Por Juan Funes
Fotografía: Melisa Molina

Por la incomodidad que causaban en Córdoba tanto sus declaraciones irónicas como su inconcebible cercanía a los obreros y estudiantes, por la manera errática y a veces inexplicable en la que ocurre la historia, en julio de 1968 Enrique Angelelli fue nombrado obispo de La Rioja. Un mes después, la ruta 38, entre Chamical y la capital provincial, se llenó de familias que querían saludarlo en su llegada. Así empezaba un trabajo intenso, con los conflictos que supone enfrentarse a los poderosos, que terminaría ocho años más tarde, el 4 de agosto de 1976, en esa misma ruta, con un asesinato disfrazado de accidente por el Poder Judicial y la indiferencia de la jerarquía eclesiástica. A 40 años de su muerte, la ruta vuelve a abarrotarse de riojanos que llegan a homenajear a un santo que no necesita canonización.

«Les acaba de llegar un hombre de tierra adentro, que les habla el mismo lenguaje. Un hombre que quiere identificarse y comprometerse con ustedes. Quiere ser un riojano más”, se presentó Angelleli ante a la comunidad y añadió: «No vengo a ser servido, sino a servir; a todos, sin distinción alguna de clases sociales, modos de pensar o de creer. Como Jesús, quiero ser servidor de nuestros hermanos los pobres; de los que sufren espiritual o materialmente; de los que reclaman por ser considerados en su dignidad humana, como hijos del mismo padre que está en los cielos». Sus palabras acabarían de cobrar sentido en el trabajo de su pastoral.

En la mañana de este 4 de agosto, frente a la catedral de San Nicolás, una mujer de unos 80 años, con bastón, se acerca al micrófono abierto que ha sido dispuesto para quien quiera recordar al obispo. Es Alba Lanzillotto. Trabajó con Angelelli en La Rioja. Tuvo que exiliarse en 1976, primero en Uruguay, después en España. Sus dos hermanas fueron desaparecidas durante la dictadura. Una de ellas, Ana María, estaba embarazada de ocho meses al momento  de su secuestro. Alba formó parte muchos años de Abuelas de Plaza de Mayo, aunque todavía no pudo encontrar a su sobrino o sobrina apropiado. Recuerda la época de Angelelli como la más feliz de su vida cristiana. «Soy creyente y para mí Angelelli era lo que Dios quería. El proyecto de Dios para nosotros no es un proyecto de sufrimiento sino de felicidad. Dios quería que nosotros construyamos aquí el reino, no el de los cielos sino en la tierra».

Aunque en el programa oficial figuraba como una “peregrinación”, todos los participantes insisten en llamarla “marcha.

 

“Va a estar linda La Rioja”, cuenta Alba que repetía Angelelli en las situaciones más difíciles. «Para él todos eran iguales, negros y blancos, pobres y ricos -afirma-, pero los que necesitaban defensa, una voz que hable por ellos, eran los pobres. Él los hacía tomar conciencia de sus derechos. Como decía doña Ramona (una vecina de Chamical): ‘Yo por él me enteré que soy persona y que puedo entrar en la catedral’».

Fuera de micrófono, Alba dialoga con ANCCOM. Para ella, el mensaje de Angelelli tiene hoy más actualidad que cuando fue predicado: «Si alguien lee sus homilías, es como si estuviera describiendo al gobierno de Mauricio Macri. Y esa es la condición del profeta, ver más allá de lo que está pasando en su momento».

El arribo del obispo, a finales de la década del 60, marcó un punto de quiebre para el pueblo riojano. Según Alba, hay que mantener viva su memoria porque él llegó para enfrentar “a los apellidos que parecían destinados a gobernar la provincia, mientras todo el resto tenía que obedecer, ser explotado. Si La Rioja se olvida de Angelelli, va a caer cada vez más en eso», dice Alba y destaca: «Cristo era subversivo porque ser subversivo es querer que cambien las cosas que están mal. No es un pecado, es una virtud. La revolución sería lo mismo. Yo como soy esencialmente cristiana, creo en las revoluciones».

«Así como él, cuando llegó, dijo ‘soy un riojano más’, como un riojano dio también la vida por su pueblo. Eso creo que es la mayor riqueza que tiene su muerte, su entrega, su servicio para nuestro pueblo», explicó el seminarista Lucas Barroso.

 

La Iglesia sale a la calle

«La juventud de la patria ha lanzado un grito de rebeldía, grito que se une a todo el continente latinoamericano, grito que trasciende los mares y se une a la juventud de Europa y del mundo. Este grito profético, anunciador de una sociedad en desequilibrio, con estructuras deshumanizantes, debe ser escrutado como uno de los signos de los tiempos», anunciaba Angelelli en 1969. Los jóvenes, a quienes abrió las puertas de la catedral para que militaran -sean católicos o no-, eran uno de los pilares de su pastoral.

