Por Magalí Merchert
Fotografía: Gentileza PNIDE-ME

“En el sentido clásico, soberanía digital es controlar los recursos digitales fundamentales como la información, la infraestructura y los servidores a un nivel que permita cierta autonomía y una independencia respecto a los países centrales”, dice Esteban Magnani, periodista especializado en tecnología y autor del libro Tensión en la red , mientras aclara que la soberanía no está necesariamente ligada a un concepción nacionalista, sino que puede ser regional, o incluso global, en el sentido de que haya un mayor equilibrio en cuanto a la disponibilidad de recursos en distintos sectores.

Pero a esta posibilidad de globalidad, el pasaje a lo digital requiere por parte de los estados la implementación de políticas que permitan modernizar y optimizar el funcionamiento del sector público. Para que el uso de las tecnologías digitales funcione en pos de un proyecto autónomo es necesario enmarcarlas dentro de un proceso de desarrollo de soberanía digital.

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Alvaro Soliverez es especialista en informática e impulsor de software libre. Para él “el desarrollo de la soberanía digital es importante por un tema de control de infraestructura. Es el equivalente del control de las vías férreas, el correo y la aduana en el siglo XIX”, explica. Es así que la soberanía digital se presenta entonces como la capacidad de un país de tomar decisiones sobre qué se hace con los recursos informáticos locales para tener la posibilidad de gestionarlos independientemente, sin depender de otros estados o empresas transnacionales.

Sin embargo, una de las aristas principales radica en el control de la infraestructura digital, lo que se traduce en el archivo, transporte y acceso a la información. Hoy es difícil pensar en una administración que pueda manejarse sin guardar la información digitalmente o planificar cómo se transporta y se accede esa información: “Para el caso de Argentina se da, por ejemplo, que la mitad de la gente tiene su correo personal en servidores que están en otros países. Todos nuestros enlaces de datos internacionales pasan por Miami, donde -está comprobado- hay una caja en la cual se espía esa información y se guarda para referencias de sistemas de inteligencia del Primer Mundo. Entonces, parte de la soberanía digital es volver a tener control sobre la información y sobre la comunicación, es decir, poder elegir si nos comunicamos por vías más seguras o menos seguras”, dice Soliverez.

“El colonialismo digital es una continuidad con todos los otros modos de colonialismo que han existido”, opina Magnani. “Cuando se construyen los ferrocarriles en Argentina, los construyen los ingleses, acorde a sus propios intereses. En Argentina la red, que en buena medida se está construyendo gracias a la inversión del Estado, el riesgo es que reproduzca eso mismo: nosotros proveemos a las grandes corporaciones del mundo de nuestros datos y ellos nos venden publicidades y contenidos acordes a eso. El gran peligro de tener una red, que creo es muy necesaria y es muy buena la iniciativa de la Red Federal de Fibra Óptica (REFEFO), genera el temor de que eso se transforme en un canal para que Google, Facebook y Netflix puedan vender y extraer divisas en nuestro país”, agrega.

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El ritmo de los avances en materia tecnológica es muy vertiginoso para la vida de un Estado y el control de los recursos estratégicos requiere de éste un rol activo y el desarrollo de políticas específicas con una visión a largo plazo. En este sentido, uno de los aspectos fundamentales es la construcción de redes digitales y su puesta en uso, así como el desarrollo de servidores eficientes y a precios convenientes en el país para que nuestra infraestructura no dependa en partes críticas de intereses internacionales. En este sentido, la REFEFO desarrollada por el Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios cuenta con más de treinta mil kilómetros de fibra óptica en todo el país y es un avance destacable en materia de acceso, aunque como indica Soliverez, “probablemente se necesiten treinta mil kilómetros más”.

