Por Macarena Ros González, Martina Jiménez, Noelia Ale
Fotografía: Andrés Wittib, Noelia Pirsic, Romina Morua

Alicia Entel

-¿Cómo fue su 24 de marzo de 1976, qué estaba haciendo ese día?

-Yo vivía en un departamento chiquito en el barrio de Once. Ese mismo 24 a la noche rompieron la puerta de entrada del edificio y se llevaron a un militante político que también vivía ahí. Para mí fue una noche de terror, una noche espantosa. Escuchamos como rompían todo y estábamos aterrados. Fue bronca y parálisis pero por el otro lado fue pensar “rapidito, acá hay que hacer cosas como para que no nos encuentren, que no sepan”. Mi papá se llevó todo lo que consideraba que podía ser jodido. Eso fue muy interesante porque cuando murió -muchos años después- recuperamos libros y revistas.

-¿Cómo fue su experiencia antes del golpe?

-Era una militante política y social. El 24 de marzo no fue una sorpresa para nadie. Ya veníamos sospechando que los militares iban a llevar a cabo una actitud más represora que la que había empezado a existir. Ya habíamos tenido situaciones difíciles.

Alicia Entel

Alicia Entel

-¿Y a partir de ese momento cómo siguió su vida?

-Fue empezar a quemar papeles que teníamos en casa, a pensar si nos íbamos a otro lado. Fue realmente terrible porque no había una comunicación como la que tenemos ahora y de a poco te ibas enterando cómo caían tus compañeros. Nos reunimos con algunos para ver qué rumbo se iba a tomar, ver si se resistía o no. Los días posteriores eran eso, decidir si te quedabas o te ibas a vivir con un familiar a la provincia. Se trataba de no salir a la calle. Yo me fui por un corto periodo de tiempo, cuando volví durante años no fui a la calle Corrientes, no pisé una librería. Era muy duro. Es cambiar la vida. Reinventarse y ser otra persona, un exilio interior. Era pensar que si tenías una biblioteca con libros de (John William) Cooke, Mao (Tse Tung) y (Carlos) Marx te iban a llevar presa o te iban a desaparecer. Vivíamos así. El ruido del ascensor me aterraba. Entonces escribía y estudiaba de noche porque no podía conciliar el sueño. Fue durísimo. Además, no sabíamos si los compañeros estaban, si se habían ido, si se los habían llevado. Yo me considero una sobreviviente de esa masacre. Creo que con todo lo que se ha hecho en derechos humanos -que me parece excelente-, con todo lo que se habla del tema y con los juicios, todavía hay mucho por decir en el sentido de que los militares eran el brazo armado de poderes económicos importantísimos.

 

Eduardo Jozami

-¿Dónde estaba el 24 de marzo de 1976?

-Estaba en la cárcel del Villa Devoto, en la Unidad Número 2 del Servicio Penitenciario Federal.  Ocurrió que militaba en la Juventud Peronista, la situación se fue haciendo más difícil a partir de 1974 y estuve detenido durante ocho años desde 1975. Había sido sometido a juicio por todas las imputaciones y en aquel momento era prácticamente imposible conseguir abogado defensor. Me adjudicaron, además de otras acusaciones, una vinculación con lo que se llamaban “las organizaciones subversivas”, lo cual era cierto.  Antes del golpe no había habido ninguna resolución en mi caso y la verdad es que no tenía muchas expectativas de salir en libertad porque la situación política cada vez empeoraba más.

Eduardo Jozami

Eduardo Jozami

-¿Cómo le llegó la noticia?

-Había podido leer en la cárcel los diarios del 23 de marzo y todas las noticias que allí referían  a que el golpe era inminente. El 24 de marzo, aparentaba ser una jornada normal en la penitenciaria. Luego nos dimos cuenta que nadie se había ocupado demasiado de nosotros debido a que todas las autoridades estaban pendientes del golpe militar, que se estaba consumando. Más tarde, vimos en los patios de la cárcel un movimiento grande de tropas que no era habitual y que tal vez haya tenido algún sentido meramente intimidatorio. Además, rápidamente se supo porque uno de los guardia cárcel nos dijo “ahora sí que ustedes están hasta las bolas”, y supimos que vendrían tiempos difíciles no solo para quienes estábamos presos, sino también para todo el país.