Lucila Maraga fue una de esas jóvenes. Ella se unió en 1968. Si bien venía de una escuela de monjas, no era practicante, y la opción por un colegio religioso respondía a una necesidad económica de su familia. «La idea de Angelelli era que debíamos organizarnos para luchar por un cambio al reconocer nuestros derechos en la búsqueda de justicia», explica Lucila en la previa de la marcha. «Participamos de muchas actividades en aquella época. Acá vivimos un Cordobazo también, con represión, con una misa hermosa que hizo monseñor Angelelli», recuerda.

Apenas llegado a La Rioja, el obispo se propuso conocer las realidades profundas de la provincia. Para ello recorrió cada departamento con un grabador de cinta, registrando las charlas que tenía con cada riojano. «No buscaba imponer una visión de las cosas. La Iglesia salía hacia afuera a tomar lo que encontraba, a organizar, articular. Fue una persona respetuosa de los pensamientos de todos. Convocaba a la construcción y a que cada uno descubriera sus derechos para poder reclamar. Eso era algo que tenía clarísimo: si vos no conocés tus derechos, tampoco vas a luchar por ellos o los vas a defender», cuenta Lucila.

En 1975, un grupo de jóvenes de la pastoral, entre ellos Lucila, fueron secuestrados. Los vendaron y los trasladaron a un centro clandestino donde los torturaron y a algunos también los abusaron sexualmente. En noviembre de ese año, “blanqueada” la detención, monseñor Angelelli los visitó en la cárcel, como hacía tantas veces. “Él quería celebrar la misa de Navidad con nosotros y no se lo permitieron. Entonces acude en desobediencia, tanto a la cárcel de mujeres como a la de hombres, y nos convoca a que hagamos la misa igual, aunque a él no lo dejaran. Sin dudarlo, por la firmeza y la ternura con la que nos lo planteó, celebramos la misa. Una misa inolvidable, custodiadas por las fuerzas militares», evoca Lucila. El obispo que sucedió a Angelelli fue dos veces al penal: la primera les llevó chocolates, y la segunda un papel para que firmen que decía que se arrepentían de todo lo que habían hecho. Luego las mujeres fueron trasladadas a Devoto y los hombres a distintos lugares del país, y fueron presos políticos hasta el final de la dictadura.

 Alba Lancillotto

«Angelelli llegó para enfrentar a los apellidos que parecían destinados a gobernar la provincia, mientras todo el resto tenía que obedecer, ser explotado», afirmó Alba Lancillotto, integrante de Abuelas de Plaza de Mayo.

 

«De la muerte de Angelelli nos enteramos en la cárcel por el comentario de las celadoras. Incluso pusieron una radio a todo volumen para desmoralizarnos, haciéndonos escuchar que había muerto en un accidente, que había sido una imprudencia, que no le importaba la vida. Nosotras no teníamos dudas de que había sido un asesinato. Ya desde el año 70 comenzaron las primeras detenciones, persecuciones, amenazas. No fue una cosa exclusivamente del golpe, sino que se venía gestando en los anteriores gobiernos, desde el 68 cuando asumió como obispo». Más allá de la desazón que les causó la muerte de Angelelli, Lucila reconoce que sus enseñanzas, en aquel momento, se enraizaron con más fuerza que nunca y la ayudaron a resistir en prisión: “En la cárcel buscan aislarte, que vos sólo te cuides a vos misma sin pensar en el resto. Y eso que creés que te protege, te termina destruyendo. Eso fue lo que nos imprimió Angelelli en la pastoral: la fuerza de lo colectivo. Y es algo que ya teníamos adentro nuestro, una manera de sentir», subraya.

Pastor de multitudes

Aunque en el programa oficial figura como una “peregrinación”, todos insisten en llamarla “marcha”. El recorrido cruza el modesto Barrio 20 de Mayo, en la ciudad de La Rioja, hasta llegar a la Comunidad Enrique Angelelli, en el barrio Difunta Correa. La columna, encabezada por el actual obispo de la provincia, Marcelo Colombo, avanza lentamente y se detiene en distintos puntos. Colombo, con sus manos, va bendiciendo escuelas, comedores y un hogar para chicos en situación de calle. La tarde cae detrás de las montañas y las velas reemplazan su brillo tenue.

