Por Leandro Rojas Soto
Fotografía: Néstor Beremblum

Taxistas, promotores, maquinistas, comerciantes, colocadores de durlock. Esas son algunas de las ocupaciones de los futbolistas de Primera “D”, la última categoría del fútbol argentino, que es oficialmente amateur. Mientras siguen los festejos por el ascenso de El Porvenir, el último domingo, a la Primera C, ANCCOM destapa historias de vida de deportistas de dos clubes de la categoría más baja pero no por eso menos apasionada.

Tribuna carcelera

La potencia de sus piernas le basta para que de un salto y con ambas manos embolse una pelota que acaba de ser impulsada por una violenta volea de derecha. “¡Buena, buena, arquero!”, le grita uno de sus compañeros de entrenamiento. El personaje aludido es Juan Pablo Ghiglione, que a los 20 años es el arquero titular del Club Atlético General Lamadrid y trabaja de 8 a 13 como ayudante de conducción en los ferrocarriles,  un oficio heredado de su familia ferroviaria.

Ghiglione explica que su actual trabajo es una especie de capacitación para ascender a  maquinista. “Con la situación en la que está el país tuve que decidirme por ambas cosas hace dos años, pero mi sueño desde chico es dedicarme cien por cien al fútbol”, explica y agrega: “Ni siquiera  pienso en la plata ahora, porque en esta categoría no la hay, solo pienso en jugar y si a uno le va bien, después la plata llegará sola”. Como en la mayoría de los clubes de las categorías más bajas los jugadores cobran apenas un viático que les permite cubrir los costos de transporte y poco más. “Todo el sacrificio que se hace es por amor a este deporte”, asegura el arquero de “Lama”, quien está a préstamo de Chacarita Juniors.

“Con la situación en la que está el país tuve que decidirme por ambas cosas hace dos años, pero mi sueño desde chico es dedicarme cien por cien al fútbol”, dice Ghiglione

 

El estadio de Lamadrid parece una caja de zapatos por su tamaño; tiene una capacidad de 3.500 personas y está en el cruce de Desaguadero y Pedro Lozano, en pleno barrio porteño de Villa Devoto, justo enfrente del Complejo Penitenciario Federal de la Ciudad de Buenos Aires, conocido como la “Cárcel de Devoto”

Nicolás Ay (22) es otro de los jugadores del club “carcelero”, como le dicen a Lamadrid. Juega de volante y se sumó el año pasado, tras quedar en libertad de acción de Chacarita. Ay trabaja de promotor de viajes de egresados, lo que le permite acomodar los horarios para cumplir con su labor y entrenar con su equipo. Los mediodía visita colegios y por las noches tiene que ir a las reuniones de padres; en el medio, practica con Lamadrid. Como en la agencia de viajes gana un sueldo a comisión, durante la semana intenta visitar la mayor cantidad posible de establecimientos primarios y secundarios. “A mí, el fútbol todavía no me permite vivir, pero estar hoy acá es prioritario porque alimenta la esperanza de que algún día me pueda dedicar por completo a esta actividad”, comenta este volante que se autodefine “con buena técnica” y como “jugador de equipo”.

A principios de los ’90, en Huracán había un zaguero aguerrido al que se le avizoraba un futuro promisorio. Pero una rotura de ligamentos cruzados le acortó su carrera, luego de haber disputado con El Globo 17 partidos en Primera, entre 1991 y 1993. El protagonista de la microhistoria es Héctor Rodolfo Balsa (44), quien hasta la reciente finalización del campeonato de Primera “D” se desempeñaba como entrenador de “Lama”. El “Polaco” Balsa conducía un plantel de 40 jugadores, integrado con muchos chicos surgidos de las divisiones inferiores del club, que se entrenaba en la cancha de Lamadrid o en el predio del Club Social y Deportivo Pintita, en Villa Soldati.