Lo más importante de ese día paso dentro de cada uno de nosotros. Tomamos  rápidamente conciencia de que las cosas iban a cambiar y al día siguiente tuvimos evidencia de estos cambios. Por ejemplo, había muchos detenidos que estaban a disposición del poder ejecutivo y estaban esperando que se les diera la opción de salir del país, que establece la Constitución Nacional, pero ya no pudieron hacerlo y estuvieron presos durante varios años más.

-¿Qué fue lo que te mantuvo con vida, a diferencia de muchos otros?

-Creo que me salvó haber caído en septiembre de 1975 y en esa fecha todos los detenidos en Buenos Aires eran legales.  Es decir fueron detenidos que estuvieron  “reconocidos”. La represión comenzó a aplicarse desde los primeros meses del año 1976. El golpe significó que la represión que hasta entonces tenía algunas limitaciones, comenzó a ser encarada por el Estado con todo su poderío convirtiéndose en lo que llamamos Terrorismo de Estado. Por ejemplo, en el Pabellón 1 de la cárcel de La Plata, donde también estuve, sacaban presos y los fusilaban.

-¿Cómo esquivó la censura en la cárcel y rescató los escritos que, luego, formaron parte de su libro?

-Estando preso pude encontrar el ritmo y la dedicación para leer, escribir y pude sacar algunas cosas por carta, otras cosas que había escrito en cuadernos las perdí en requisas. Luego realicé un trabajo de reelaboración con muchas cosas que he escrito. El primer y segundo año fui un gran jugador de ajedrez, no gran porque fuera muy bueno, sino porque no paraba de jugar. No podía dedicarme solo al ajedrez, así que dediqué tiempo libre a leer y escribir. Como escritor y lector le debo mucho a la cárcel. Me ayudo a sobrellevarlo.

 

Nora Cortiñas

-¿Cómo era su vida antes del golpe del 24 de Marzo de 1976?

-Antes del 1976 nosotros ya teníamos un preso político que era pariente de mi hijo. Porque antes de ese año ya había miles de asesinatos, desaparecidos, y en pleno gobierno democrático. Pero por esa época nos comunicaron a las familias que la situación en las cárceles era muy densa, por los maltratos y los golpes que esos presos estaban sufriendo. Presentíamos que algo iba a pasar por el modo en que los estaban tratando a los presos políticos. Parecía que algo se estaba armando.

Nora Cortiñas

Nora Cortiñas

 -¿Cómo se enteró del golpe?

-Estábamos en casa y sintonizamos la radio; nos enteramos así, escuchamos al vocero que comunicaba la noticia.

-¿Cómo repercutió en su familia?

-Nosotros teníamos miedo por Gustavo, porque él militaba con grupos cercanos a movimientos de la iglesia relacionados con el Padre Mugica a quien ya habían asesinado en mayo de 1974. Entonces le decíamos a Gustavo que le pagábamos el pasaje, que se fuera del país por un tiempo, por él, por la mujer y por el nene que en ese momento tenía 2 años. Pero él no se quería ir; decía: ¿qué tiene de malo lo que estoy haciendo? No tiene nada de malo para que me tenga que ir.

-¿A qué se dedicaba usted en ese momento?

-Vivíamos en Castelar, yo era profesora de costura, tenía algunas alumnas en casa, estaba casada y tenía dos hijos a los que atendía, y me dedicaba a las tareas de un ama de casa. En el barrio la gente era muy discreta, no había alarmas expresas por lo que pasaba, pero era una situación distinta, todo se veía distinto, la gente se miraba…

-Y después llegaron los pañales como símbolo de las Madres, como símbolo de su vida…

-Sí, porque como todas éramos madres, el pañal era algo que teníamos en casa por los bebés. Además no teníamos tiempo ni de comprar un retazo de tela, entonces decidimos ponernos los pañales porque eran cuadrados y si se doblaban formaban un triángulo que era justo para ponerse en la cabeza. Después, les bordamos el nombre del familiar desaparecido, para identificarnos. En todos los años posteriores no tuvimos paz. Sí una paz interior porque somos madres y no nos relacionamos de ninguna manera con la violencia. Como madres jamás nos sentimos cercanas a ningún tipo de violencia, pero exigimos justicia, que se abran los archivos y que nos digan que pasó con cada uno de los desaparecidos.