Por Macarena Ros González
Fotografía: Andrés Wittib, Archivo Daniel Quiroga

La guerra por Malvinas no fue sólo la imagen prepotente del dictador Leopoldo Galtieri, los aviones volando rasantes sobre las posiciones argentinas y las bombas dejando su marca de por vida en los jóvenes soldados. En esta nota los médicos y enfermeros cuentan la historia desde otro lado a 33 años de aquella aventura militar.

El combate armado entre Argentina y el Reino Unido se desarrolló en las Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982, fecha del cese de hostilidades entre ambos países, lo que conllevó la reconquista de los tres archipiélagos por parte del Reino Unido. El conflicto se originó luego de que un grupo de operarios que habían desembarcado en las Georgias del Sur, para trabajar en el desmantelamiento de una factoría, izaran la bandera argentina. Gran Bretaña inició una protesta y en el mismo momento en que se intentaba llegar a un acuerdo, movilizó un buque que ocasionó el quiebre de relaciones diplomáticas con Argentina y se desencadenó una disputa por la soberanía del archipiélago.

Arriba del Lanchon que los llevaba al Bahia Paraiso. Fondo Miguel Lucarelli.

Arriba del Lanchon que los llevaba al Bahia Paraiso. Fondo Miguel Lucarelli.

El 5 de abril llegó a Puerto Argentino en la isla Gran Malvina el grupo Conejo Alado en Operaciones (CAEO) de la Fuerza Aérea Argentina con el propósito de armar un puesto sanitario. Estaba a cargo de Fernando Espinella, médico mayor e integrado por el mayor Roberto Estultequi, odontólogo, el primer teniente Alberto Fernández, bioquímico, el mayor Juan Martín, médico, los suboficiales enfermeros: el auxiliar Carlos Ortiz, el cabo principal Daniel Quiroga y el cabo principal Miguel Lucarelli quien se encontraba en la isla con anterioridad. Se organizaron rápidamente y a quinientos metros del aeropuerto levantaron una carpa sanitaria para atender a 50 heridos, con 50 camillas, medicamentos, dos consultorios y dos ambulancias Ford Houston. “Era la primera vez que armaba una carpa, nos dimos maña y duró toda la guerra”, recuerda Daniel Quiroga. Al lado de la carpa también construyeron un refugio ante la posibilidad de tener un ataque aéreo. Carlos Ortiz explicaba que realizaron una excavación de un metro y medio de profundidad, le cruzaron planchas de aluminio de 70 centímetros de ancho por 5 metros de largo y le pusieron pedazos de tierra con pasto llamados turba. Además, el refugio sirvió de protección contra las esquirlas y la onda expansiva. Entraban de 15 a 20 personas. “Cuando sonaba la alarma por bombardeos aéreos o de fragatas corríamos hacia él”,  dice Quiroga.

Carlos Ortiz izq. cuando cayeron prisioneros de los Ingleses.

Carlos Ortiz izq. cuando cayeron prisioneros de los Ingleses.

El objetivo del grupo de sanidad era ir en busca de los heridos en combate, cuya ubicación era informada a través de la radio, les brindaban los primeros auxilios para luego trasladarlos a la carpa sanitaria y desde allí al hospital que se encontraba a 7 kilómetros del lugar. Quiroga cuenta que salían a toda hora, aún en pleno bombardeo, y que atendieron a muchas personas ya que fue allí donde más se combatió porque el objetivo principal de los ingleses era romper la pista de aterrizaje para cortar el puente aéreo donde bajaban los aviones Hércules en Malvinas. Por las noches, con un mate en la mano, esperaban al avión Vulcan que dejaba caer un reguero de doce  a diecisiete bombas perfectamente alineadas; parecía un terremoto. A esto se agregaba el concierto de las fragatas, que duraba cerca de cuatro horas, las que tenían como objetivo principal el aeropuerto. Las bombas no destruyeron las pistas, pero sí dieron grandes sustos. Una semana después de instalada la carpa sanitaria, los integrantes del equipo de sanidad se enteraron que en  las proximidades de Puerto Argentino se encontraba otra unidad perteneciente al Ejército Argentino que, afirman, no tenía el equipamiento necesario. “Una noche habíamos salido a rescatar a los heridos, cuando nos vimos sorprendidos una luz roja que titilaba sobre la ambulancia en la que íbamos. Era un avión Harrier, Dios sólo sabe por qué en ese momento no perdimos la vida”, Quiroga recuerda y cuenta lo sucedido con un mate en la mano.

“Cierto día llegó un Hércules a buscar heridos, el capitán Dovichi fue llevado por otros para ser embarcado. Cuando estaban por subirlo, sonó la alarma roja y súbitamente quedó solo. Dejó caer la cabeza hacia atrás en la camilla y vio a un Harrier entrando. Se encomendó a Dios. En ese instante escuchó la voz del suboficial auxiliar Ortiz que le decía: ´Jefe, no se haga problemas que a ésta la vamos a aguantar juntos. A su alrededor explotaban las bombas, pasaban junto a ellos sin tocarlos. Una vez pasado el bombardeo cargaron y despegó el avión. Sin palabras”, el capitán Carvallo relata de está forma el accionar de Ortiz.

Monumento a los caidos en la Guerra de Malvinas. Plaza de Mayo.

Monumento a los caidos en la Guerra de Malvinas. Plaza de Mayo.

La noche del 11 y el 12 junio de 1982 fueron sobrepasadas por la acción ofensiva del enemigo y a la misma hora en que el Papa llegaba a Ezeiza arrojaban un misil que impactó sobre Puerto Argentino: “Fue escalofriante descubrir que teníamos al enemigo a nuestras espaldas”, recuerda Quiroga pensativo. Todo finalizó el 14 de junio cuando los ingleses entraron en Puerto Argentino y estos combatientes cayeron prisioneros durante 7 días, en los cuales padecieron sed y hambre hasta ser trasladados junto a los heridos al buque hospital argentino Bahía Paraíso rumbo a Punta Quilla, provincia de Santa Cruz. Allí embarcaron en un Boing hasta llegar a la Base Aérea del Palomar. Luego fueron asistidos en la Escuela de Suboficiales de Ezeiza. Este acontecimiento marcó el paso no solo de la isla al continente, sino también, un antes y un después en la vida de cada uno de los protagonistas de este hecho histórico que cobra actualidad a más de treinta años de su inicio.