Por María Eva González
Fotografía: Camila Alonso, Florencia Ferioli, Julia Otero, Melisa Molina, Néstor Beremblum, Nicolás Parodi, Noelia Pirsic

“Si la citan a Ella, nos citan a todos” fue la consigna que se convirtió en mandato popular. Así fue que, cuando la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner se presentó en los tribunales de Comodoro Py citada a declarar por la causa de dólar futuro, cientos de miles de personas de todo el país la acompañaron. Las caravanas habían salido de todas las provincias, se habían organizado por localidades y fueron llegando a la Ciudad de Buenos Aires durante la noche del martes y la madrugada del miércoles. Las primeras horas trajeron lluvia para aquellos grupos que decidieron acampar, realizar una vigilia, armar ollas populares y acompañarse en medio del frío, la ansiedad y la incertidumbre.

La ciudad no amaneció mejor: las gotas, finas pero constantes, caían sobre los militantes que se concentraban en los locales partidarios para esperar a compañeros, vecinos y vecinas. Mientras se hacían apuestas sobre cuánto tiempo más duraría ese clima, circulaban múltiples equipos de mate y alguna que otra galletita para paliar el ayuno involuntario. “Si seguimos esperando, vamos a llegar después que Cristina”, se escuchó. Se vaciaron los mates, se dejó lo innecesario, se cerró la puerta y a las 8:30 se llenó el colectivo.

Los cuerpos mal descansados aún tenían voz para entonar tantas canciones militantes como la memoria pudiera recordar. Algunos brazos marcaban el ritmo en el bombo, otros en el techo y las ventanas, mientras otras tantas manos aplaudían. Los autos pasaban con banderas, levantaban los dedos de la victoria, tocaban bocina y se perdían. El tránsito se fue poniendo pesado hasta que el micro estacionó frente a la terminal de Retiro. A partir de ahí, comenzaba la procesión.

Los grupos trataban de juntarse, de no perderse, de avanzar agarrados de la mochila o el hombro de quienes iban al frente. A los pocos metros de andar, mantenerse unidos se convirtió en una tarea casi imposible. Como en un círculo vicioso, la organización fallaba y entonces el desorientado se asomaba un poco entre la multitud, vislumbraba alguna campera fucsia o algún paraguas de colores que lo referenciara, lograba acercarse, se volvía a reunir con su agrupación y a los pocos minutos se repetía la historia. Igualmente, con colores, banderas, remeras, o no, nadie se preocupaba por estar perdido entre vendedores de pilotos de lluvia.

La periodista Cynthia García fue la encargada de dirigir el acto, de nombrar a los referentes, de explicar cuáles eran los movimientos de Fernández dentro del edificio imponente. Parecía ser que el kirchnerismo no había abandonado la conducción del Estado: los cánticos, los brazos agitándose, los encuentros inesperados, los Redondos sonando, las sonrisas. La novedad era el nuevo hit kirchnerista: “Bonadío, la concha de tu madre, Cristina es del pueblo y no la toca nadie”.

“Llegó Cristina Fernández de Kirchner”, se escuchó minutos después de las 11 y estalló la ovación: “Cristina corazón, acá tenés los pibes para la liberación”. Gran parte de los presentes, que habían sabido manejar las ansias y distraerse durante la espera, se aceleró y comenzó a querer estar más cerca del escenario que recibía a su máxima referente política.

“Muchas gracias por este regalo que me dan de bienvenida y de amor”, fueron las primeras palabras para quienes habían pasado meses sin escuchar esa voz que los representaba. Muchos le gritaban su cariño, otros muchos sólo querían silencio para poder oírla. La vorágine de ruidos y complicaciones para escuchar lo que estaba diciendo duró apenas quince eternos minutos: “Quiero que estén todos muy tranquilos. Me pueden citar veinte veces más, me pueden meter presa, pero no me van a callar ni a hacer que deje de decir lo que pienso”.

La ex mandataria comenzó con un repaso histórico en el que remarcó las conquistas de las grandes mayorías populares durante los mandatos de Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón, y el retroceso que significó para éstas sus derrocamientos y el inicio de la última dictadura cívico-militar de 1976. Aclaró: “Los que cambian la historia son siempre los pueblos. Hay dirigentes que se hacen cargo de esos cambios. El movimiento nacional y popular encarnó en las figuras de Juan Domingo y Eva Perón, que construyeron historia y época, con los derechos adquiridos, con la transformación social, con la movilidad social ascendente”. Aprovechó el momento para realizar un paralelismo entre aquellos períodos históricos y la nueva etapa que comenzó en el país con la asunción de Mauricio Macri como presidente: “La década infame arrasó con derechos, garantías, libertades. Con entregas vergonzosas de nuestra soberanía nacional. Lo mismo pasó cuando derrocaron a Perón y ni hablar de la proscripción y los decretos prohibiendo decir ‘Perón’, ‘Peronismo’, ‘Eva Perón’. Yo estoy segura de que si pudieran prohibir la letra K del abecedario, lo harían”.