Sede del Club Atlético General Lamadrid en la previa del partido contra Victoriano Arenas

Sede del Club Atlético General Lamadrid en la previa del partido contra Victoriano Arenas

El DT combinaba los entrenamientos con su trabajo de distribuidor de pescado. “Me levantaba a las seis y hacía el reparto hasta las dos de la tarde. Recién después planificaba y dirigía el entrenamiento, todos los días, de lunes a domingo”, explica. “Hay que entrenar pese a todo, porque esto es una actividad más, como la de cualquier trabajador. Si no te entrenás, si no sos responsable, en cualquier trabajo te echan. Solo que aquí se hace lo que nos gusta”, concluye. Lamadrid terminó último en promedios en el campeonato que terminó ese fin de semana, aunque no será desafiliado por un año, como sucede con el peor equipo de esa categoría, porque esa sanción quedó suspendida para el torneo que acaba de finalizar. Sin embargo, Balsa dejó de ser el entrenador del equipo la semana pasada.

De casa al trabajo y del trabajo a la cancha

Detrás de la entrada del Autódromo de Buenos Aires “Oscar y Juan Gálvez” se encuentra el Parque Ribera Sur, cuyo acceso está a pasos del cruce de las avenidas Roca y General Paz. “¡Aguante Yupanqui, aguante Yupanqui!”, grita un grupo de chicos detrás de un enrejado que demarca un camino ondulado. En ese lugar, en la Cancha 1 del Parque Villa Riachuelo, entrena el plantel de fútbol del Club Social y Deportivo Yupanqui que, si bien es una institución con sede en Villa Lugano, entrena allí porque carece de instalaciones propias.

A las 15.30 empieza la preparación física y técnica del plantel. Unos conos anaranjados están distribuidos en un suelo demarcado por unas cintas blancas que organizan la ejecución de los ejercicios. Unos arcos en miniatura sirven para entrenar precisión y también para trabajar en grupos reducidos. Botines negros, colorados, rosas y amarillos se mueven por toda la cancha. Contrastan con las pelotas blancas que patean, pasan, recuperan y trasladan los futbolistas que se agrupan con pecheras rojas y celestes. En el arco derecho, el entrenador de arqueros da instrucciones a los cuatro porteros del equipo.

El cuerpo técnico de Yupanqui desembarcó en “El Trapero” –ese es el apodo del club- para los últimos cuatro meses del campeonato que acaba de terminar. Sus cinco integrantes trabajaron en el club ad honorem. “Hay muchas cosas que resignamos por la pasión del fútbol: dejamos a un lado la familia, la novia, los amigos, la plata, el descanso”, señalaba el director técnico de Yupanqui, Pablo Daniel Gigliotti (33), que es dueño de una fiambrería.

Asimismo, el entrenador resalta la importancia de formar personas antes que jugadores. “Hoy en muchos clubes se labura muy mal en inferiores, porque los formadores anteponen el exitismo al desarrollo del jugador como persona. Se planifica pensando en sacar puntos para enseguida pegar el salto y dirigir al primer equipo. Y no es que un técnico de inferiores no lo pueda hacer sino que lo que está haciendo está mal. Hay instancias en las que se debe resignar los resultados para formar primero personas de bien y después jugadores profesionales”, explica este técnico que comenzó su carrera en las inferiores del Club Liniers y luego transitó por la primera de Claypole, Deportivo Paraguayo, Riestra, Lugano y Lamadrid.

Yupanqui maneja el presupuesto más bajo de la categoría, pero para Gigliotti es un lugar ideal para trabajar porque carece de la presión de dirigentes y de barras. Juega de local en la cancha de Liniers, en La Matanza, que comparte con Paraguayo, otro club sin estadio propio.

Matías Di Maio (27) fue uno de los preparadores físicos de Yupanqui. Por fuera del club dicta clases de Educación Física en una escuela de fútbol y en una quinta privada. Además, como la profesión todavía no lo deja subsistir, maneja un taxi para poder alimentar a su hijo junto con su pareja. “A la noche –amplía-, cada uno en su casa, con el otro profesor, planificamos la actividad del otro día; llevamos estadísticas, hacemos seguimientos y elaboramos planes de alimentación. O sea: llevamos tarea al hogar”.

