Por Daniela Yechua
Fotografía: Daniela Yechua, Deborah Valado

“Esta ropa huele a muerte”,  anuncia un esténcil sobre un pequeño fragmento de la pared que aún sobrevive del taller textil clandestino de Páez 2796, en el Bajo Flores. Llama la atención junto al mural, pintado días después del incendio que mató a los hermanos Rodrigo y Rolando Menchaca, de seis y diez años. La humedad del día gris hace sentir aún más ese olor penetrante. Es que ahora el paisaje ha mutado. Cientos de prendas y retazos de diferentes telas se apilan por doquier en la puerta del lugar. La lluvia ha hecho lo suyo. Nadie sabe responder por qué toda esa cantidad de ropa yace apilada sobre la vereda detrás del perímetro policial.  Van llegando integrantes de la Asamblea Textil de Flores, organizadores del acto que recordará a los niños, junto con vecinos y diferentes colectivos sociales. Unos cuantos paraguas hacen comunidad en esa esquina porteña. Debajo de ellos, unas cuantas personas, dispuestas a no olvidar.

“Cuando nos enteramos de la muerte de los dos nenes, varias de las personas que nos juntamos a hacer actividades  sociales y culturales en la Cazona de Flores, dijimos: ´Tenemos que salir a hacer algo´”, explica Juan Vázquez, miembro de Simbiosis Cultural, un colectivo de ex trabajadores de talleres textiles. “Hacer algo” significaba visibilizar la situación del estado general de algunos eslabones de la producción de ropa y empezar a plantear una discusión más amplia.  “Por eso –explica- decidimos llamar ese mismo día a un asamblea en la que se acercaron un montón de vecinos, talleristas, organizaciones sociales, sindicales y demás. Lo primero que evaluamos era la complejidad del tema. Más que nada para salir de una mirada comunicacionalmente útil, pero para nada efectivamente útil”.

Una asamblea que nació como un gesto de indignación, ahora crece como un instrumento de organización para decenas de trabajadores textiles que buscan otro modo de producción. “Desde Simbiosis Cultural -explica Vázquez- nuestro objetivo es empezar a buscar un diálogo con los costureros y los talleristas que es muy necesario para empezar a entablar otras formas de trabajo. La propuesta es generar formas alternativas de producción. Estamos creando un Observatorio de Trabajo Sumergido, así lo llamamos nosotros. Que va a tener como pata fundamental al rubro textil”.

Según el manifiesto leído en el acto que homenajeó a Rolando y Rodrigo, el “trabajo sumergido” es todo ese mundo que se oculta detrás de lo legal. Es decir, aquellas prácticas productivas encuadradas en la informalidad, a costa de la explotación laboral. “Pero, además, ese trabajo sumergido –nutrido del esfuerzo, de las aspiraciones de progreso de los y las migrantes- es un poderoso motor económico, por sus bajos costos de producción y porque abastece el mercado con los productos baratos que los pobres puede pagar”.  Por eso, Lennis Quispe, de la Asamblea Textil, afirma: “Para nosotros es importante organizarnos en otras formas de trabajo, organizarnos también en lo sindical y empezar a pensar por qué este sistema se sostiene así, con la connivencia de qué organismos y cuáles son los actores necesarios para la transformación de esta forma de trabajo”.

Acto en conmemoración a dos meses de la muerte de los Rolando y Rodrigo, los dos nenes muertos en el taller textil de Flores.

Acto en conmemoración a dos meses de la muerte de los Rolando y Rodrigo, los dos nenes muertos en el taller textil de Flores.

La lluvia no cesa, el dolor tampoco. Hace dos meses, Rolando y Rodrigo dormían en el sótano del taller, en donde trabajaban sus padres y sus tíos. Ese 27 de abril, como había un corte de luz exclusivo de esa propiedad, para iluminarse, sus padres habían prendido una vela que luego ocasionó el fuego. Diez días después, se originó otro incendio, en el que la justicia alegó una “falla eléctrica”, aunque Edesur nunca había ido a reponer la electricidad luego del primer incidente.

De espaldas al taller, dos mujeres sostienen la bandera que el policía de custodia del lugar no ha permitido colgar en los árboles. Es una bandera compuesta de retazos de colores infinitos. Hecha de lo que “no entra en el molde”, como define Quispe que acota: “Como nosotros, que quedamos afuera de los moldes”.

Según la ONG La Alameda, en la Ciudad de Buenos Aires existen cerca de 3.000 talleres textiles clandestinos, entre ellos el de la calle Páez que había sido denunciado por ellos siete meses antes del incendio. Uno de los referentes de esa institución, Lucas Manjón asegura que a dos meses del incendio el Gobierno ha levantado levemente el nivel de los controles que llevan sobre los talleres, pero que de todas formas no llega al nivel óptimo. “La Agencia Gubernamental de Control (AGC) ha mantenido su misma modalidad de funcionamiento. Van, golpean la puerta, y en caso de no tener respuesta se van y solamente elevan una nota administrativa, sea por una denuncia directa que reciben, o sea porque una fiscalía le está diciendo que puede haber personas reducidas a la servidumbre o puede haber personas víctimas de trata”. Manjón asegura que recientemente se ha descubierto un taller que operaba de modo ilegal y fabricaba las camperas para la Policía Metropolitana. “El Estado –subraya- pasa a ser responsable, no solo porque no controla los lugares sino porque, además de actuar por negligencia, fomenta estos lugares económicamente, contratándolos directamente”.

Manjón explica que desde La Alameda proponen que con la maquinaria incautada a talleres clandestinos, se puedan formar cooperativas con esos mismos trabajadores, como ocurrió en el Polo Textil de Barracas. “Nosotros pretendemos que el Estado contrate a estas fábricas textiles para seguir fomentado la producción. Y por otro lado, estamos exigiendo que no puedan contratar a proveedores que no tengan toda la cadena de producción certificada que está libre de trabajo esclavo”.

Según Vázquez, de la Cazona de Flores, este discurso de “taller clandestino” se funda después de 2006 con la muerte de seis personas en un incendio de otro taller ilegal, en la calle Luis Viale. “El hecho de que hayan sucedido nuevamente más muertes en un taller textil, significa que no se ha modificado nada. Solo se modificaron los lugares donde están los talleres. Se armaron mapas que sirven políticamente, comunicacionalmente”.

Afirma Manjón, el de La Alameda: “De ninguna manera nosotros queremos que los talleres clandestinos se legalicen. De ese modo, lo único que se estaría haciendo sería que los costureros que puedan llegar a tener un mayor crecimiento económico dentro de esa situación de explotación, repliquen este sistema. Porque muchas veces algunos talleristas ponen a los costureros a cargo otros talleres, entonces se siguen reproduciendo cada vez más las condiciones de explotación”.