La otra cara de la soberanía digital está íntimamente relacionada con la implementación de políticas educativas que garanticen que los sujetos tengan los conocimientos y habilidades necesarias para hacer un uso con sentido de la tecnologías de la información y la comunicación. La Estrategia de Agenda Digital de la República Argentina entiende este concepto como un factor de desarrollo social y como potenciales herramientas para mejorar la calidad de vida de las personas, reducir las desigualdades sociales y regionales y mejorar la equidad en el acceso y calidad del aprendizaje. En particular, el Ministerio de Educación ha implementado el Plan Nacional de Inclusión Digital Educativa (PNIDE), que incluye lo hecho hasta ahora por el Programa Conectar Igualdad, Primaria Digital, así como el desarrollo de Huayra, el sistema operativo pensado y desarrollado por el Estado argentino para el uso de la comunidad educativa. El Plan viene a profundizar el uso pedagógico de las tecnologías en el aula, como prioridad para la inclusión. El uso de las tecnologías no es instrumental sino que se vuelve entramado con otros saberes. “Para nosotros la soberanía tecnológica está enlazada a la pedagógica”, dice Laura Penacca, coordinadora nacional del PNIDE y agrega “porque la inclusión de tecnología propia es pensada en el marco de una educación de calidad para todos nuestros pibes que permita promover la construcción del conocimiento con inclusión. El uso significativo y entramado de las tecnologías abiertas en el aula construye sujetos libres”.

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Por su parte, Soliverez plantea que frente al enfoque que entiende que los chicos nacen en un mundo digital y saben usar las computadoras de manera natural, es necesario remarcar desde un enfoque más analítico y más cooperativo que “cualquier chico lo que sabe es usar las herramientas. Una de las cosas en las que hay que insistir es en ir más allá, en entender realmente la tecnología. Un enfoque que es muy bueno es el que plantea que todos vamos a tener que ir aprendiendo juntos. La tecnología cambia, los maestros no están habituados y la computadora hasta hace algunos años no se usaba en todo su potencial. Maestros y alumnos tienen que ir aprendiendo a la vez y cambiar el enfoque de cómo se aprende. Una aspecto central es la conexión a nuevas fuentes de información distintas y conflictivas que pueden contraponerse al maestro”.

A nivel nacional y en materia de acceso, el programa Conectar Igualdad ha distribuido casi cinco millones de netbooks y se equiparon alrededor de 11.400 escuelas desde 2010. “Conectar Igualdad, junto con todo lo que está dentro de Educ.ar, lo que hace es ir a la base de uno de los recursos fundamentales para poder empezar a hablar de soberanía digital, que es el conocimiento, es decir, tener productores y no consumidores: hacer que los pibes comprendan la dimensión productiva que tienen las netbooks, la informática, el mundo digital en general, contra una corriente cada vez más fuerte en la cual se nos dice que es lo que podemos hacer; somos consumidores pasivos”, advierte Magnani.

En la Ciudad de Buenos Aires el Plan Sarmiento BA comenzó a implementarse en el 2011 y forma parte del Plan Integral de Educación Digital, una iniciativa del Ministerio de Educación de la Ciudad que apunta a dar respuesta a los cambios en la educación que demandan los cambios que produce la Sociedad de la Información y el Conocimiento. Desde otro enfoque, Henoch Aguiar, ex secretario de Comunicaciones de la Alianza y autor de El futuro no espera, plantea que “la revolución tecnológica se da por sí sola, pero ¿quién maneja la tecnología? La persona. Con lo cual, para acompañar esa revolución que se da por sí sola, deberíamos generar una revolución que intente seguirle el ritmo generando las capacidades que permitan hacer un uso inteligente de la tecnología”. Para Aguiar “en la época de lo digital, importa cada vez más Cervantes. Es una paradoja, lo digital viene cada vez más dado, lo que no viene dado es leer, entender, escribir, conceptualizar, abstraer. El ciudadano conectado es insuficiente si no es un ciudadano formado, educado, en donde hay una política que tienda a hacer que las redes se conecten con inteligencias capaces”. Lo que debe ser soberano, entonces, no son las aplicaciones o las estrategias digitales sino el uso inteligente de esa tecnología, nuestra educación, nuestra capacitación. “Seremos dependientes o no en el futuro, no por el aparatito que utilicemos si no por la inteligencia en el uso de ese aparato y eso lo da la capacitación profesional y el desarrollo educativo de un país”, agrega.