En el punto de llegada, la calle Paraná está cubierta de sillas. Frente a ellas se eleva un escenario decorado con cactus y, en el centro, un retrato de monseñor Angelelli con una sonrisa liviana. Mientras arranca la misa, en el edificio de la Comunidad, el locro se va apelmazando en la olla y van llegando los músicos que tocarán en la peña, cuyo cierre estará a cargo de Peteco Carabajal. Durante la homilía, el obispo repasa el proceso de conmemoración que se inició el 18 de julio, día en el que se cumplieron 40 años del asesinato de los sacerdotes de Chamical Gabriel Longueville y Carlos de Dios Murias. Una semana después, se homenajeó a Wenceslao Pedernera, laico y dirigente del Movimiento Rural Católico, asesinado en su domicilio la noche del 25 de julio de 1976. Habían tocado la puerta de la casa. Su esposa le insistió para que no abriera pero Wenceslao le dijo que podía ser alguien que necesitaba ayuda y así dejó pasar a sus propios verdugos.

Lucila Maraga. Ex presa politica y participante de la pastoral de Angelelli.

“En la cárcel buscan aislarte, que vos sólo te cuides a vos misma sin pensar en el resto. Y eso que creés que te protege, te termina destruyendo. Eso fue lo que nos imprimió Angelelli en la pastoral: la fuerza de lo colectivo», afirmó Lucila Maraga, ex presa politica y participante de la pastoral de Angelelli.

 

«Fue un mes en el que quisimos confrontar aquel espiral de la muerte en un espiral de la memoria. Aquel círculo que dramáticamente se cernía sobre el buen pastor, ahora es una línea abierta de esperanza al futuro que nos compromete a ser una comunidad fraterna. Queremos que sus gritos sean los nuestros, queremos traerlos del olvido a este presente donde se hace el hombre nuevo según Cristo», expresa el obispo y cierra la primera parte de la misa. Lo acompañan en el escenario sacerdotes de diversas comunidades religiosas y distintas regiones del país.

Marcelo Colombo fue nombrado jefe de la iglesia riojana por el papa Francisco, en septiembre de 2013. Los cuatro años anteriores había oficiado como obispo en una diócesis en San Ramón de la Nueva Orán, una ciudad salteña sobre el límite con Bolivia. Conoció a Angelelli en sus primeros años de seminarista. Pero sólo siendo obispo, y estando al frente de la representación diocesana en el juicio, pudo “verlo” en concreto, en sus cartas, sus escritos, en la documentación aportada en la causa. Ante la consulta de ANCCOM, el obispo resalta el valor del esclarecimiento judicial: «Como sacerdote, no puedo alentar la revancha o la venganza, pero sí la plena aplicación de la ley y la búsqueda de verdad como un camino de realización del hombre y de la sociedad. Sin verdad no hay justicia ni hay paz», sostiene. Su labor está signada por el trabajo pastoral de Angelelli y la dinámica propuesta por el papa Francisco. Esta herencia, si bien marca un camino a seguir, es también una exigencia. «La función del obispo es una función pastoral que tiene consecuencias, sea que juegue a favor de los pobres en las instancias límites, sea que opte por silenciar la voz de la Iglesia y conducirla hacia adentro, lo cual también es una forma de tomar posición. La Iglesia es la familia de los cristianos en la calle. Tenemos que tender a la transformación de la sociedad por la participación activa en ella. Participás como padre de familia educando a tus hijos, pero también participás militando y actuando en distintos sectores sociales», destaca.

En La Rioja, una provincia de raigambre católica, la Iglesia es un actor de peso. A poco de haber asumido como obispo, monseñor Colombo tuvo que mediar en varios conflictos. Uno fue la toma de la Universidad Nacional de La Rioja por parte de los estudiantes, en reclamo de la destitución del rector que llevaba más de 20 años en el cargo, y que finalmente lograron. Otra situación fue la represión a las organizaciones autoconvocadas contra la minería en Famatina. En uno y otro caso, Colombo acompañó a las partes más débiles, estudiantes y asambleístas.

Para el actual obispo, tener “un oído en el Evangelio y otro en el pueblo», como decía Angelelli, es la mejor forma de recuperar su obra: «La visita pastoral es una herramienta de conducción. Por un lado, consiste en hacerse presente en un determinado lugar y tomar contacto con las instituciones, con la vida de la parroquia y de sus capillas, y también controlar si se cumplen algunas cuestiones de naturaleza administrativa como registros de bautismo y de casamiento. Por el otro lado, se trata de entrar en la vida de un pueblo, dejarte tocar por el corazón de ese pueblo y dialogar con él. En este sentido, Angelelli era un maestro. Hacía lo uno y lo otro. Era común verlo con su grabador preguntándole a la gente qué sentía, qué rezaba, qué pedía, qué agradecía. Angelelli es el pastor de personas concretas. ¿De multitudes? Sí. Pero en La Rioja prima el diálogo personal».

Para el obispo actual, tener “un oído en el Evangelio y otro en el pueblo» – como decía Angelelli – es la mejor forma de recuperar su obra.