Cuando entrenan a un plantel, la actividad se proyecta teniendo en cuenta la situación laboral o educativa de cada uno de sus integrantes. Di Maio recuerda: “Jugábamos el lunes a las 15.30 y uno de los jugadores trabajaba hasta las 14, entonces durante los entrenamientos le redujimos las cargas físicas para que no se nos lesione. Pero nunca dejamos de exigirles que rindan al máximo aunque esto no sea igual a la alta competencia”.

El cuerpo técnico de Yupanqui se completaba con el ayudante de campo Leandro Santoli (32), quien trabaja de chofer del Gobierno de la Ciudad. En tanto, el otro preparador físico, Patricio Aspell (29), da clases de Educación Física en colegios de González Catán y Gregrorio de Laferrere, en la provincia de Buenos Aires, y cultiva semillas de huerta que provee a jubilados de PAMI.

«Cuando entrenan a un plantel, la actividad se proyecta teniendo en cuenta la situación laboral o educativa de cada uno de sus integrantes».

La primera de Yupanqui está conformada por un plantel de 32 jugadores, cuyas edades oscilan entre los 18 y 37 años. Muchos trabajan y algunos contribuyen en la economía del hogar desde su niñez. Uno de ellos es Mauro Comisso, un volante de 21 años que hizo inferiores en Chacarita y que, previo paso por Sportivo Italiano, terminó recalando en Yupanqui, en febrero pasado. Su abuelo, padre, hermano y tío conducen un taxi, y desde los 13 él ayuda en la reparación y la puesta a punto de los coches. Comisso comenta que el mes pasado también se convirtió en taxista. “Pero además de estar metido con la mecánica y ahora con la conducción, le estoy poniendo pilas al fútbol. Entreno acá y también voy al gimnasio por mi cuenta”, destaca quien recordaba su debut en el equipo titular el 23 de mayo último frente a Atlas, de General Rodríguez, club “famoso” por el reality televisivo que lo tiene como protagonista.

En otras latitudes, hacia el sur de Cali, existe un pequeño pueblo llamado Quinamayó, ubicado en la región del Valle del Cauca, Colombia. En esa zona nació, hace 23 años, Julián Andrés Lasso, media punta de Yupanqui en el certamen recientemente finalizado. Lasso debutó en la primera de “Los Diablos Rojos” de América de Cali en diciembre de 2013 y llegó a Argentina en 2014 para integrarse a la Primera de Instituto Atlético Central Córdoba. Después de ahí pasó a General Paz Juniors, que juega en la cuarta categoría de los torneos federales y terminó en Yupanqui.

“Mi papá tiene un campo de arroz en mi pueblo y en ese entonces entrenaba por la mañana en el América y por la tarde metía las manos en la tierra del arrozal”, cuenta este colombiano que anhela estudiar veterinaria tras retirarse del deporte. “Cuando llegué a Córdoba enseguida trabajé por la mañana, con otro compañero, en la construcción, colocando plaquetas con durlock y por la tarde entrenaba con Instituto”, completaba Lasso.

Una noche post entrenamiento, Balsa, el entrenador de Lamadrid, había dicho que lo motiva “Compartir sueños con chicos que esperan un mejor futuro, saltar de categoría, o sentir la adrenalina única e indescriptible por la que pasa todo jugador de fútbol”. Esa misma adrenalina que comparte tanto un millonario jugador de Primera División como un humilde volante de Yupanqui o de Lamadrid que se reparten el tiempo entre los entrenamientos y sus trabajos de taxistas, docentes u obreros.

Mauro Comisso durante el entrenamiento en la sede del Club Yupanqui

Mauro Comisso durante el entrenamiento en la sede del Club Yupanqui

Actualización 07/06/2016