa 31, aunque en realidad buscaban a su hermano, Roque, que era dirigente montonero, ahijado de Perón. Los compañeros Carmelo Sardina (presidente de los vecinos de Güemes), Valenzuela, los dirigentes montoneros, habían jurado que no se iban a ir de la villa, pero después de que lo mataron a Mugica la situación empeoró y algunos lograron escaparse, entre ellos Valenzuela que se escondió por la zona de La Salada, en Budge.

¿Qué pasó durante la dictadura?

Quedamos 33 familias. Los militares venían y arrasaban. Elegían la casa que querían voltear, sacaban a la familia con la Policía o el Ejército, y la derrumbaban. Ponían todas las cosas en un camión de basura y lo tiraban del otro lado de la General Paz. Así hicieron con todas las villas. Nosotros logramos mantenernos porque estaba el cura José María «Pichi» Meisegeier. Antes de la erradicación compulsiva se habían juntado los curas villeros y armaron cooperativas de viviendas. Usaban terrenos que les regalaba la Iglesia, por ejemplo en San Miguel, donde armaron el Barrio Copacabana. Y como los obispos estaban aliados a los militares, los represores respetaban a algunas organizaciones como Cáritas. Marcaban las puertas de las casas con una «C» y sabían que no había que demolerlas.

Teofilo Tapia

 

¿Cómo se organizaban con los vecinos?

De las 33 familias éramos muy pocos los que nos movilizábamos. Fuimos a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos conformados como una comisión demandante del barrio. Ahí nos encontramos con Eduardo Pimentel (uno de los fundadores de la APDH), que nos presentó a dos abogados recién recibidos para llevar nuestro caso, María Victoria Novellino y Horacio Rebón. Ellos juntaron a otros abogados -algo difícil porque nadie se animaba- para defendernos de los atropellos. Así iniciaron, a principios del 79, la causa para parar la erradicación compulsiva. En primera instancia perdimos porque nos pusieron a los 33 representantes de las familias a declarar en una audiencia pública y muchos no se animaron a ir. Creían que si iban no volvían más a la casa. Era razonable. La abogada insistió, apeló a la Cámara, y apareció un juez que salió defendiendo los derechos de los habitantes. (El intendente Osvaldo) Cacciatore, antes de empezar la erradicación, había sacado una ordenanza donde decía que todos aquellos que eran desplazados de sus casas debían acceder a una vivienda digna y decorosa en otro sector de la Capital Federal. Eso no se estaba cumpliendo, y por esa razón se logró ganar el juicio.

¿Con la democracia el barrio volvió a crecer?

Sí, todas las villas se empezaron a reorganizar y a reconstruirse. Cuando asumió el radicalismo quedó Facundo Suárez Lastra como intendente de la Capital. Él sacó, en las pautas programáticas de las soluciones para los barrios, una parte que decía que todos aquellos que habían sido desalojados podían volver. De todas formas era difícil porque había dirigentes, como Fray Medina, que no querían que viniera más gente. La Policía tampoco quería que se repoblara. Fue entonces cuando con dos compañeros, Bressan y Vásquez, empezamos a traer gente que no tenía donde vivir, o que era desalojada de casas tomadas, como las 40 familias de un edificio que quedaron en la calle cuando agrandaron la avenida Córdoba. Les ofrecimos que vengan a la 31, les explicamos la situación, les dijimos que vengan de noche y que en lo posible trajeran carpas o lo que sea para armar un rancho. Estábamos en democracia, no los podían desalojar. El procedimiento era siempre el mismo: armábamos todo a la noche, marcando bien los terrenos y dejando calles amplias para que el día de mañana se pueda urbanizar. Avisábamos a los medios, si podíamos a algún diputado, y al otro día la policía ya no los podía sacar. Así armamos el barrio Comunicaciones, las manzanas 28 y 29, y así logramos la reconstrucción de la Villa 31.

¿Usted vivió aquí todos esos años?

No. Durante el gobierno de Alfonsín salió un plan de viviendas en el Barrio Illia. Mi compañera quería que nos anotemos y nos mudemos para allá. Yo no quería al principio, pero al final la acompañé. La casita que yo tenía acá en la manzana 29 era grande, de material. Había una familia que se había acercado al comedor y me comentaron que no tenían donde vivir. Así que les regalé la casa, no les cobré nada. ¿Para qué quería dos casas? Les expliqué a los vecinos que me iba a mudar con mi familia, pero que iba a seguir luchando acá. Ellos me tenían como un referente.

Y llegaron los 90, el menemismo…

Sí, y las topadoras del intendente Jorge Domínguez. Todo empezó por un decreto para la construcción de la autopista. Desalojaban a familias por monedas. En el Concejo Deliberante se había votado que les den 12.000 pesos-dólares. Era una estafa, con esa plata no llegaban a comprar otra vivienda. Hubo traición de muchos dirigentes que vendieron todo. Algunos curas también fueron cómplices, como (Enrique) Evangelista, que era bastante jodido. La autopista iba a pasar sobre la iglesia en donde él trabajaba, se tendría que haber plantado para que la desviaran, pero vaya a saber cuánto le dieron y se terminó haciendo. Hizo lo mismo que había hecho Triviño, que permitió que voltearan la capilla y la escuela que estaban acá, donde está ahora el comedor. Yo con el menemismo me quedé sin laburo, así que pasaba todo el día trabajando en la Villa.

¿Cómo fueron los últimos años?

Desde que ganó Macri en Capital la urbanización se volvió muy difícil, aunque se votó una ley de urbanización estando Macri en el gobierno. No sé cómo logró el ex legislador Facundo Di Filippo convencer a sus colegas para que la votaran. Se aprobó la ley pero no el dictamen, que es lo que da forma al proyecto. No se logró porque el PRO era mayoría y no bajaban la ley al recinto, siempre quedaba en comisiones. Y con Macri como presidente está más difícil todavía.

¿Qué significó para usted haber sido nombrado en 2015 ciudadano ilustre?

Lorena (Pokoik, legisladora porteña), a quien conozco desde chica, me trajo la propuesta de postularme como ciudadano ilustre en la Legislatura. No me gustaba la idea. Son cosas para gente como Tinelli, Mirtha Legrand, cualquiera de esos. Yo soy un luchador de la villa. Después otros compañeros me convencieron. Ojalá Mugica hubiera sido nombrado ciudadano ilustre, o cualquiera de los que dieron la vida como él. En nombre de ellos acepté. Es irónico, porque el macrismo firma reconociéndome ciudadano ilustre pero no aprueba la urbanización. Ese es el reconocimiento que necesitamos acá en el barrio.

 

Actualizada 11/05/2016