“Ardor pastoral”

«Si analizamos nuestras experiencias personales y sociales en la vida de cada día, encontramos que siempre hay en ella una lucha entre la luz y las tinieblas. Pero podías resumir esta disputa de este modo: hay hombres ciegos y que no pueden ver. Hay también hombres cegados que no quieren ver las cosas como son, sino como ellos las juzgan. Y hay hombres cegadores que pretenden que los demás no vean la realidad como es, sino como ellos quieren que sea», señaló Monseñor Angelelli el 9 de marzo de 1975.

La sobreviviente Lucila Maraga recuerda el sufrimiento que significaron los juicios para esclarecer en el Poder Judicial el asesinato de Angelelli y para condenar a sus responsables. Terminada la dictadura, ella y su marido recuperaron la libertad y dedicaron sus energías a impulsar las investigaciones judiciales, para lo cual contaron con el acompañamiento de distintas agrupaciones políticas y el ninguneo de la jerarquía de la Iglesia y los sucesivos gobiernos provinciales. «Durante cuarenta años, hasta que comenzó el juicio, la Iglesia nunca tomó la figura de Angelelli como hoy se la está tomando. Durante cuarenta años, el pueblo ha conmemorado en Punta de los Llanos, en la marcha que se hace todos los años acá en la plaza. El pueblo siguió reivindicando siempre a Angelelli».

En 2014, Luciano Benjamín Menendez, Luis Estrella y el ex comisario Domingo Vera fueron condenados a cadena perpetua por el asesinato de Angelelli. Para Lucila no es suficiente “porque faltan todavía los civiles y otros sectores militares que han participado, pero ha sido muy bueno para que la sociedad riojana escuche, de la voz de los jueces, que ha sido un asesinato. Porque siempre ha sido la voz del pueblo la que habló de asesinato. Ahora ya no pueden negarlo porque la Justicia lo ha comprobado». No obstante, el Poder Judicial todavía tiene deudas impagas, como el enjuiciamiento a los asesinos de Wensceslao Pedernera y el reclamo es que se unifique esta causa con la de los sacerdotes de Chamical, Gabriel Longueville y Carlos Murias.

«Hay hombres cegadores que pretenden que los demás no vean la realidad como es, sino como ellos quieren que sea», señaló Monseñor Angelelli el 9 de marzo de 1975.

Jóvenes seminaristas riojanos participan de la marcha, entre ellos Lucas Barroso, de la diócesis de La Rioja, quien enfatiza la importancia del juicio: «Es muy importante para La Rioja poder descubrir la verdad sobre la figura de Angelelli, sobre todo de su asesinato. Porque es parte de nuestras raíces, de nuestros orígenes, y un pueblo sin raíces no podría sobrevivir en el tiempo. Es una reconciliación con la propia historia. Así como él, cuando llegó, dijo «soy un riojano más», como un riojano dio también la vida por su pueblo. Eso creo que es la mayor riqueza que tiene su muerte, su entrega, su servicio para nuestro pueblo. El saber que su sangre está en nuestra tierra, y que es una sangre que la fecundiza. Descubrir la verdad sobre su ser, sobre su vida, su pastoral, y sobre su muerte, principalmente, nos ayuda a reconocernos, a identificar nuestras raíces más profundas como riojanos».

Lucas opina que que lo fundamental es continuar con la tarea de Angelelli: «A monseñor Enrique se lo mandó a la Rioja por ser un pueblo postergado en esa época. Había que acallar a ese pastor que en Córdoba estaba movilizando mucho. Dijeron: ´Lo mandamos a un pueblo que ya está postergado, y el mismo pueblo va a callar a este obispo porque están olvidados’. Y esto fue lo que encendió más su ardor pastoral, misionero, su ministerio episcopal. Llegar y encontrarse con una realidad postergada, donde la pobreza estaba muy arraigada, donde había explotación de los pobres. Ante esa situación había dos posturas: o quedarse silenciado y no decir nada, o la actitud del profeta, que es acudir al pueblo, ayudarlo y denunciar. El mayor legado es la memoria de todas aquellas personas que estuvieron con él, que compartieron con él, y que descubrieron en él un verdadero discípulo de Dios. Alguien que estaba dispuesto a dar su vida para ayudarlas social y espiritualmente. Fue un obispo que desde el primer día que llegó a esta diócesis vivió según Cristo, que implica dar la vida. Sabemos que él dio la vida, pero aún vive en el pueblo».

La capilla que se construyó en el lugar en donde fue el asesinato del obispo Angelelli.

La capilla que se construyó en el lugar en donde fue el asesinato del obispo Angelelli.

Actualizada 11/08/2016