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Luego sostuvo: “Los procesos moralizadores que sacaron a Yrigoyen, a Perón y el que llegó el 24 de marzo, venían por los derechos y las conquistas que habían logrado millones de argentinos que habían mejorado su vida en esos proyectos políticos, que no son otra cosa que el movimiento nacional y popular que se encarna en las distintas épocas, bajo distintas formas. Por eso yo soy el obstáculo. Ayer escuché a una señora que decía que tenían que inhabilitarme de por vida para ocupar cargos públicos. La proscripción otra vez en Argentina. Qué poco originales”, se refería a las declaraciones de la diputada del GEN, Margarita Stolbizer.

Cada vez que los chiflidos y las voces se alzaban en repudio, ella levantaba una mano, calmaba a la multitud e indicaba: “No se enojen con su amigo ni con su pariente ni con su vecino por cómo votó. No todos tienen o la capacidad o la actitud o la militancia para poder defenderse de medios hegemónicos de comunicación que les picaron la cabeza durante años con mentiras e infamias. Les propongo conformar un gran frente ciudadano, en el cual no se le pregunte a nadie a quien votó ni de qué partido es, sino que se le pregunte cómo le está yendo. Mejor que antes o peor. El punto de unidad es reclamar por los derechos que les han arrebatado”.

Una nueva novedad musical comenzó a surgir: “Hay que saltar, hay que saltar, el que no salta tiene cuenta en Panamá”. Había llegado el momento en que la ex presidenta se pronunciara abiertamente sobre quien lidera actualmente el Poder Ejecutivo: “Los que querían llevarnos al mundo, nos han llevado. Hoy estamos en todos los diarios y noticieros internacionales, menos en los de Argentina. ¿Se imaginan si yo hubiera sido presidenta con un antecedente de haber sido absuelta por contrabando agravado? Durante mi gobierno se la pasaron buscando la ruta del dinero K y buscándola se cruzaron con la ruta del dinero M. ¿Se imaginan si hubieran descubierto sociedades y cuentas offshore a nombre mío? Esto demuestra que los argumentos tienen un solo objetivo: ir por los derechos adquiridos, por el bienestar que los argentinos se ganaron durante estos doce años y medio de gobierno en el cual generamos millones de puestos de trabajo”. Se refirió entonces a los miles de despidos, tanto del sector público como del privado, y destacó que la cantidad es mucho mayor en este segundo ámbito: “Hay empleados que cambian sus perfiles en Facebook o en Twitter porque tienen miedo. No quiero que los argentinos tengan miedo. Nunca lo tuvieron durante mi gestión. Podían insultarme, podían agraviarme, porque son los juegos de la democracia. Necesitamos que ningún empleado público tenga miedo a ser echado por lo que piensa, por lo que dice o por dónde milita. Qué es eso de que no se puede militar. Qué es eso de que los partidos políticos son estigmatizados”.

 

Finalmente, llegó el momento más esperado. La necesidad de justificar el silencio desde el 9 de diciembre de 2015 -cuando dio su último discurso al frente del gobierno nacional y fue despedida en la Plaza de Mayo por una multitud- y de orientar sobre el futuro: “Como ex presidenta, he guardado un respetuoso y democrático silencio por respeto a la voluntad popular. Pero la voluntad popular no la tiene que respetar sólo la oposición, sino el gobierno que ganó diciendo que no iba a devaluar, que no iba a haber tarifazos, que no iba a haber ajuste. Les propongo que seamos capaces de conformar un gran frente ciudadano. Convoquen a los frentes sindicales también, a esos que nos hacían huelga porque no querían pagar impuesto a las ganancias, y hoy están echando a la gente como perros y no dicen nada. Quiero que la gente vuelva a ser feliz en Argentina. Quiero que vuelva a tener libertad. No quiero que una dirigente social como Milagro Sala esté encarcelada sin que se sepa a ciencia cierta de qué se la acusa, de qué se la juzga, porque atenta contra los más elementales derechos y garantías de una democracia. En cuanto a mí, no se preocupen. Ustedes saben que voluntaria y explícitamente renuncié a tener fueros. No los necesito. Tengo los fueros que me dio el pueblo en doce años y en dos elecciones consecutivas”.

Cristina se despidió, cariñosa, sonriente, luego de una hora cargada de emociones acumuladas durante meses. A lo largo de los minutos finales de su discurso, se empezó a sentir el calor golpeando de lleno en los cuerpos húmedos de los 200 mil ciudadanos. Cuando sonaron los primeros acordes ricoteros de “Juguetes perdidos”, mientras la militancia se reconocía, se abrazaba y se buscaba, como en cada cierre de discurso, comenzó a asomar el sol.

Actualización 14/04/2016