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De una u otra manera, todas las posturas que entran en debate reconocen las tecnologías digitales cambian radicalmente la forma de acercarse al conocimiento y acuerdan en que las nuevas formas de crecimiento de los países van a estar altísimamente vinculadas al uso inteligente de las tecnologías. Para transitar este cambio parece necesario pararse desde una perspectiva democratizadora del conocimiento, que ubique a los sujetos por fuera de la fascinación ingenua ante los últimos avances y que rompa el vínculo tecnología-consumismo, fortaleciendo sus derechos. “Potencialmente Internet es un espacio con una enorme capacidad de democratización de las comunicaciones. Cuando nace Internet, lo hace con un sistema en estrella, en donde si bien hay prestadores, los emisores de contenidos son todos y están en capacidad de comunicarse entre sí y el alcance de un emisor no está dado tanto por lo técnico sino por la calidad de sus contenidos”, dice Aguiar. En este sentido deben insistir las políticas educativas, en interpelar a los sujetos no meramente como consumidores sino como productores, capitalizando las potencialidades de las tecnologías digitales para producir información y contenidos de diversas maneras.

Una de las herramientas para implementar la tecnología para un proyecto soberano y autónomo es el software libre, basado en la filosofía del trabajo cooperativo, en donde el código permanece libre y disponible para que otros lo puedan usar y modificar indefinidamente. “El software libre es una herramienta importante que tiene que ver con el cooperativismo, que es una gran forma de democratización de los recursos, de las ganancias y del poder”, subraya Magnani. “Lo que permite -agrega- es que el conocimiento no quede concentrado en un solo lugar y que los usuarios de ese conocimiento no queden dependientes de las empresas”. Para Soliverez desarrollar este aspecto es primordial en tanto “un concepto pleno de soberanía digital requiere confiar en el hardware y en software que estoy usando.

Hoy con las últimas revelaciones de espionaje y demás está claro que muchos de los sistemas operativos están comprometidos con alguna clase de puerta secreta. El software libre permite asegurar que las partes críticas de la infraestructura sean seguras”.

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El sistema operativo Huayra GNU/Linux viene instalado las computadoras que el programa Conectar Igualdad distribuye en el marco de un proyecto de soberanía tecnológica, en tanto no implica ninguna forma de dependencia. Huayra ofrece la posibilidad de introducir las modificaciones que alumnos y profesores deseen en el sistema y reafirma la distinción entre consumidores y potenciales un productores. “Huayra es buen avance porque es una movida que técnicamente tiene más que ver con resultar atractiva para los estudiantes, y esta es a una batalla cultural también en buena medida, entonces generar algo propio, una identidad que incentive a los chicos a meterse, a ver cómo funciona. Tener programación en las escuelas, entender el lenguaje informático y la lógica informática es una herramienta crítica poderosísima para saber qué es lo que está haciendo una computadora”, opina Magnani.

La autonomía en recursos clave como el desarrollo de la soberanía digital libera de los condicionamientos que puedan imponerse desde afuera y fortalece la democracia. “Imaginémonos qué pasaría si de repente nos dicen que Argentina no tiene que estar más conectada a la red, si nos ponen un bloqueo y nos desconectan de Internet. ¿Qué haríamos? Por lo menos es importante que el país se plantee eso. Si realmente queremos ser soberanos digitalmente o si dependemos de tal o cual país para darnos el servicio, si realmente queremos controlarlo y servir para nuestros propósitos o estamos a merced de que nuestros objetivos coincidan con los de otros países o empresas trasnacionales”, remata Soliverez.